Deri, Gafni y Goldknopf, miembros ultraortodoxos de la coalición de gobierno.
Deri, Gafni y Goldknopf, dirigentes ultraortodoxos.
Ynet
Decenas de miles de ultraortodoxos se manifestaron en Jerusalem.

La encrucijada israelí: entre la ley y la fe

Opinión. El conflicto entre el Estado y el liderazgo ultraortodoxo ya no es marginal: es estructural. La evasión del servicio militar y el rechazo a la soberanía nacional exigen una respuesta política clara: no deben integrar el próximo gobierno.

Ari Shavit |
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Nunca compartí el odio visceral que algunos de mis amigos sentían hacia quienes usan kipá, visten tzitzit o dejan crecer su barba. Nunca entendí la necesidad de despreciar al otro por elegir vivir de forma distinta, en su lugar y en su comunidad. Sentía que había elementos de racismo y xenofobia en la forma en que muchos laicos se referían a los ultraortodoxos que no habían cometido ningún delito. Incluso sentí —y sigo sintiendo— simpatía por quienes se esfuerzan, insisten y se emocionan al servir a Dios en Bnei Brak.
Hoy sigo siendo igual. No estoy dispuesto a generalizar. No quiero perseguir. Intento no odiar. Pero el comportamiento del establishment rabínico y político ultraortodoxo en los últimos dos años logró quebrarme. Ya no se puede aceptar la deserción masiva en tiempos de guerra. No se puede tolerar la rebelión abierta contra el Estado. No se puede guardar silencio cuando uno de los hijos del pueblo judío se excluye a sí mismo y le da la espalda a su gente.
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Decenas de miles de ultraortodoxos se manifestaron en Jerusalem.
Decenas de miles de ultraortodoxos se manifestaron en Jerusalem.
Decenas de miles de ultraortodoxos se manifestaron en Jerusalem.
(Shalev Shalom)
Los datos son conocidos: cuando el público ultraortodoxo recibió los acuerdos de exención en los primeros años del Estado de Israel, representaba alrededor del 3% de la población. Hoy constituyen casi el 14% de la población general y cerca del 18% de la población judía del país. Para el centenario del Estado, se espera que superen el 22% del total y se acerquen al 30% de los judíos israelíes. Esto significa que la “cuestión ultraortodoxa” se ha transformado en una cuestión de “ser o no ser”. Si absorbemos correctamente la inmigración masiva desde Beitar Illit, Elad y Mea Shearim, el cielo es el límite.
Una integración plena del capital humano ultraortodoxo en los sistemas del Estado, la educación, la economía y el ejército traería una prosperidad sin precedentes. Pero si permitimos que sigan evadiendo su parte en la carga israelí, la camilla caerá al suelo. El hecho de que una minoría grande y creciente actúe por cuenta propia, sin asumir responsabilidades ni contribuir al esfuerzo nacional, nos llevará al colapso interno. Israel se convertirá en un país del tercer mundo: oscuro, débil y pobre, incapaz de resistir el próximo 7 de octubre.

De reserva a imperio: el giro de la historia

El desafío es claro y simple. Cuando David Ben-Gurión se reunió con el Jazon Ish en octubre de 1952 para discutir cómo podían convivir religiosos y no religiosos en el Estado de Israel, la comunidad ultraortodoxa se asemejaba a una pequeña reserva que intentaba evitar la extinción. Pero cuando Itzjak Goldknopf, Moshe Gafni y Meir Porush lideran un gobierno que va a la guerra mientras sus hijos no sirven, la situación es completamente distinta. La reserva se convirtió en un imperio de separatismo, cuya negativa a someterse a la soberanía y a la ley pone en peligro la existencia misma del Estado.
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Deri, Gafni y Goldknopf, miembros ultraortodoxos de la coalición de gobierno.
Deri, Gafni y Goldknopf, miembros ultraortodoxos de la coalición de gobierno.
Deri, Gafni y Goldknopf, dirigentes ultraortodoxos.
(Ynet)
La dirigencia ultraortodoxa debería haberlo comprendido. Debería haber internalizado que el éxito de la sociedad de estudiosos implica asumir responsabilidades. Debería haber entendido que, al crecer, madurar y alcanzar la mayoría de edad, la comunidad ultraortodoxa tiene el deber de cumplir con las obligaciones que permiten la existencia del Estado judío. Y cuando vivimos el pogromo del 7 de octubre, era natural esperar una toma de conciencia. Un despertar. Que los propios ultraortodoxos se acercaran al conjunto de Israel y dijeran: entendimos. Hasta aquí. Es hora de redefinir nuestra relación con el Estado y el pueblo.
Pero lo que ocurrió fue exactamente lo contrario. El exministro Itzjak Goldknopf bailó con jóvenes al ritmo del himno rebelde: “No creemos en el gobierno de los herejes” y “No nos presentamos en sus oficinas”. El rabino Itzjak Yosef ordenó a quienes recibieron citaciones que las rompieran. Y el nuevo grito de guerra, cada vez más popular, fue: “Moriremos antes que enlistarnos”. En ese contexto y con ese espíritu, se convocó ayer en Jerusalén la “manifestación del millón”. Cientos de miles fueron llamados a alistarse bajo la bandera del rechazo, el separatismo, la arrogancia y la rebelión. El mundo de la Torá declaró una guerra total contra el mundo de la nacionalidad, el Estado, el sionismo, la democracia y el progreso.

Una encrucijada sin margen de error

Ahora la imagen es clara: o nosotros o ellos. O la mayoría sionista o la minoría fanática. O el Estado o los que se rebelan contra él. O quienes cargan la camilla o quienes desertan. No habrá renacimiento si perdemos esta batalla. Esta vez no se puede ceder, no se puede retroceder, no se puede titubear. Y como escribió alguna vez Zeev Jabotinsky en otro contexto: sí, romper. Todos los sectores sionistas de Israel deben unir fuerzas y comprometerse a que en el próximo gobierno no haya representación de partidos ultraortodoxos. Sólo la formación de un gobierno sionista amplio, sin no-sionistas, ofrecerá una respuesta adecuada a los evasores. Sólo un gobierno fuerte, sin Goldknopf ni Gafni, podrá dirigirse a la comunidad ultraortodoxa por encima de su liderazgo, que ha perdido el rumbo.
Para diseñar otra Israel, debemos apartar por un tiempo a los políticos ultraortodoxos y tender la mano a los ciudadanos y ciudadanas ultraortodoxos. Ha llegado el momento de romper los núcleos de poder extorsivo del separatismo antiestatal ultraortodoxo.
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