Seamos honestos. Si hubiera cientos de personas de 30, 40 y 50 años hospitalizadas en estado grave con COVID-19, nadie se quedaría en silencio.
Si 430 de ellos hubieran muerto en tan solo un mes como consecuencia del virus, el país se habría detenido, y no por directivas gubernamentales o alguna iniciativa de los funcionarios de salud.
Si esa fuera la realidad, las personas nunca dejarían sus hogares por temor a su futuro y el de sus hijos. Y ellas estarían haciendo lo correcto.
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Una persona despide a un agonizante paciente con coronavirus en el hospital Ichilov de Tel Aviv.
(Ziv Koren)
Si bien está claro que la muerte de una persona de unos 80 años no es tan trágica como la de un niño o un adolescente -tal como lo diría cualquiera que haya tenido la desgracia de enterrar a un hijo pequeño-, la vil minimización de las vidas de los ancianos se ha introducido en el debate israelí.
Los ancianos están enfermos y mueren, dicen algunos, y afirman que el país en su conjunto no debería verse afectado por la amenaza que sufren.
Hay algo muy malo e inmoral en dejar de lado la muerte de personas mayores por coronavirus. Estos son nuestros padres y abuelos. Estas son las personas que construyeron este país.
El cierre impuesto en Israel al comienzo de la pandemia fue relativamente de corta duración y el daño económico duradero fue causado principalmente por las desastrosas políticas del gobierno. Los políticos cometieron todos los errores posibles, tomaron decisiones arbitrarias y tuvieron una conducta absolutamente vergonzosa.
La verdad es que se han impuesto menos restricciones en este país en los últimos seis meses que las que se han implementado en Suecia. Allí, por ejemplo, no permitían bodas masivas, ni siquiera para las familias de referentes religiosos.
Los científicos todavía están estudiando los efectos a largo plazo del virus en la población más joven, e Israel haría bien en considerar su peligro para todos los grupos etarios. Si los hospitales estuvieran colapsados, daría lo mismo si los pacientes fueran jóvenes o ancianos; los resultados serían idénticos.
¿Qué quieren esas personas que piensan que la pandemia de coronavirus no debería afectarlos? ¿Están dispuestos a correr el riesgo de que Israel alcance las mismas tasas de mortalidad que Nueva York o Italia?
Es cierto que la población de Israel es en promedio más joven que en otros lugares y que un número relativamente bajo de personas ha muerto hasta ahora, pero ¿no debería ser un incentivo suficiente para tratar de mantener bajas esas cifras?
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Centro de pruebas de coronavirus de la prestadora de servicios de salud Clalit.
(Clalit)
Los que se describen a sí mismos como expertos nos dijeron que la pandemia no saldría de China y que sólo morirían decenas de personas si así sucediera. Sin embargo, el coronavirus llegó y el número de fallecimientos aumentó en todo el mundo.
Nos dijeron que lo que acontecía en Italia era una aberración y que tantas muertes por COVID-19 no se producirían en ningún otro lugar. Pero sucedió. Señalaron que el calor del verano acabaría con el virus. Pero no ocurrió.
Israel, como el resto del mundo, está luchando contra una crisis inusualmente compleja. Necesita un liderazgo responsable, inteligente y valiente.
Debe realizar más pruebas, aislar a los infectados, rastrear las cadenas de contagio e imponer restricciones a eventos y reuniones masivas. Esto es lo que la ciencia nos dice que disminuirá la propagación de la enfermedad.
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Tropas del Comando del Frente Doméstico reciben instrucciones antes del despliegue durante la pandemia de coronavirus.
(Unidad del Portavoz del ejército)
La falta de coraje para tomar decisiones difíciles e imponer las medidas necesarias ahora resultará en más sufrimiento en el futuro.
Israel fue una luz entre las naciones durante la primera ola de la pandemia, pero no se aprendieron lecciones y los logros de los primeros días fueron borrados por la política sucia, el populismo y la incompetencia demostrada por nuestros líderes. No es demasiado tarde para invertir el rumbo, pero el tiempo se acaba.
