Cuando Netanyahu fue electo para su primer mandato en 1996, colocó al tema nuclear iraní en el centro del trabajo en la Seguridad de Israel. El Profesor Uzi Arad era entonces el jefe del Ala de Investigación del Mossad, y ya había seguido por largos años los intentos iraníes de llegar a la bomba. “También en este asunto, Bibi hizo una revisión histórica, y los hechos no le molestaban realmente”, afirma Arad. "Según él, fue 'el primero en identificar la amenaza iraní' y me concedió el derecho de ser el segundo. La primera vez que contó esa historia lo corregí. Después ya no”. Un alto funcionario político israelí afirma, por el contrario, que ciertamente el crédito le corresponde a Netanyahu, que le indicó al sistema de Inteligencia, colocar el tema nuclear iraní a la cabeza de las prioridades. “El sistema de seguridad”, explicó el funcionario, “finalmente se alineó alrededor del entendimiento de que Irán realmente constituye una amenaza existencial sobre Israel”.
Hacia finales de 2003, las agencias de Inteligencia en Occidente también supieron que los israelíes tenían razón, y que los iraníes estaban desarrollando debajo de sus narices un plan secreto de enriquecimiento de uranio. Un grupo opositor llamado Moyahedin-e Jalq logró revelar por primera vez el sitio de centrífugas en Natanz, y difundió el descubrimiento en una conferencia de prensa en Washington. En Israel esperaban que la revelación desatara por fin una tormenta mundial; en la práctica, excepto algunos informes de la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA), la comunidad internacional se limitó a un “Nu- nu- nu” a Teherán.
Pero precisamente alguien se sintió presionado por esas publicaciones: los mismos iraníes. “Reaccionaron histéricamente”, aseguró un alto funcionario de la Inteligencia israelí. “Estaban bajo una enloquecida presión. Hay que recordar que en aquel momento los americanos se preparaban para invadir Irak, y los iraníes veían en la revelación de Natanz una especie de filtración americana intencional, como preparativo para el ataque. Eso les hizo tomar numerosas medidas de ocultamiento”.
Cuando fue nombrado Meir Dagán como jefe del Mossad, el primer ministro Ariel Sharón le asignó “la suprema responsabilidad de eliminar” el proyecto nuclear iraní. Tamir Pardo, entonces vice de Dagán (y quien lo sucedió en 2011), desarrolló una estrategia denominada, en el Mossad, “la estrategia de los diez pisos”. Cada “piso” incluía otros medios: presión política, presión económica, sanciones. A medida que “se va subiendo” los pisos, los medios se tornan más agresivos. En el “penthouse” se determinó un ataque a Irán. Cuando el plan fue presentado a Sharón, sólo le agregó una condición: todo es excelente, pero debe ser coordinado con los EE.UU.
No era sencillo. El Jefe de la CIA en esa época, George Tenet, consideraba que los israelíes hacían una manipulación del tema iraní y exageraban la amenaza hasta dimensiones existenciales. A pesar de eso, en el período de Ehud Olmert, que fue nombrado Primer Ministro en 2006, la acción contra Irán se fortaleció. Pero Dagán y el ministro de Seguridad entrante Barak, no coincidían: Dagán estaba convencido de que el Mossad sería quien detenga el avance nuclear iraní; Barak pensaba que esas acciones quirúrgicas son eficaces sólo hasta cierto límite.
“Si un país modesto como Corea del Norte logró un avance nuclear, entonces Irán seguramente lo hará”, sentenció Barak. La estimación en aquellos días era que Irán estaba a una distancia de tres hasta cinco años de obtener una bomba nuclear.
Barak decidió que “hay que hacer algo más allá de las acciones del Mossad”, y le ordenó a fines de 2007 al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Ashkenazi, empezar a planificar un ataque extendido a las instalaciones nucleares de Irán. Pero los simulacros mostraron que los resultados de un ataque así, serían muy parciales. La conclusión fue que era necesario preparar una opción militar mucho más amplia.
First published: 19:34, 10.10.19