Boris Gólod, sobreviviente de la Shoá.
Boris Gólod, sobreviviente de la Shoá.
Avigail Uzi
Yaffa Simhon, sobreviviente de la Shoá.

Una sobreviviente de la Shoá se ve obligada a ahorrar en comida y calefacción

Yaffa Simhon (77), una antigua asistente de mikveh, recibe una pensión exigua. Cuenta shekel a shekel el dinero para abordar sus tratamientos médicos. "La vejez no es la edad de oro, es la edad del infierno", sentencia.

Hadar Gil-Ad - Adaptado por Adrián Olstein |
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Yaffa Simhon es sobreviviente de la Shoá y tiene 77 años. Trabajó toda su vida y soñó con darle a su familia y a sus nietos una vida mejor que la que tuvo ella en su juventud. Llegó a Israel, proveniente de Marruecos, junto a sus padres y hermanas en 1952.
"Esos primeros años la pasamos mal. Vivíamos en la pobreza y no teníamos nada para comer. Comíamos una vez al día pan con margarina y nos bañamos una vez por semana. Una vida humilde. Vivíamos en casas precarias y usábamos ropa en mal estado. Recuerdo que mi madre nos cosía los calcetines", cuenta.
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Yaffa Simhon, sobreviviente de la Shoá.
Yaffa Simhon, sobreviviente de la Shoá.
Yaffa Simhon, sobreviviente de la Shoá.
(Gadi Kabalo)
Durante años trabajo como ayudante en una mikveh, el baño ritual de las mujeres en la ortodoxia judía. Hoy recibe una pequeña pensión que no le alcanza para cubrir sus gastos médicos. "Siempre me gustó trabajar pero ahora ya no tengo energía”, señala. "La vejez no es la edad de oro, es la edad del infierno”, concluye. “Tuve problemas dentales por los cuales pagué mucho dinero y tengo otros que ya no me puedo permitir afrontarlos”, explica.
“Una prótesis de ojo cuesta 3.000 shekel”
"Me cuesta pagar la factura de la luz. Si en casa hace frío, no enciendo la calefacción. Solo me pongo más frazadas encima. Nunca compro ropa nueva, algunas veces compro de segunda mano, y otras veces me compra mi hija”, se lamenta.
Durante el Holocausto Yaffa vivió con su familia en Marruecos. Todavía convive con los recuerdos de aquella época. “Mi padre nos llevó a mi hermana y a mí al hospital de Casablanca porque yo tenía una infección en el ojo y a mi hermana la había mordido un perro. Nos dejó solas porque le dijeron que si entraba no podía salir. A mi me vendaron los ojos y a mi padre le dijeron que mi hermana había muerto y la habían enterrado. Desde ese momento nunca más supimos de ella. Es probable que haya sido secuestrada por los nazis. Cada vez que me miro en el espejo, recuerdo lo que pasó”, afirma.
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Victor y Ella Urahi en su apartamento con las paredes cubiertas de moho.
Victor y Ella Urahi en su apartamento con las paredes cubiertas de moho.
Victor y Ella Urahi en su apartamento con las paredes cubiertas de moho.
(Alex Kolomoisky)
Yaffa mantiene su vida de manera independiente, con una gran modestia y con un cálculo meticuloso de sus gastos. Sufre problemas de salud como mareos o pérdida del equilibrio a causa de la ceguera que padece de un ojo. "En lugar de comprar comida, compro medicamentos. Una prótesis de ojo cuesta 3.000 shekel (unos 900 dólares). Es mucho dinero. Mi hija me ayuda con lo que puede y la Fundación para el Bienestar de los Sobrevivientes de la Shoá se encarga de mis cupones de alimentos", detalla.
Así como Yaffa, son muchas las historias de sobrevivientes del Holocausto que requieren de la acción voluntaria de personas y organizaciones para mejorar su calidad de vida. Hace unas semanas, Ynet publicó las historias de Víctor Urahi y su esposa Ella y de Bóris Golod. Cientos de personas se sintieron movilizadas por los relatos. Los artículos recibieron una gran respuesta del público demostrando una vez más el poder de la sociedad israelí para luchar por los más débiles, en los lugares donde el Estado falla en dar una respuesta.
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