El bloque de centro izquierda siente que su líder los traicionó y les cuesta digerirlo. El odio hacia Benjamín Netanyahu no le permite aceptar que cualquiera que haya prometido no sentarse bajo su ala finalmente se disponga a hacerlo.
Estos sentimientos son comprensibles, pero se debe mirar el panorama que afronta Benny Gantz y recordar la declaración del estadista alemán Otto Von Bismarck: “La política es el arte de lo posible”. La frase busca que se reconozca los límites del poder y de las medidas políticas que se toman para lograr objetivos. Y Gantz entendió sus limitaciones de poder político.
Podría haber apostado por la formación de un gobierno minoritario. Pero no está claro si hubiera podido lograr una mayoría para tal objetivo, y además resulta difícil imaginar cómo hubiera sobrevivido un gobierno de 40 miembros de la Knesset, apoyado externamente por un partido de derecha y otro árabe.
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Resulta difícil pensar ´como hubiera sobrevivido un gobierno minoritario de 40 miembros de la Knesset.
(Prensa de la Knesset, Gideon Sharon))
Las comparaciones con los gobiernos minoritarios de Itzhak Rabin son infundadas. Rabin tuvo un mínimo de 56 parlamentarios en su coalición (la mayoría de las veces tuvo entre 59 y 62) y era apoyado por partidos árabes menos radicales que aquellos que forman parte de la Lista Árabe Conjunta. Y aun así el funcionamiento de esos gobiernos fue complejo.
Gantz también podría haberse esforzado en implementar una ley que impida la postulación de Netanyahu para primer ministro y apoyar desde afuera a un gobierno de emergencia por un período corto. Pero no queda claro como ese camino le hubiera facilitado la formación de un gobierno más adelante. A lo sumo, le permitiría a Netanyahu ganar tiempo.
En definitiva ambas estrategias jugaban a favor de Netanyahu, cuyos discursos sobre la unión de Gantz con la alianza árabe y la persecución personal que recibía sería convertido en un sello que lo fortalecería electoralmente. Mientras Lapid e Yahalon desistieron de ejercer su poder político, la única opción que le quedó a Gantz es la que tomó: comprender sus límites de poder, al mismo tiempo que intenta cumplir con las promesas que le hizo a sus electores.
La mayoría de los votantes de Kajol Labán quieren que Netanyahu no sea primer ministro debido a los procesos judiciales en su contra, pero la situación política y legal en Israel no lo permite en este momento. La cuestión central que Gantz debe garantizar es que su ingreso al gobierno evite una legislación que interfiera con los procedimientos legales de Netanyahu, y que ese juicio comience lo antes posible.
Con las diferencias del caso, y parafraseando a David Ben Gurión durante la Segunda Guerra Mundial cuando dijo que “debemos ayudar a los británicos como si no hubiera Libro Blanco, y luchar contra el Libro Blanco como si no hubiera guerra”; Gantz y su partido deben unirse a Netanyahu como si no hubiera causas, y asegurarse de que sea enjuiciado como si no compartieran el gobierno. Inclusive sin la crisis del coronavirus, un Estado no puede funcionar tanto tiempo sin un gobierno.
No sorprendería que Netanyahu haga todo lo posible para evitar ese juicio. Pero precisamente en este momento, cuando no se sabe cómo serían unas cuartas elecciones, cuando el sentir del pueblo está lejos de una campaña electoral, y cuando una grave crisis económica acecha, unirse al gobierno de Netanyahu tal vez es la única manera de garantizar que ese juicio sí se desarrolle.
