¿Saliste a protestar y de alguna forma no llamaste “nazi” a ningún policía? Si no lo hiciste, aparentemente no cuenta.
A 80 años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y 75 desde que los Aliados liberaron a esos despojos humanos, quemados en las llamas del infierno que fueron los campos de concentración y de exterminio, nos encontramos sumergidos en una realidad extraña.
El controvertido profesor ortodoxo Yeshayahu Leibowitz fue el primero en acuñar la frase “judío nazi”, y a medida que las tensiones en la sociedad israelí se profundizan, el término “nazi” ha hecho presencia en casi toda protesta.
Vimos a los simpatizantes de Benjamín Netanyahu exclamar “¡Nazi!” durante las protestas de derecha de la semana pasada, pero también en las manifestaciones de los opositores al primer ministro.
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La palabra "nazi" pudo oírse durante una manifestación a favor de Netanyahu.
(Motti Kimchi)
El uso de este término horrible aparece en todos los sectores de la sociedad israelí -ultraortodoxos, etíopes, seculares, la izquierda y la derecha. Todos tienen sus propios nazis.
Los policías y periodistas son víctimas populares, pero la palabra puede ser lanzada contra cualquiera que se atreva a pensar de forma distinta, y esta conducta es más indicativa de la ignorancia de quienes lo usan más que de cualquier otra cosa.
Los cínicos dirán que el término “nazi” es empleado tan frecuentemente que perdió su impacto y ya no es ofensivo. Aquellos que frecuentemente son los receptores de esta palabra despectiva tal vez se hayan acostumbrado, no lo sé. Pero el problema es que la memoria de las víctimas de los nazis está siendo pisoteada.
El uso masivo del nombre de aquellos detrás del Holocausto es irrespetuoso hacia los seis millones que murieron, su sufrimiento y el sufrimiento de los sobrevivientes y sus descendientes, y es un mayor insulto para quienes usan la palabra que para quienes son el blanco de ella.
El uso de este término en manifestaciones políticas minimiza la crueldad de los nazis originales, y no hay un solo policía en Israel, ni siquiera el más cruel, que se asemeje a un soldado de las SS de Auschwitz, Treblinka o Majdanek.
No pueden y no podrían nunca compararse con aquellos que abrieron las puertas pesadas de los vagones de otro tren de la muerte (que usualmente llegaba con más pasajeros muertos que vivos) y gritaban “schnell, schnell” (“rápido, rápido”) mientras los perros ladraban y las luces de las torres de guardia cegaban a sus víctimas.
Ninguna forma de control de multitudes, por inapropiada o criticable que sea, se compara con los momentos de horror en esas plataformas.
No hay ningún tipo de sufrimiento en el Israel de 2019 que podamos comparar con un solo día en Auschwitz-Birkenau o una hora junto a una fosa común en Paneriai, Lituania.
No hay un solo periodista en Israel, ni siquiera el más xenófobo, que se asemeje a los soldados nazis que arrancaban a bebés de los brazos de sus madres, separaban a niños de sus padres -desnudos como en el día en que nacieron-, y sistemáticamente les disparaban.
Y tal vez este año, el 80° aniversario del comienzo del horror y el 75° de su fin, podamos cuidar lo que decimos, incluso cuando estemos bombardeados por insultos durante una discusión acalorada, en el nombre y el recuerdo de nuestros hermanos que fueron masacrados en Europa.
Debemos respetar a aquellos con cuyas opiniones estamos en desacuerdo. Podemos protestar y expresar nuestro dolor, pero debemos hacerlo de forma respetuosa.
Debemos unirnos y evitar llamar a otras personas “nazis” a menos que sean miembros de un grupo neonazi, y el Cielo sabe que ya hay demasiados de ellos.
