Al mismo tiempo que aumenta el número de israelíes infectados con coronavirus, parte de los cuales están graves y con respirador artificial, hay una tendencia muy positiva. Decenas de israelíes infectados con coronavirus se curaron, se los dio de alta y regresaron a sus hogares. Ahora, en la casa, tratan de recuperar el tiempo perdido junto a sus familias e instan a los israelíes a que cumplan las reglas. “No hay que poner en peligro a la gente que corre el riesgo de enfermar”.
En el Centro Médico Padé-Poría de la ciudad de Tiberíades se despidieron hace pocos días de uno de los pacientes más veteranos de coronavirus, que afortunadamente se curó y regresó a su casa. Se trata de Shlomo Amiel, un habitante de Tiberíades que cuando se encontraba hospitalizado cumplió cuarenta y siete años y lo celebró con el personal del departamento, que le llevó una torta a la zona de aislamiento y le cantó el “cumpleaños feliz” a través de la televisión en circuito cerrado.
“No sé qué pasa en otros hospitales de Israel, pero aquí había profesionales muy especiales”, contó desde su casa, donde se sigue recuperando. “Ellos trataron no sólo la enfermedad, sino que también mi estado de ánimo. Me preguntaban qué me gusta comer, qué revista quiero leer. Y celebraron mi cumpleaños en el departamento especial de coronavirus… Aparentemente gestos pequeños, pero que hacen tanto bien al alma…”
Y Amiel agregó: “Cuando uno está en esa situación, es como tener un juicio y no saber cuál va a ser la sentencia. Pero cuando llegaron los resultados del laboratorio, el personal –encabezado por el doctor Moshé Matán– se puso a bailar; todos se alegraban por mí”.
Amiel estuvo la primera semana de marzo en París, donde tuvo lugar el casamiento de un familiar. Cuando regresó a Israel comenzó a sentirse mal, y afortunadamente fue el mismo día en el que se anunció que todos los que volvían del extranjero tenían que aislarse. “Tuve tanto miedo que me fui directamente a casa. Ni siquiera fui a visitar a mis padres. Era la víspera de Purim, y empecé a sentir dolores. Pasaron varios días hasta que la Estrella Roja de David vino a casa a examinarme. Y el viernes me llamaron del Ministerio de Salud. Me dijeron que yo era el enfermo número 132, y que vendría una ambulancia a llevarme. Pasé tres sábados en el hospital”, comentó Amiel, que es una persona creyente.
En el departamento de aislamiento conoció al primer paciente declarado grave en Israel: el conductor de un autobús de peregrinos, que se contagió mientras trabajaba. “Me contó que en su caso hubo un examen que dio negativo y después otro que dio positivo, que yo tenía el coronavirus, por lo que no me hice ilusiones para no decepcionarme. Aunque mi estado no era tan malo como el de él, cuando llegó el primer resultado de la prueba y dio negativo se lo conté sólo a mi esposa y no a toda la familia”.
Los familiares de Amiel que estuvieron aislados en confinamiento después de que él se infectara, afortunadamente no enfermaron. Su hijo mayor, que acaba de iniciar el servicio militar, fue a visitar a su padre y regresó a la base después de recibir su bendición con un beso.
“Mi mensaje es que en esto no hay ricos ni pobres”, dijo Amiel. “Todos son iguales, todos los seres humanos. Esto muestra el amor a Israel. Todos deben entender que hay que tener mucho cuidado; esto no es un juego. Entonces, por favor, si les dicen que se queden en casa y que no salgan, quédense. Es una pena que haya que multar a la gente para que se cuide y siga vivo. Nadie es realmente inmune”.
“Hay un monstruo contra el cual una no puede luchar”
A Simone Parienta, un miembro de 75 años del kibutz Beeri, la dieron de alta la semana pasada del departamento de coronavirus del Hospital Soroka, de la ciudad de Beer Sheva, después de que se curara. Pero hace sólo un día o dos que se reunió con su esposo Moshé, a quien dieron de alta junto con otros cuatro pacientes cuyos exámenes dieron negativo al coronavirus.
