Los israelíes que votaron a criminales convictos como Aryeh Deri o Itamar Ben-Gvir, o a alguien que todavía está siendo juzgado como el primer ministro simplemente están expresando su desconfianza en el sistema judicial.
Algunos argumentarán que sí confían en el sistema, pero que la necesidad de un líder fuerte como uno de los tres mencionados eclipsa su confianza en el poder judicial.
La verdad es que a la gente le gustan los líderes poderosos, y encuentran casi natural que los poderosos hagan uso de su influencia. Si no lo hace, sencillamente no lo considerarán un verdadero líder.
Algunos lo admiten, mientras que otros se lo guardan para adentro.
Recuerdo una historia que me contó un alto funcionario de seguridad sobre un dirigente palestino cuya casa en Cisjordania fue bombardeada y una de las paredes se derrumbó, dejando al descubierto un jacuzzi dorado en su interior.
El estamento de defensa estaba seguro de que esto dañaría la reputación del líder tras haber salido a la luz su corrupción, pero en la práctica ocurrió exactamente lo contrario y se hizo aún más popular. Nosotros mismos no somos tan diferentes y muchos admiramos el poder y la corrupción.
Pero no hay nada nuevo bajo el sol. En el primer libro de Samuel, el pueblo de Israel exigió al profeta que nombrara un rey. Samuel intentó explicarles que un rey abusaría y explotaría al pueblo de diversas maneras, pero ellos se mantuvieron inflexible. La Biblia puede enseñarnos mucho sobre cómo piensan las sociedades que rehúyen la democracia.
La democracia no se da por supuesta y requiere una cierta tradición y un marco psicológico como requisitos previos.
Los estadounidenses pueden dar fe de ello, ya que invadieron Irak hace dos décadas para llevar la democracia a su pueblo, que a su vez sigue revolcándose en su propia sangre hasta el día de hoy.
Para pensar en términos de derechos individuales y autorrealización -valores esenciales en toda sociedad democrática-, el individuo debe primero separarse del grupo, liberarse de su presión y concentrarse en sí mismo.
Este proceso, que se viene produciendo en Occidente durante los últimos 500 años, y engendró la creatividad, la ciencia y la democracia.
La creatividad que viene de dentro es lo contrario de la imitación que viene de fuera; la ciencia es lo contrario de la religión y un hombre de ciencia deposita su confianza en sí mismo y en sus conocimientos y no en un poder superior.
Al final de este proceso democrático, el individuo elige libremente al gobernante que le sirve, y no al revés, como ocurre en una dictadura donde el individuo es un siervo del gobernante.
En las sociedades no democráticas, el individuo busca la autoridad en el exterior y la teme, por lo que le cuesta aceptar la responsabilidad personal. Los padres autoritarios, habituales en las sociedades tradicionales, fomentan este patrón de comportamiento incluso en la edad adulta.
Y esto nos lleva de nuevo al punto de partida: ¿Por qué los ciudadanos eligen conscientemente a líderes corruptos y a quienes perjudican su democracia? ¿Cómo llegaron algunos regímenes a ser antidemocráticos utilizando el proceso democrático?
La respuesta es que seguimos siendo una sociedad tribal y muchos de sus habitantes miran hacia fuera y exigen una figura de autoridad fuerte.
A estas personas les preocupan menos los derechos individuales y su propia autorrealización, y piden una mayor cohesión de grupo y sensación de poder.
Estos son signos de que Israel va camino de convertirse en un país tercermundista. Los corruptos son elegidos para el poder, cambian las reglas para poder hacer lo que les plazca y luego se jactan de poner orden.
Pero no debemos culparlos. Nosotros los elegimos, y por un margen considerable.
Admitámoslo, nos gustan los corruptos que abusan de su poder. Empatizamos con ellos, quizá por la esperanza de convertirnos en ellos.
Ofer Grosbard es psicólogo clínico, investigador cultural, escritor israelí y profesor de la Universidad de Tel Aviv.