Si en un día normal la situación de las personas que viven en la calle es dramática, en tiempos de coronavirus la realidad de los homeless, quienes no tienen hacia dónde escapar de la pandemia, es todavía más extrema.
La ciudad de Bat Yam, con sus calles desiertas y comercios cerrados, es testigo de la información que llegó a la redacción de Ynet: numerosas personas sin hogar no están más en los sitios en que solían frecuentar.
David Agave, miembro de una organización de asistencia a personas en situación de calle, acompaña este recorrido por diferentes lugares públicos que suelen ser habitados por homeless y hoy exhiben sillones viejos o frazadas desparramadas. Pero prácticamente no se ven personas.
“En el contexto del coronavirus los servicios de asistencia social trabajan mucho para proporcionar soluciones. Muchas de estas personas están hospitalizadas o hacen el esfuerzo de pagar algún alojamiento barato para atravesar el aislamiento”, contó Agave, quien recorre estos sitios con galletitas o dulces para convidar a quienes no tienen a dónde ir.
Pero este ciudadano no encuentra con quien compartir sus buenas intenciones: la avenida principal está completamente vacía y en la plaza central los bancos habituales no están ocupados. Recién frente a un kiosko abierto aparece Woba, uno de los vendedores ambulantes habituales de la zona, quien evidencia una herida en su rostro que pareciera ser reciente.
Si bien no accederá a contar qué ocurrió en su frente o llamar una ambulancia, Woba entra en confianza y confiesa su temor al coronavirus. “Me lavo las manos con jabón constantemente en los baños públicos, pero es difícil mantenerse limpio en la calle”, cuenta y se pregunta cuándo terminará esta situación.
“Como los restaurantes están cerrados no hay comida en los contenedores, el poco dinero que tengo es para comprar comida caliente”, describe sobre los nuevos obstáculos que presenta esta época de pandemia.
Consultado sobre el destino del resto de los homeless que se suelen observar en Bat Yam, Woba cuenta que muchos viajaron a Tel Aviv en busca de comida ya que allí algunos comercios gastronómicos permanecen abiertos y hay más soluciones ofrecidas por los servicios de asistencia social. Pero él prefiere quedarse allí. “Es más higiénico y seguro, hay menos amontonamiento de personas, no es buena idea dormir junto a mucha gente”, argumenta.
Unas cuadras más adelante, frente a un supermercado abierto, aparece Elvis, un ciudadano en situación de calle que desde hace años rechaza cualquier ofrecimiento de ayuda social. “No le tengo miedo al coronavirus, estoy en la calle porque no tengo otra opción, esta es mi casa y por más que venga un policía yo me quedaré acá”, afirma.
Desde la municipalidad de Bat Yam informan que inclusive antes de la crisis del coronavirus en Israel se trabajó en “un extenso sistema para proporcionar respuestas óptimas e integrales” a las personas que viven en la calle. “Los asistentes sociales ayudan a esta población a que pueda hacer realidad sus derechos, a hospedarse en viviendas dedicadas a tal fin, y a derivar a servicios médicos para sacar de la calle a toda la persona que brinde su consentimiento”, afirman las autoridades.
Y el consentimiento es la palabra clave: Woba elige esquivar el amontonamiento de gente para evitar el coronavirus, mientras que Elvis repite una y otra vez que quiere quedarse en su lugar, aunque el COVID-19 sea un peligro que se suma a los riesgos habituales de otras enfermedades e infecciones.
La persistente tos de Elvis, en ocasiones acompañada por escupitajos con sangre, demuestran que el riesgo es latente. Y que el drama diario de este sector de la población en época de coronavirus es todavía más complejo.