Ambos llegaron al hospital después de un viaje en el que pasaron por aeropuertos de Francia, Taiwán y Filipinas. “No sé cómo me enfermé ni de quién me contagié”, dijo Simone. “En el vuelo de Francia a Taiwán había al lado mío un muchacho que no paraba de toser. Llegamos a Filipinas, y nos fuimos a pasear. Cuando volvimos al hotel, tenía 37,8 grados de fiebre. Yo nunca en la vida había tenido fiebre. Me tomé un Acamol (paracetamol), y se me pasó. Y seguimos paseando”.
Simone contó que durante el viaje, que comenzó a principios de marzo, en realidad no se hablaba del coronavirus, y que sólo después de que ordenaran a todos los turistas que había en Manila que se fueran de la ciudad, el matrimonio decidió regresar a Israel. “Cuando llegué a casa, pensé que me tenía que examinar. Fui al Hospital Soroka, y me ingresaron en el departamento de pacientes sospechosos de tener coronavirus”.
Esperó en el departamento, y el examen dio que tenía el coronavirus. También su esposo fue enviado al Departamento de Coronavirus. “Recibimos una atención excepcional. Allí había gente muy buena y un ambiente agradable. Todos los pacientes tienen un intercomunicador para ponerse en contacto con el personal. La asistenta social nos trajo libros, y cuadernillos de sudoku. Nos daban todo lo que queríamos y pedíamos”.
Pero pese al buen ambiente, tenía miedo. “Mi mayor preocupación era que no saldría del departamento. Hay un monstruo con el que no puedes hablar, y contra el que no puedes luchar. No hay respuestas. Sentí que tenía frente a mí algo desconocido. No una serpiente, ni un mal bicho. Yo estaba en la cama enferma, sin saber cuándo iba a salir. El tratamiento consistió en Acamol y monitoreo médico”.
“Les dijimos a nuestros hijos que controlábamos la situación, y que íbamos a hacer todo lo necesario para volver a casa”, contó el matrimonio, que tiene tres hijos y cuatro nietos. “No queríamos que se preocuparan innecesariamente. Intentamos transmitirles que todo estaba bajo control, y que un día de estos volveríamos a casa y estaríamos juntos, que venceríamos al coronavirus”.
Simone se curó y la dieron de alta la semana pasada, pero su esposo Moshé estuvo hospitalizado hasta hace un día o dos. “Después de que me dijeran que me daban de alta, tuve miedo de dejar a Moshé solo. Pero el doctor Barski me aseguró que Moshé estaría pronto en casa. El médico estaba todo el tiempo de aquí para allá en el departamento. Fue excepcional; todo el personal médico fue increíble”.
El doctor Leonid Barski, director de la Unidad de Eventos Especiales a cargo del Departamento del Coronavirus del Hospital Soroka, dijo que ese cargo constituye un desafío muy complejo porque además de tratar el problema físico de los pacientes, hay que apoyarlos anímicamente y tratar de que no se estresen.
“Nosotros insistimos en explicarle al enfermo que se encuentra en buenas manos y que estamos dispuestos a ayudarlo pase lo que pase”, comentó Barski. “Además, tratamos de poner en contacto a los pacientes y de explicarles lo más posible acerca de la enfermedad, a fin de que se sientan seguros y que no están solos”.
La representante de la lucha contra el coronavirus
Yael Nejmad, paciente número 192, volvió estos días al trabajo. No sabe exactamente cómo se infectó, pero se enfermó cuando volvió de unas vacaciones de esquí en Bulgaria a principios de marzo. “La misma noche que volvimos empecé a tener los síntomas, y me subió la fiebre”, contó. “No sabíamos qué era. Tuve sospechas porque había viajado en avión con mi esposo y con amigos, y ninguno de ellos se sintió mal. Mi esposo, que dormía al lado mío, se sentía estupendamente”.
“Pensé que tal vez me había resfriado porque el último día de esquí estaba helado y húmedo. No pensé que me hubiera infectado porque, cuando viajamos, Bulgaria todavía estaba libre del coronavirus. Sólo un día antes del vuelo se conocieron los primeros casos de coronavirus en Bulgaria, pero lejos de donde estábamos nosotros”.
