Este Día de la Independencia los israelíes celebramos algo más. ¿Hace cuánto que estamos todos vacunados? ¿Un mes, dos? Somos libres (bueno, casi) de caminar, reunirnos, sentarnos en restaurantes y sentirnos como los neozelandeses.
La independencia del Estado de Israel, que últimamente dábamos por sentada, este año es un verdadero motivo de celebración. Más allá de los 73 años del país, el calendario del COVID-19 muestra que recién ahora logramos la verdadera independencia del virus, y cada uno de los ciudadanos luchó con uñas y dientes para llegar a esta fiesta.
De todas formas este no fue un día de la independencia completo ya que, más que nunca, somos esclavos de las sucesivas elecciones, el estancamiento político, los gobiernos de transición y los presupuestos inexistentes.
En ese sentido, el día más libre del año coincide con un momento de mucha dependencia. ¿Qué camino tomar ante esa paradoja? Festejar, porque este día los israelíes se lo ganaron.
Nos queda liberarnos de la crisis política, mental, social y estatal en la que estamos sumergidos. Hay que superar los ciclos de odio y los procesos electorales inconclusos. Y darnos cuenta que lo que verdaderamente nos une: la independencia. Es una elección que hacemos todos los días, y para mantenerla debemos avanzar rápido.