Con un suéter deportivo oscuro y un sombrero de visera roja con su marca registrada, “Make America Great Again”, hace unos días Donald Trump ingresó al comedor del club de miembros de su finca en Mar a-Lago. La sonrisa se borró de su rostro cuando ninguno de los presentes levantó la cabeza del plato. No estaban pendientes de él, sino del bistec. Entonces agitó las manos de manera desesperada y pidió un aplauso. Tuvo que reiterar el pedido para recibirlo.
El video que documenta esta situación, filmado por uno de sus asistentes, se volvió viral en redes sociales. Pero eso no refleja la relación de Trump con sus electores de base, esos que lo seguirán contra viento y marea hasta que logre volver al sillón principal de la Casa Blanca, un sitio que consideran arrebatado de manera ilícita.
A diferencia de otros presidentes que terminaron su mandato, Trump no recaudó dinero para fundar una biblioteca que lleve su nombre y así preservar su legado. Tampoco se sentó a escribir sus memorias. Volvió al ruedo, a los grandes mítines de campaña, y llevó consigo todo su ruido: en la entrada de esos actos se venden camisetas con su retrato y leyendas que rezan “Dios, armas y Trump”, la santísima trinidad de los miembros de su culto.
Trump despreció a los gritos que una comisión especial de la Cámara de Representantes evalúe cuál fue la participación del ex presidente en los disturbios del 6 de enero de 2021. Ese día sus seguidores, inspirados en sus mensajes, irrumpieron en el Congreso, la fortaleza de la democracia estadounidense. A pesar de los intentos judiciales de impedir que prospere la investigación, días atrás los encargados de la comisión recibieron 700 hojas del Archivo Nacional que documentan las acciones de Trump en esas horas agitadas. Quienes lo investigan no descartan la posibilidad de determinar la existencia de un delito.
A diferencia de otros presidentes que terminaron su mandato, Trump no recaudó dinero para fundar una biblioteca que lleve su nombre y así preservar su legado.
Debido a que está bloqueado en las redes sociales, Trump maneja la comunicación con sus seguidores a través de mensajes de texto y correos electrónicos, en los que promete su regreso. Un simple anuncio sobre sus intenciones le bastó para recaudar 100 millones de dólares en pocas horas. Y no le preocupa especialmente la lucha interna en el Partido Republicano: considera, aparentemente con razón, que los votantes lo preferirán a él antes que a dos copias livianas de Trump, como son considerados su ex secretario de Estado, Mike Pompeo; y Ron De Santis, gobernador de Florida.
La estrategia de Trump es la siguiente: que los republicanos ganen las elecciones de medio término de la Cámara de Representantes y el Senado, presentarse como el autor de esa movida política y subirse a esa ola de éxito para volver a la carrera por la presidencia en 2024. Allí buscará derrotar a Joe Biden, un presidente con bajas calificaciones en su primer año de mandato, y gritar a los estadounidenses en voz alta: “Se los dije”.
Mientras tanto, Trump gana un apoyo sin precedentes dentro del Partido Republicano. Todo candidato que se presente a elecciones saben que no deben enfadar al rey, ya que una palabra suya contra alguno de ellos puede terminar con sus aspiraciones. Su magia negra todavía funciona y por eso ruegan su bendición.
En las elecciones presidenciales los 72 millones de votos que recibió Trump no fueron a ninguna parte. Pero esta misma tropa de votantes determinará la suerte de las elecciones intermedias. Quien pensó que Trump estaba acabado por su fracaso y se quedaría en la oscuridad se equivocó: él está preparando su regreso.
