Las semanas de estricto aislamiento por coronavirus generaron severos problemas en las finanzas de Israel, así como también agravaron algunos preexistentes, y un fracaso de la gestión del gobierno que asumió esta semana podría arruinar un progreso económico de décadas.
Uno de los principales desafíos que afrontará Israel Katz, el nuevo ministro de Finanzas, es el mismo que tendrán todos los países del mundo que sufrieron los efectos de la pandemia: la caída del consumo, un motor de la economía israelí que años anteriores representó un 54% del Producto Bruto Interno (PBI).
Si bien el consumo de alimentos o medicamentos se mantuvo durante las últimas semanas, la compra de otros bienes como automóviles o electrodomésticos se desplomó. Así, a pesar de una relativa estabilidad de los últimos meses, en abril de 2020 se calculó una caída del consumo de un 44% en relación al mismo mes del año pasado.
Una encuesta realizada por la Oficina Central de Estadísticas de Israel mide el “estado de ánimo” la economía israelí y arroja cifras claras: el nivel de intención de consumo es mínimo, sin precedentes desde 2011 cuando comenzó a realizarse este estudio.
En todos los parámetros encuestados se refleja un profundo pesimismo respecto de la situación del país, y se refleja una muy baja expectativa de que los israelíes realicen grandes compras en los próximos meses.
El desempleo, a su vez, alcanzó un pico histórico durante la crisis del coronavirus. Si bien los cientos de miles de israelíes que fueron suspendidos de sus trabajos no figuran en las estadísticas como desocupados, esas personas sí están incluidas en los registros de solicitud de seguros de desempleo, que alcanzó a 1,1 millón de habitantes.
Considerando a este grupo de cesanteados la tasa de desempleo ronda el 27%, una cifra sin precedentes en la historia del Estado de Israel. Además, el retorno a los puestos de trabajo de aquellos que fueron suspendidos por sus empleadores se vislumbra preocupantemente lento.
La industria de la alta tecnología, el motor de la economía israelí y que dispone de la fuerza suficiente para sacar a Israel del barro del coronavirus, también lucha contra diversas amenazas: desde 2016 disminuyeron progresivamente la exportación de bienes del rubro, y solamente en el último año la caída fue cercana al 20%.
El dato alentador, además de la solidez general de una industria cada vez más demandada en el mundo, es que la exportación de servicios de alta tecnología logró compensar la caída de la venta de productos. O al menos así ocurrió hasta que llegó el COVID-19.
El déficit gubernamental, que ya era un motivo de alerta para la economía israelí, se agravó a partir de la crisis del coronavirus y alcanzó niveles desconocidos: el déficit israelí se estima que absorbe alrededor del 12% del PBI.
Esto se debe a un fuerte aumento del gasto público para sostener los problemas derivados de la pandemia, combinado con una severa caída de los ingresos. Analistas calculan que la deuda israelí amenaza a la economía nacional con un retroceso de 12 años, cuando llegó a ser de un 80% del PBI.
En este panorama oscuro la luz al final del túnel, en punto en el cual el ministro Katz puede apoyarse para tomar impulso, es la balanza de pagos que contrasta la entrada y salida de divisas extranjeras a la economía israelí. El enorme superávit continúa fortaleciendo el shekel y provoca un gran alivio para el comercio exterior.