El transporte público en Shabat, que está a punto de ponerse en marcha en Tel Aviv y alrededores, es un gran salto hacia abajo. No es simplemente “una erosión más”, sino un cambio drástico. No se trata sólo de autorizarlo, y de darle un permiso o el consentimiento. Se trata realmente de una cantidad importante de dinero del Municipio. Pero no es una sorpresa; hace ya muchos años que se preveía que ni siquiera las decisiones del gobierno lo iban a poder impedir.
El abanico de reacciones posibles es muy amplio: desde tratar de detener el proceso por la vía política, pasando por abandonar la coalición y afirmar de manera inequívoca que no podemos ser cómplices de ello, hasta entender a fondo hasta qué punto es imposible vincular al pueblo de Israel con el Shabat por ley.
Cada una de las posibilidades tienen su lógica, sus ventajas y sus inconvenientes, y nadie puede afirmar que su opción es la correcta o la mejor. Los resultados, hasta ahora, lo demuestran. Es importante señalar con énfasis: por supuesto que aquí no está en juego ni se cuestiona la halajá. Con la halajá no se hacen concesiones. En Shabat también está prohibido viajar en un vehículo privado, y de ningún modo el Estado o el Municipio han de promulgar las leyes relativas al Shabat. Lo que está en juego es la responsabilidad del Estado y del Municipio ante este desafío. Y como hemos dicho, puede haber diferentes opiniones y matices al respecto, y todas ellas tienen su lógica, sus ventajas y sus inconvenientes.
Primero pongámonos de acuerdo
Hace ya muchos años que pienso que hay que optar por un acuerdo, lo que tiene muchas ventajas y no pocos inconvenientes, pero es la mejor vía. No se trata, Dios no lo permita, de ponerse de acuerdo en cuestiones que profanan la halajá, sino en llegar a un consenso sobre la forma en la que intervendrán el Estado y al Municipio, y en qué no lo harán, así como sucede en muchas otras cosas. Y de ese modo dejar el terreno libre para lo principal: que el pueblo de Israel tenga en cuenta cada vez más el Shabat y su santidad.
En primer lugar, con franqueza y honestidad; sin hipocresía. Quien dice que hay que luchar con todas las fuerzas en ese plano no se debe esconder detrás de palabras y declaraciones, sino hacer aquello en lo que cree. Y quien sostenga que hay que llegar a un acuerdo, que proponga en qué consistirá éste. Que quienes hablan no hagan como los cantantes, que piden un pago a cambio de su actuación. Que se ponga fin a la gran brecha existente entre hacer declaraciones por el solo hecho de hacerlas, y acciones concretas.
En segundo lugar, es necesario interiorizar cada vez más el gran principio: que lo más importante en la relación entre el pueblo de Israel y el Shabat sea a través del espíritu, a la luz de la Torá y de dominio público, al tiempo que se abren de par en par los mundos de la fe y el arte del Shabat, santificando el nombre de Dios de pueblo en pueblo y de una ciudad a otra y dedicándose al Shabat. No por la fuerza, sino con el espíritu.
*El autor de este artículo es responsable de ética en la asociación de rabinos “Tsóhar”, miembro de la comisión Helsinki y director del colegio rabínico (yeshivá) Orot Shaúl.