Si alguien no tenía claro hacia dónde quiere llevar el proceso electoral Benjamín Netanyahu, el miércoles pasado el primer ministro dio una respuesta clara: no sólo exige inmunidad personal, sino que aspira a obtenerla durante dicho proceso electoral.
La inmunidad no es un derecho fundamental cuando se trata de hechos que no están relacionados con el cargo que se ocupa. ¿La entrega de centenas de miles de shekels están relacionadas con el cargo de primer ministro? ¡Por favor! Y, a pesar de todo, es necesario diferenciar entre el aspecto jurídico y el público.
Desde un punto de vista jurídico, Netanyahu, como todos los parlamentarios, tiene el derecho de solicitar inmunidad. Pero, desde una óptica pública, política y moral, es un acto vergonzoso.
Desde la modificación de la Ley de Inmunidad en 2005, sólo dos parlamentarios pidieron inmunidad: Said Nafa, de Balad, y el exministro Haim Katz. Netanyahu es el tercero.
Nafa fue acusado de “contacto con un agente extranjero”. Si bien se trató de un delito, éste estaba relacionado con su postura política.
Katz, acusado de fraude y abuso de confianza, aseguró que actuó en el marco de sus funciones.
Sin embargo, el caso de Netanyahu es diferente y marca un precedente. Él necesita confrontar con el poder judicial para que su campaña se centre en el armado de causas en su contra con el fin de victimizarse.
Seguramente la oposición bailará al ritmo de Netanyahu. El primer ministro preparó una trampa, y sus rivales se apresurarán a ingresar en ella, debido a que las campañas electorales se suelen centrar en el "Sí a Netanyahu" y en el "No a Netanyahu", tal como el primer ministro desea, ya que en ese terreno se siente fuerte.
Debemos reconocer que, además, las acciones de Netanyahu están relacionadas con la corrupción pública, pero no con la penal. Y, más grave aún, el accionar del poder judicial despierta sospechas.
Esta compleja situación no revela conspiraciones, pero refuerza el argumento de las motivaciones políticas de los funcionarios del sistema judicial. Es cierto que los actos atribuidos a Netanyahu son graves, más allá de esas motivaciones; pero el primer ministro ha logrado dar la impresión de que se trata de una conspiración y de un complot en su contra. Y hay muchos que compran esos argumentos.
Aquí hay una apuesta. Netanyahu quiere creer que la próxima Knesset será más cómoda para él. Y siempre que todo dependa de él, si los resultados de las terceras elecciones terminan siendo similares a los de la votación anterior, habrá una cuarta jornada electoral.
El interés personal de Netanyahu es más importante para él que el interés nacional. Durante las primarias, un cuarto de los miembros del Likud votaron en su contra, por lo que demostraron que el interés nacional está por encima del de Netanyahu. Y eso demuestra que hay una derecha que piensa que el tiempo del primer ministro ha acabado.