Un grupo de autodenominados "campesinos" palestinos que mantienen a sus familias trabajando en pequeñas parcelas de tierra se ha estado reuniendo dos veces por semana durante siete años, decididos a ayudar al sector agrícola local vulnerable a llevar sus productos al mercado a pesar de la falta de apoyo de la Autoridad Palestina y la pérdida de vastas áreas de Cisjordania que están bajo control israelí.
Su mercado alternativo en la ciudad de Ramallah, en el centro de Cisjordania, reúne a casi una docena de agricultores y productores que venden verduras, frutas y productos alimenticios locales de temporada, incluidas comidas tradicionales.
Ellos insisten en llamarse a sí mismos “campesinos” en lugar de agricultores, porque si bien la agricultura puede verse simplemente como una profesión, el campesinado es una forma de vida, lo que significa que una familia come sus propios productos y vende el excedente.
Al entrar en su zoco (en árabe, mercado), la pregunta sobre qué los hace diferentes del mercado mayorista de frutas y verduras de la ciudad se responde rápido.
Los campesinos lo convierten en un espacio para protestar contra la falta de apoyo al sector agrícola, donde se encuentran con los clientes y abren el debate sobre muchos temas: política, asuntos sociales y hasta las últimas soluciones a sus problemas agrícolas.
"La leche, la miel, frutas y vegetales libres de químicos, pan e incluso los bordados locales pueden adentrarte en las historias de los campesinos, sus familias, sus ambiciones y sus necesidades", dice Fareed Tomallah, el organizador de este “zoco”.
“Aquí el campesino no sólo vende tomates; comparte su historia con sus clientes, crean un vínculo que podría conducir a otras formas de asociación y cooperación”, dice.
El zoco de este año no tiene plástico, para lograr que las personas puedan observar el impacto de esos materiales en el medio ambiente.
Testimonios
Naser Rabah, de 57 años, del pueblo de Turmus Ayya en Cisjordania, vivió durante 25 años en Los Ángeles, donde trabajó en la agricultura. Decidió rehabilitar más de su tierra, para expandir su producción a pesar de los temor de dificultades para vender sus bienes.
“Podría vender un tercio de mi producción, pero los agricultores no reciben ningún apoyo del gobierno (de la Autoridad Palestina). Sabemos que no pueden hacer nada, pero seguimos intentándolo y esperamos presionarlos para que nos miren”, dice Rabah.
"Me traje todo el conocimiento que aprendí en los Estados Unidos porque Palestina es tierra agrícola", continúa, "pero, ¿por qué no podemos vivir de ella?"
Um Ammar, de 69 años, de Beitunia, se unió al mercado este año después de casi 30 años vendiendo sus productos en otros lugares.
“El mercado mayorista está explotado y no hay lugar para sentarse o evitar el sol”, explica. "Para nosotros, este mercado es mejor, más pequeño y lo disfruto porque me permite conocer gente nueva y comparto muchas cosas". Se ríe y le guiña un ojo a Fátima Mustafá, su ingeniosa vecina de al lado en el zoco, que vende bordados tradicionales.
Mustafá dirige una network de mujeres que confeccionan bordados, que venden normalmente en Cisjordania, en Jerusalem, en Nazaret e incluso en ferias regionales lejanas de Catar, Kuwait y Turquía.
Pero, a los 68 años, el mayor desafío para ella ahora es la pandemia de COVID-19. Además, las pautas de salud le impiden vender sus productos dentro de Israel, ya que su permiso de comerciante ha sido suspendido.
“No he vendido ni una sola pieza de trabajo desde diciembre y me temo que seguiré comiendo y ganando más peso porque (mis amigos en el mercado) creen que soy vulnerable al coronavirus”, bromea.
Personas mayores y jóvenes, los campesinos que producen alimentos son numerosos y tienen mucho que compartir.
Por ejemplo, Abdulkarim y Raeda Hamad, una pareja casada desde hace 33 años, son socios comerciales.
Continúan con el negocio de la apicultura y la fabricación de miel que heredaron de sus abuelos y permiten que sus hijos comercialicen su producción utilizando redes sociales y herramientas de marketing digital.
En la otra esquina del zoco, Tamara Shatara, de 30 años, ofrece una canasta llena de pan de masa madre que comenzó a hornear hace tres años como una solución para su alergia al gluten.
"Quiero vender mi pan porque en un momento de mi vida, era todo lo que estaba haciendo y quiero seguir explicándole a la gente todo lo que he aprendido", dice.
"Aunque es pan francés, la técnica fue utilizada por nuestros antepasados hace mucho tiempo".
Jamal Njoum, un agricultor de dátiles (una especie de fruto) de la aldea de Al-Auja en el valle del Jordán, levanta un cartel con un poco de sarcasmo, pidiendo a la gente que "pruebe pero no compre" los productos de su mesa.
“Francamente, la gente no sabe cuánto esfuerzo ponemos en la producción de dátiles”, dice, quejándose de que regularmente se importan “toneladas de dátiles”.
“El mercado local es un problema”, señala. “Nosotros, los pequeños agricultores, apenas vendemos localmente”.
Al final del día, los campesinos empacan su mercadería y se van a casa. Tienen sonrisas en sus rostros incluso si no vendieron mucho.
"Son las historias que compartimos las que cuentan", dice Um Ammar sobre el zoco alternativo, "y eso es lo que me hace feliz de haberme unido".
Artículo escrito por Fatina Hamad, reimpreso con permiso de The Media Line