La campaña electoral para la 25ª Knesset, seguida de la formación del actual gobierno, hizo que se volviera a hablar de la pena capital para los terroristas.
Con las emociones tensas tras el atentado terrorista cerca de una sinagoga en Jerusalem, ciudadanos enfurecidos gritaron "muerte a los terroristas" cuando Itamar Ben-Gvir, ministro de Seguridad Nacional y Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel visitaron el lugar del ataque.
Es comprensible el deseo de que los asesinos reciban el castigo que merecen -la muerte-, tanto si se pide con la ira y las emociones exacerbadas como más tarde, cuando los ánimos se hayan calmado.
Un terrorista no merece ver la luz del día.
No hay duda de que, si es posible, hay que eliminar al terrorista en el momento del atetando para evitar más muertes de inocentes. Pero mi desacuerdo con la pena capital comienza cuando el atentado ya terminó.
¿Qué debemos hacer como Estado con un terrorista que sobrevivió tras cometer su atentado? ¿Deberíamos actuar como Dios y ejecutarlo? No creo que debamos.
Legislar la pena capital sólo conduciría al resultado contrario y convertiría a los terroristas en héroes y mártires públicos. Cada sonrisa y comentario de la persona juzgada por su vida se magnificaría fuera del tribunal, causando más dolor a las familias de sus víctimas.
Estos cobardes asesinos se propusieron matar, están preparados e incluso dispuestos a morir. Regalarle sus 15 minutos de fama sólo serviría para avivar las llamas.
No me preocupa el destino de estos terroristas. No ocupan un lugar destacado en mi lista de prioridades. Me preocupa el pueblo israelí. La pena capital perjudicará a la sociedad de Israel. Seguramente habrá quienes celebren las ejecuciones. Puede hacer que perdamos nuestra humanidad y nos parezcamos más a nuestros enemigos.
La pena capital para los terroristas no debería estar sobre la mesa. No por respeto a los terroristas, sino por respeto a nosotros y a nuestro bienestar físico y mental, para que podamos seguir manteniendo nuestros valores de justicia, verdad y moral.
