Churchill
Winston Churchill
Churchill fue un experto del debate político.

Cortesía y modales en la Cámara de los Comunes

En tiempos en que los políticos insultan, difaman y ofenden a sus rivales y sus electores, podemos recordar con nostalgia a Winston Churchill y Levi Eshkol.

Shai Bezek - Adaptado por Leandro Fleischer |
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Cuentan que durante un debate en el Parlamento una de las legisladoras se dirigió a Churchill y exclamó: “Si fueras mi esposo, pondría veneno en tu té”. El entonces primer ministro respondió: “Si yo estuviera casado contigo, lo bebería”.
En el debate político en el mundo occidental, también en Israel, siempre hubo límites claros. Humor, críticas inteligentes, filosos discursos y maniobras políticas fueron y deberían ser también hoy herramientas para las discusiones en el ámbito político. Pero parece que en los últimos años el debate cayó a un nuevo nivel.
Los eternos llamados a elecciones durante el último año, junto con unas redes sociales sin ningún tipo de control, las noticias publicadas en vivo y en directo, la polarización y el griterío, les quitaron el buen gusto a las discusiones políticas.
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Churchill
Churchill
Churchill fue un experto del debate político.
(AFP)
También en Israel, y no sólo en el parlamento británico, había legisladores que sabían discutir. Cuando el primer presidente Jaim Weizmann manifestó que el primer primer ministro no lo dejaba trabajar como quería, no exclamó: “¿Por qué? ¿Quién se cree que es?”, sino que expresó su protesta con la famosa frase: “El pañuelo es lo único que Ben Gurión deja llevarme a la nariz”.
Cuando Levi Eshkol criticó a Meir Vilner, parlamentario del Partido Comunista, afirmó: “Dicen que no hay una persona que pueda equivocarse en un 100% todo el tiempo. Pero usted, señor, sin duda hace un gran esfuerzo para lograrlo”. Y sobre su capacidad para ocupar un cargo de gobierno, sostuvo: “No sé si seré un buen ministro de Agricultura, pero hay una cosa que sí sé: conmigo, las lluvias caerán como corresponde”.
Volvamos a Gran Bretaña. Si bien Churchill era un crítico de la inteligencia de los electores, no los llamó por todo tipo de nombres ofensivos, sino que afirmó que “el mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el elector promedio”.
En Israel, los miembros de la Knesset y los ministros continúan insultándose en el Parlamento, en las entrevistas radiales y televisivas y en publicaciones en las redes sociales. Los partidos se pelean para saber cuál difama más a sus adversarios y sus electores. Utilizan un lenguaje extremadamente ofensivo y vulgar. Mientras tanto, el pueblo observa sorprendido.
Todo insulto es legítimo, toda difamación personal vale. Humillar, mentir, culpar. Todo está permitido. Es una guerra. Hablan de la importancia de un gobierno de unidad y se disparan unos a otros dentro del mismo tanque y fuera de él.
Algunos se consolarán a sí mismos afirmando que este fenómeno no sucede sólo en Israel, y que el mismo presidente de Estados Unidos a veces se expresa de esta forma frente a sus críticos.
Tal vez, en lugar de consolarse a ellos mismos, los líderes y sus partidarios pueden intentar regresar a aquel debate político. Cuando se solía pensar un poco antes de hablar. Cuando había creatividad en la confrontación, ingenio en la escritura y cortesía en la crítica.
Deben recordar que cuando se debatía de esta manera, se mostraba más respeto y aprecio por la inteligencia de la gente y la comprensión de los votantes.
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