Israel está en llamas. Bueno, algo así. Tal vez ahora más que antes. La desconfianza, la frustración, la decepción y el miedo empujan a muchos a hacer algo. En un breve lapso de tiempo se llevaron a cabo varias manifestaciones; similares y diferentes. En todas se le exigía al gobierno actuar. Había una combinación de opositores a Netanyahu con aquellos que están decepcionados con Gantz y los que luchan contra la corrupción, pero especialmente había un grupo de personas sin posiciones políticas; ciudadanos preocupados por su difícil situación actual y por su futuro.
Los gobiernos de Israel, incluidos los de Benjamín Netanyahu, han sido testigos de muchas manifestaciones. Las de los discapacitados, las de la denominada “protesta de las carpas”, las de los miembros de la comunidad etíope, las de los árabes, las de los drusos, las de los ortodoxos, las de los integrantes de la comunidad LGBT y las de diversas organizaciones que representan diferentes intereses. ¿Y qué? Algunas de las manifestaciones derivaron sólo en pequeñas modificaciones de leyes e influyeron menos aún en las vidas de aquellos que protestaron.
Los políticos suponen que todo esto terminará con un mínimo de presión e influencia pública, con un mínimo de transparencia y sin la necesidad de ser críticos respecto de su desconexión de la gente y de los errores repetidos y trágicos en la gestión de crisis. Ellos hacen el espectáculo que tienen que hacer y toman decisiones para apaciguar la ira de las masas. Comprenden lo que los ciudadanos no entienden: todo seguirá igual, y todo lo que fue es lo que será.
En el futuro cercano habrá innumerables protestas. Muchos ciudadanos gritarán en las calles y en las redes, por momentos se unirán pero a menudo actuarán por separado. No importa cuán fuerte sea una protesta, su efectividad es limitada al corto plazo. Con el polvo, casi nada quedará. Nada cambiará excepto algunos beneficios y ayuda para los desempleados y las empresas. Para los funcionarios electos esto no es una pequeña quemadura, sin embargo, a ellos les gusta jugar con fuego.
La situación actual, en realidad, abre una ventana de oportunidad para un cambio más profundo, y en esto es lo que hay que centrarse. Debe establecerse un nuevo liderazgo que genere medidas a largo plazo es la única posibilidad que tenemos para un futuro mejor. No debe ser un liderazgo que encaje en el sistema existente, porque hemos visto lo que les sucede a todos desde el momento en que juran, sino uno que cambie el sistema. El actual ya no es relevante. Refleja un mundo antiguo que sirve solo al gobierno y que daña a los ciudadanos continuamente.
Crecimos de rodillas ante la noción democrática de que la separación entre el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial crea equilibrios y nos cuida. Sin embargo, este no es realmente el caso. Nadie nos está cuidando y es dudoso trabajen por nuestro bien y nuestro bienestar. Incluso el poder judicial.
Por lo tanto, es necesario cambiar el sistema para crear un equilibrio real y una democracia verdadera. Debemos establecer una cuarta autoridad, una autoridad civil, que opere de manera legítima y efectiva junto con las tres autoridades existentes. Un cuerpo paralelo a la Knesset que represente a los ciudadanos y trabaje para crear confianza y una nueva legislación e influya en las prioridades y los procesos de toma de decisiones de las otras autoridades. No es un organismo que trabaje contra ellos, sino en asociación con ellos.
**Omri Gefen es especialista en cooperación, confianza, mediación y negociación y socio del Centro Goma para la Mediación.