A dos años del ataque del 7 de octubre, mientras la guerra parece llegar a su fin y la sociedad israelí intenta recomponer sus fracturas y volver a la rutina, emerge un costo adicional del conflicto: un fuerte aumento en el consumo de sustancias adictivas y en conductas compulsivas. El informe anual del Centro Israelí de Adicciones y Salud Mental presenta un panorama preocupante: patrones de uso problemático que comenzaron como un intento de aliviar el dolor y la ansiedad se han convertido en hábitos nocivos que podrían persistir incluso después del fin de la guerra.
Los hallazgos centrales del informe son especialmente alarmantes: el 26,6% de la población —más de una cuarta parte de los israelíes— presenta actualmente un consumo de alto riesgo de sustancias adictivas. Roni Rokach, directora del área clínica del ICA, explica qué significa este tipo de consumo: “El uso de alto riesgo es la etapa previa a la adicción. Es cuando personas que antes bebían o fumaban ocasionalmente comienzan a hacerlo con mayor frecuencia. El consumo se intensifica, el control disminuye y el deterioro funcional ya es evidente”.
Según el informe, ciertas sustancias muestran aumentos dramáticos: el uso de medicamentos para dormir y tranquilizantes se multiplicó por 2,5; el consumo de opioides casi se duplicó, al igual que el de estimulantes. Aunque los síntomas de estrés postraumático (PTSD) han disminuido respecto al pico inicial de la guerra, aún el 16% de la población presenta síntomas significativos, frente al 12% previo al conflicto.
Grupos en riesgo: jóvenes, soldados y sus familias
Rokach advierte: “Una realidad en la que 1 de cada 4 personas reporta consumo de alto riesgo, cuando antes era 1 de cada 10, es casi inconcebible. Este aumento puede afectar seriamente el funcionamiento diario: hay personas que ya no logran volver al trabajo o retomar los estudios. Evacuados, sobrevivientes de fiestas, soldados y reservistas cuyos proyectos quedaron en pausa, ahora intentan retomar sus vidas y ahí aparece la puerta al consumo elevado, como forma de calmar el dolor. A veces, es lo único que les permite dormir. No lo hacen para dañarse, sino porque la mente no logra procesar la realidad”.
El informe identifica poblaciones especialmente vulnerables. Los jóvenes de entre 18 y 26 años representan un grupo especialmente preocupante: 1 de cada 3 reporta consumo de alto riesgo. “Nuestros jóvenes han atravesado años difíciles: pandemia, guerra, inestabilidad. Intentan volver al trabajo, a los estudios, a las relaciones, y les cuesta. Son quienes liderarán la sociedad israelí: debemos ofrecerles una respuesta real”.
También están en riesgo quienes sirvieron durante la guerra —en servicio activo o en la reserva— y sus familias: 1 de cada 3 soldados reporta consumo de alto riesgo. Los datos más inquietantes se refieren a sus parejas: consumo de alcohol 1,7 veces mayor, de cannabis 1,8 veces mayor, y de opioides 2,5 veces mayor. “Vemos cómo se amplían los círculos de impacto: no solo entre quienes combatieron o estuvieron expuestos directamente, sino también entre sus parejas. El aumento en el uso de alcohol, cannabis y opioides en estas familias es especialmente preocupante”, señala Rokach.
No se puede tratar el trauma sin abordar la adicción
Rokach advierte sobre la consolidación de estos hábitos peligrosos. “Si al principio el consumo de alcohol o tabaco era una forma de lidiar con el trauma inicial, hoy, dos años después, quienes aumentaron las dosis tendrán muchas más dificultades para cambiar”, explica.
