Doctora Idit Gutman.
Doctora Idit Gutman.
Shahar Shahar
"Para los adultos urbanos, hay un visitante una vez a la semana, el resto de la semana es televisión". .

La epidemia invisible: el mal que muchos sufren pero del que nadie habla

En una era hiperconectada, la soledad se instala como una enfermedad invisible que afecta cuerpo, mente y vínculos. Recientes investigaciones revelan su impacto devastador en la salud y en el tejido social. Es más peligrosa que el alcohol, el tabaco y la obesidad.

Eitan Geffen |
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Esta epidemia no se detecta con análisis de sangre ni con estudios de imagen, pero quien la ha vivido sabe reconocerla al instante: oprime la respiración, congela el corazón, apaga el brillo de los ojos. No se mide en laboratorios, sino en las largas horas sin nadie con quien hablar, en los pequeños momentos en que el silencio duele más que cualquier sonido.
La soledad es la enfermedad transparente de nuestro tiempo: está en todas partes y nadie habla de ella. Atraviesa todas las capas de la sociedad: jóvenes y adultos, solteros, padres, viudos, miembros de la generación Z que viven frente a una pantalla y octogenarios que esperan una llamada que nunca llega. No irrumpe de golpe, sino que se filtra lentamente y cobra un precio devastador. Y no se equivoquen: ese precio es alto. Las investigaciones ya confirman lo que el corazón sabía desde hace tiempo: la soledad no sólo quiebra el alma, también daña el cuerpo.
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"Para los adultos urbanos, hay un visitante una vez a la semana, el resto de la semana es televisión". .
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(Shutterstock)
Según la doctora Idit Gutman, psicóloga clínica del Departamento de Psicología de la Universidad de Tel Aviv, la definición de soledad es escurridiza. “Se trata de una sensación subjetiva de insatisfacción con las relaciones sociales que uno tiene”, explica. “Se mide de diversas formas. Por ejemplo, preguntando si uno se siente solo, pero también con preguntas más indirectas: ¿sentís que hay personas en tu vida con quienes podés hablar de lo que realmente te importa?”. Agrega que existe una fuerte correlación entre soledad y aislamiento, aunque aclara la diferencia: “Teóricamente no son lo mismo. Una persona puede estar sola sin sentirse sola, o al revés: estar rodeada de gente y sentirse profundamente sola”.
Más allá del dolor emocional, detrás de esta sensación se esconde un mecanismo biológico real. El cuerpo, al parecer, reacciona a la soledad como lo haría ante una amenaza o un estrés prolongado. No ocurre sólo “en el corazón”: afecta casi todos los sistemas fisiológicos, alterando cómo dormimos, respiramos, sanamos heridas e incluso cómo sentimos el dolor.

