"Los visitantes piensan que, incluso tres generaciones después, deberíamos estar de luto las 24 horas del día, los siete días de la semana", comenta Dawid Karlik, estudiante de idiomas de una escuela superior situada tan sólo a 200 metros de la entrada al campo de exterminio.
Por esa puerta pasaron centenares de miles de deportados de Europa, en su gran mayoría judíos, antes de ser exterminados en las cámaras de gas o de morir debido al trabajo inhumano, el hambre, las enfermedades o los experimentos médicos.
"Sí, conocemos la historia. Por ejemplo, el edificio de nuestra escuela sirvió de hotel a las mujeres de las SS", la policía política alemana, añade Dawid.
"Los alemanes erigieron aquí el mayor campo de la muerte, pero nosotros, los habitantes de Oswiecim, no tenemos nada que ver. Lo recordamos y tenemos que vivir normalmente con este pasado difícil", añade Anna Duda, estudiante de gestión.
Dawid trabaja en la librería del museo de Auschwitz y quiere convertirse en guía. Este año el lugar batió un récord, con 2,3 millones de visitantes. Pero normalmente los turistas sólo hacen un rápido viaje de ida y vuelta desde Cracovia y no se alojan en Oswiecim, que tiene 800 años de historia. Pareciera que los turistas huyen de la ciudad y de su pasado.
Porque todo hace pensar en aquel terrible momento histórico: la mitad de los nombres de las calles tienen relación con el campo de exterminio. En la esquina de las llamadas calles de los Deportados y del Campamento, una fosa común alberga los restos de 700 prisioneros. En todas partes, las placas recuerdan a las víctimas del nazismo.
Llama siempre encendida
Los ciudadanos de Oswiecim saben bien que su ciudad siempre estará asociada con el Holocausto, como Hiroshima lo está a la bomba atómica.
"Los habitantes de aquí mantienen la llama encendida", explica Jerzy Tobiasz, un minero retirado. "Al menos tenemos la suerte de recibir a jefes de Estado. He visto con mis ojos al canciller alemán Helmut Kohl. Y al papa Francisco", expresa. Este viernes, tal vez vea con sus propios ojos a la canciller Angela Merkel, que visitará el campo por primera vez.
Para intentar romper con la imagen negativa de la ciudad, un periodista de Oswiecim, Dariusz Maciborek, lanzó el "Festival Oswiecim de la Vida". Estrellas del rock como Santana o Sting vinieron a cantar por la paz en el mundo ante miles de personas reunidas en un estadio. Pero debido a la falta de fondos, la décima edición del evento, este año, tuvo que ser suspendida.
El campo de concentración tenía 42 km2. Para construir los barracones y los hornos, los nazis expulsaron a los habitantes de ocho aldeas. El museo, pese a ser muy grande, ocupa tan sólo 2 km2. Es decir, una parte importante del campo estaba fuera de ese perímetro y los voluntarios que se ocupan de la Fundación para la memoria de Auschwitz luchan para salvar del olvido todo lo que puedan.
Hubo una época en la cual los jóvenes que vivían en Oswiecim recorrían las chatarrerías locales buscando herramientas que hubieran pertenecido al campo o coleccionaban vajilla que haya estado en poder de las SS.
La Fundación también obtuvo ayuda financiera para reconstruir la inmensa cantina de las SS cerca del campo, y el pasado mes de febrero se rehabilitaron dos edificios en ruinas: un almacén de patatas y otro de coles.
"Hay que salvar todo. Los visitantes podrán entender mejor lo que fue la vida en el campo", manifiestan los portavoces de la Fundación.