“Un paciente reservista me escribió antes de entrar a Gaza: ‘Me pongo la armadura, cierro el corazón, nos vemos en tres meses’. Estas personas regresan, la armadura cae, y pueden desarrollarse una enfermedad que le dure toda la vida. Es fundamental entender que no se puede tratar el trauma sin abordar la adicción”, enfatiza Rokach. Describe una realidad compleja: “Al principio, el alcohol o el tabaco eran herramientas para enfrentar el trauma. Hoy, tras casi dos años, quienes intensificaron el consumo tendrán más dificultades para detenerse. No podemos separar el tratamiento del trauma del tratamiento de la adicción. Tras el 7 de octubre se abrieron dispositivos para atender el trauma, pero sin considerar el aumento del consumo, se generó un ‘agujero en el balde’. No tenemos el privilegio de separar ambos aspectos”.
“Otro Camino” es el nombre del programa del ICA para el tratamiento integrado de trauma y consumo de sustancias, que se espera alcance a miles de participantes hacia mediados de 2026. Rokach explica: “La iniciativa incluye colaboración con instituciones que trabajan en trauma y capacitación de los equipos para identificar y abordar el consumo nocivo y la adicción en ese contexto. Enseñamos cómo ayudar, promovemos el diálogo y reducimos estigmas”.
“Creemos en los programas de prevención. Trabajamos con autoridades, sistemas educativos y con quienes están en contacto directo con niños, jóvenes y adultos. Invertir en prevención siempre es mejor que tratar”, subraya Rokach.
De cara al futuro, Rokach anticipa que “el informe del próximo año tampoco será optimista. Aún hay soldados combatiendo y pacientes en los que el trauma aflorará durante el año. El uso de medicamentos para tratar ansiedad y depresión ha aumentado en los últimos dos años, y esa cifra no se puede revertir de un día para otro”.
El profesor Shauli Lev-Ran, cofundador y director académico del ICA, agrega: “Nuestro informe anual no sólo destaca la alta prevalencia del consumo problemático de sustancias adictivas, también nos permite desarrollar los servicios adecuados para sanar a la sociedad israelí”.
Ante este panorama preocupante, el ICA actúa en múltiples frentes. El centro atiende a cientos de pacientes en sus clínicas de Netanya y Jerusalén, y este año inauguró “Neta”, una clínica juvenil especializada en adicciones. Además, implementa programas de prevención a gran escala: 283 mil participantes en el programa escolar, 55 mil en el programa municipal “JAMA”, y 21 mil profesionales capacitados en el campus del ICA.
“No podemos relajarnos ni un segundo, estamos en tiempo crítico. Ampliamos los programas y trabajamos con la mayoría de las obras sociales en capacitaciones y acompañamiento para incorporar respuestas terapéuticas a las adicciones en el ámbito comunitario. Formamos médicos de familia y equipos de salud para que puedan detectar y ofrecer una respuesta inicial efectiva cuando sea necesario”, afirma Rokach. Y remarca que para enfrentar el desafío, “se necesita una movilización político-social y el reconocimiento de que la salud mental —incluidas las adicciones— debe estar en el centro de la agenda. Recursos, salarios, apertura de clínicas: todo debe estar presupuestado y los profesionales deben ser valorados”.
La soledad como raíz silenciosa
Para quienes enfrentan una adicción, Rokach aclara: “Creemos en un tratamiento basado en la compasión y sin juicios. El cambio real requiere apoyo y constancia. Es importante saber que existen diversos marcos de atención. Se puede comenzar con una consulta al médico de cabecera o en las obras sociales”. Además, explica: “Cuando se quiere cambiar un hábito y se elimina algo, hay que incorporar otra cosa en la vida: deporte, amistades, pasatiempos. Hay que ayudar a las personas a encontrar una alternativa saludable que les permita afrontar mejor el dolor que llevó al consumo”.
A quienes rodean a una persona con consumo elevado, Rokach les aconseja: “Es clave ofrecer un entorno de apoyo. Saber cómo hablar del tema sin alejar, usar frases como ‘me preocupo por vos, te quiero, te veo, y desde ahí pensemos juntos qué podemos hacer’. No sermonear ni imponer. En cambio, conectar con la raíz del comportamiento y con la dificultad para afrontar la situación”, dice Rokach. “Muchas veces, parte del consumo es producto de la soledad: personas que sienten que su entorno no los comprende”.
First published: 16:56, 17.10.25