Consecuencias físicas evidentes

Las personas solas sufren deterioro en el sueño, con todas las implicancias para la salud que eso conlleva. En términos cognitivos, tienen mayor riesgo de deterioro mental, demencia y problemas de memoria. También se observa una disminución de la oxitocina, un neuropéptido clave en la vida social y el contacto humano, piel con piel. “Se desarrolla una sensación de entumecimiento: las personas sienten menos dolor, como respuesta defensiva del cuerpo ante una presión extrema”, dice la doctora Gutman. “¿Vieron que en situaciones de emergencia uno se da cuenta de que tiene una herida sólo después de que pasó el drama? Corren a través del dolor, tan enfocados en sobrevivir que ni lo notan”.
Pero eso es sólo un ejemplo. Según Gutman, desde el punto de vista físico, la soledad actúa como una enfermedad en toda regla. Cuando se prolonga, el cuerpo entra en estado de emergencia constante. “La soledad en sí misma es un factor de estrés. Estar solo te pone en alerta. El cuerpo reacciona a la soledad o al rechazo social igual que al dolor físico”.
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Doctora Idit Gutman.
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(Shahar Shahar)
En estudios realizados, incluso el rechazo social simulado activó en el cerebro las mismas áreas responsables de la percepción del dolor. “Se colocó a personas en un escáner cerebral y se les hizo sentir que eran excluidas de un juego ficticio. Las zonas cerebrales vinculadas al dolor se encendieron, y el dolor no es saludable para el cuerpo”, explica. “El cerebro no distingue entre dolor emocional y físico, y la respuesta fisiológica es similar: fatiga, baja energía y debilitamiento del sistema inmunológico”.
Las consecuencias también se reflejan en el comportamiento. “Los estudios muestran que quienes se sienten solos tienden a consolarse con alimentos dulces. Consumen más azúcar. Y en la vida cotidiana se nota: quienes tienen una red social activa se cuidan más. Tienen motivos para levantarse, vestirse, preocuparse. Las personas solas no tienen quién los vea, quién los cuide”.
Y a veces la soledad puede literalmente romper el corazón. No sólo en sentido metafórico, sino como daño físico real. “El síndrome del corazón roto no es una expresión poética, sino una condición médica”, afirma Gutman. “Las personas que pierden a un ser querido tienen un riesgo significativamente mayor de morir. Porque ya no tienen con quién dormir, comer, respirar. Somos seres sociales. Necesitamos a alguien cerca como necesitamos oxígeno”.
Según ella, esto también explica el fenómeno doloroso que sigue a una viudez repentina. “Lo vemos una y otra vez: un cónyuge enviuda y fallece pocos meses después. Es un elemento fisiológico. Cambios reales en el corazón, en su funcionamiento, que pueden ocurrir en el año posterior a la pérdida”.
Si hasta ahora hablamos de la soledad como enfermedad, los números la describen como una auténtica pandemia médica. Lo que antes se consideraba “dolor en el alma” o “nostalgia humana” se ha convertido en las últimas décadas en objeto de estudio para médicos, epidemiólogos y psicólogos en todo el mundo. Las cifras son estremecedoras: la soledad mata.
Lo que antes se consideraba “dolor en el alma” o “nostalgia humana” se ha convertido en las últimas décadas en objeto de estudio para médicos, epidemiólogos y psicólogos.
“Primero que nada”, dice Gutman, “porque sus efectos sobre la salud son cada vez más medibles. Se dice que sentirse solo equivale a fumar 15 cigarrillos por día. Es más peligroso que el alcoholismo y, según meta-análisis, el doble de peligroso que la obesidad. Todos se preocupan por la obesidad, pero desde el punto de vista de la salud es mejor salir a fumar con amigos, beber con ellos o comer en exceso con compañía que sentirse solo”.
Más allá de las estadísticas, sus efectos se extienden a todos los aspectos de la vida. “Las personas solas duermen peor, comen menos sano, cuidan menos su salud, tienen menos probabilidades de recuperarse de eventos médicos. Los estudios revelan que quienes usaban más la palabra ‘yo’ y menos ‘nosotros’ o términos grupales vivían en promedio cinco años menos, con una diferencia del 30% en la tasa de mortalidad entre los solitarios y los que no lo son”.

Exceso de vínculos virtuales

Frente a estos datos, surge una paradoja casi incomprensible: en una era en la que estamos más conectados que nunca —rodeados de grupos de WhatsApp, comunidades online y feeds que parpadean sin cesar— la sensación de soledad se profundiza. En teoría, nunca fue tan fácil hablar con otra persona: basta un clic para enviar un mensaje, compartir algo o dejar un corazón en Instagram. Pero parece que algo esencial se perdió en el camino. Podemos conversar con alguien al otro lado del mundo, pero nos cuesta levantar la vista del celular cuando alguien se sienta frente a nosotros.
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"La IA no puede reemplazar a tu mejor amigo."
"La IA no puede reemplazar a tu mejor amigo."
"La IA no puede reemplazar a tu mejor amigo."
(Shutterstock)
La doctora Idit Gutman señala que el exceso de vínculos virtuales es parte del problema. “La presencia virtual no es presencia interpersonal cara a cara”, afirma. “Y todo lo que te digan sobre que la inteligencia artificial puede reemplazar a tu mejor amigo probablemente no sea cierto. Las personas necesitan contacto físico y sincronización biológica, algo que ocurre cuando se comunican frente a frente, incluso a nivel de la actividad cardíaca y cerebral. El contacto tiene una importancia enorme, y nada de eso está en Facebook”.
Pero no es sólo culpa de la tecnología, aclara, sino también de un cambio profundo en la forma en que elegimos vivir. “En los últimos años ha disminuido el compromiso, y se ha instalado la ilusión de que se puede mantener una relación a distancia como si fuera lo mismo. Pero eso también tiene un costo. Hoy emigrás a otro país y tu vínculo con la abuela que quedó atrás ya no es igual. Las relaciones a distancia son difíciles de sostener.”
“En una era en la que cada uno tiene su propia pantalla y ya no se ven cara a cara, una persona puede convertirse en un ‘nómada electrónico’: simplemente tomar un avión al otro lado del mundo y seguir cobrando su sueldo y manteniendo aspectos técnicos y privados de su vida. Así, cada vez es más fácil separarse de la comunidad, de los vecinos, de los amigos. Se volvió técnicamente más sencillo y socialmente más aceptado, pero eso también tiene consecuencias.”

La soledad como estado nacional

En lo que respecta a Israel, no hacen falta estudios para notar que algo cambió. En los últimos años, parece que la gente habla menos, confía menos y se siente más sola, incluso rodeada de personas. La soledad ya no es una excepción, sino el estado de ánimo nacional. Muchos reportan dificultades para abrirse, sensación de desconexión y fatiga emocional. Da la impresión de que cada uno está ocupado en su propia supervivencia.
“Creo que empezó con la pandemia y se agravó con la guerra”, dice Gutman. “Hay menos sentido de solidaridad y fraternidad. Lo que ocurrió fue que la gente perdió su comunidad: se evacuaron kibutzim en el norte, personas abandonaron sus localidades por diferencias políticas. Otros se distanciaron de amigos que emigraron, perdieron sus trabajos, se alejaron de los amigos del ex tras un divorcio. Hubo un aumento de divorcios en Israel tras la guerra”.
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Soledad.
Soledad.
Soledad.
(Shutterstock)
Según ella, aunque parezca que las causas de la soledad son de índole económica o de seguridad, casi siempre son humanas. “En general, el principal factor de estrés para los seres humanos son otros seres humanos. Si pensás en lo que te estresa en la vida, quizás digas salud o dinero, pero detrás de eso suele haber otra persona. Por ejemplo, el divorcio es una fuente de estrés enorme con riesgos significativos para la salud. El desempleo, cuando ya no tenés a los compañeros de la pausa del café, es más duro que recibir el subsidio. Si no tenés ese entorno humano que te saluda cada mañana, que espera que llegues y nota si faltás, eso impacta directamente en el bienestar físico y emocional.”

La comunidad como antídoto

La cultura también juega un papel. En Israel, explica Gutman, la sensación de soledad severa es mucho más común que en Estados Unidos. “Allá las expectativas sobre los vínculos son más bajas. Acá hay una especie de ‘familialogía’, una suposición de que todos siguen en contacto con el amigo del secundario, que todos tienen amigas como hermanas, un grupo de básquet que juega cada fin de semana… y solo vos estás afuera. Las expectativas son grandiosas”.
Aun así, hay lugares donde, en días mejores, el tejido humano logra sostenerse. “Los kibutzim, por ejemplo, son zonas verdes. Como islas exóticas donde la esperanza de vida es más alta, porque hay menos soledad y más estabilidad y compromiso”, explica. “Los adultos mayores no se quedan solos en casa porque les cuesta salir. En los kibutzim, mientras podés, trabajás, lo que significa que estás activo y en movimiento. Y cuando ya no podés, seguís siendo parte de la comunidad. Comés en el comedor con todos”.
“Esos vínculos comunitarios, esos rituales cotidianos, son fundamentales para la salud. Por eso los adultos mayores de los kibutzim suelen estar mucho más sanos que la mayoría de los ancianos urbanos. En la ciudad, quizás tienen un familiar que los visita una vez por semana, pero el resto del tiempo es televisión, y eso no alcanza”.

Pequeños pasos, grandes cambios

Al final, no hay una solución mágica para la soledad. No desaparece de golpe, ni se disuelve con Netflix o un nuevo “me gusta” en Instagram. Pero Gutman asegura que se puede —y se debe— empezar con acciones pequeñas y concretas.
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Kibutz Nir David - Nahal Amal.
Kibutz Nir David - Nahal Amal.
Kibutz Nir David. En estas granjas colectivas israelíes, la esperanza de vida es mayor.
(Roni Kiperman)
“Hay que actuar para generar vínculos”, dice. “Es algo muy externo, casi técnico: salir y estar en compañía. Puede ser un grupo de amigos, un taller, una comunidad de Facebook que organiza encuentros, una reunión de exalumnos, voluntariado en el consorcio, en una ONG, o incluso una manifestación o sumarse a un partido político afín. Cualquier actividad regular y constante, donde veas a las mismas personas, es el mejor comienzo, porque uno de los criterios más importantes para la amistad es el tiempo compartido. Lo ves en los chicos: los amigos de la infancia eran simplemente los que estaban cerca. El vecino, el compañero de clase, el que veías seguido. La constancia tiene valor”.
En otras palabras, quien se siente solo debe buscar un lugar donde haya personas afines. “Si te gusta la música, buscá un coro o un grupo de melómanos. Si te gusta la salsa, anotate en un taller regular. No importa cuál sea tu pasión o lo que te conmueve: encontrá un espacio donde haya gente como vos, y desde ahí, poco a poco, nacerán los vínculos”, enfatiza. “Las personas que hacen cosas juntas tienden a crear experiencias compartidas, y eso une”.
Pero quizás, más que nada, hay que cambiar la mirada. “Hay que despertar de la ilusión de que todos tienen muchos amigos, que todos están siempre invitados y rodeados. Las redes sociales mienten: la gente no publica su soledad, publica su fachada. Y ese pequeño grupo que realmente es estrella social… es minoría. La mayoría no es así. La mayoría tiene que esforzarse, tomar la iniciativa, proponer —incluso cuando cuesta. Un psicólogo también puede ser un buen punto de partida, para pensar juntos cómo hacerlo”.
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