Después de la fiebre aparecieron, uno detrás de otro, los demás síntomas del coronavirus. “Tenía dolores musculares, sobre todo en la espalda y en los hombros, y también dolor de cabeza. Pero no era algo que no se pudiera solucionar con Nurofen, que baja la fiebre y mejora la sensación general durante algunas horas. Pero después vuelve a subir la fiebre. Así estuve tres días. Pero ya la primera vez que me subió la fiebre, llamé a la Estrella Roja de David”.
“Tardaron cuatro días en venir a mi casa. Me hicieron las pruebas, y veinticuatro horas después el resultado fue que tenía coronavirus”, contó. “No me largué a llorar ni me puse histérica. Tengo dos hijos pequeños en casa, y por suerte no se contagiaron. Al principio no querían examinarlos porque no tenían síntomas, pero en determinado momento mi hija empezó a toser un poco más fuerte, y decidieron examinarlos. Cuando el resultado de la prueba dio negativo, fue un alivio para todos”.
Yael estuvo ingresada en el Hospital Ziv de Safed durante diez días, y debido a que su estado era leve no tuvo necesidad de un tratamiento intensivo. “Cuando llegué al hospital ya me sentía bien; no tenía síntomas ni nada. Le deseo a todos que lo pasen igual de bien que yo. Esperaron a que la tos disminuyera, me hicieron otra prueba que dio negativo al coronavirus y al día siguiente otro, y eso fue todo. Se acabó la historia”.
Después de que la dieran de alta, Yael se convirtió en voluntaria de una campaña de concientización sobre la importancia del confinamiento, y le sacaran fotos con ese fin. “Espero que la gente entienda lo que hay que hacer. La mayoría de las personas que enfermen, al parecer lo pasará tan fácil como yo. Pero no hay que poner en peligro a la gente que corre el riesgo de enfermar, sino quedarse en casa”.
“Quiero que entiendan que se puede seguir viviendo después de esta enfermedad, y que hay que mantener las energías positivas y el optimismo”, agregó Yael. “Mi mensaje es que hay que obedecer las normas que se dictaron para luchar contra el coronavirus, pero no entrar en pánico; hay que ser optimistas”.
Ahora Yael espera saber si se han creado anticuerpos contra la enfermedad en su sangre, a fin de ayudar a otros pacientes. “Me encantaría donar plasma de mis anticuerpos para ayudar a salvar a otras personas”.
Otro paciente al que se dio de alta hace muy poco, después de que se curara, es Ron Glass, un residente de la localidad de Guilón en el norte de Israel. Es el enfermo número 27. Glass había regresado de un viaje a Viena, y tras aterrizar tomó un tren hacia el norte e inició el confinamiento. Estuvo hospitalizado diecinueve días en el departamento de coronavirus del Hospital Rambam de la ciudad de Haifa.
“Agradezco mucho a todo el personal médico que se ocupó de mí y me trató día y noche”, dijo Glass cuando lo dieron de alta. “Fue un período largo. Y les deseo a todos que pronto se pueda cerrar este departamento”, añadió. Glass salió del departamento con una camisa especial que le había hecho su familia, y en la que decía “Ron Glass, las 27 buenas acciones (mitzvot, en hebreo) del coronavirus”.
Según datos del Hospital Rambam, alrededor de la cuarta parte de los enfermos que estaban ingresados en el departamento del coronavirus se curaron, los dieron de alta y regresaron a sus casas.
El primer paciente grave con coronavirus que se curó y fue dado de alta: “Me siento como nuevo”
El primer enfermo grave de coronavirus en Israel, el conductor de autobuses de turistas Johnny Magleton, un habitante de 38 años de Jerusalén Este, se curó y lo dieron de alta del Centro Médico Padé-Poría de Tiberíades. Después del alta comentó que si el día en el que comenzó a sentirse mal se hubiera quedado a dormir en el hotel en el que estaban los turistas, no se habría vuelto a levantar. “Tuve la suerte de haber llegado a Poría, dijo. “Fue el mes más difícil de mi vida. Siento que el personal médico del hospital me salvó la vida. Sólo gracias a ellos estoy otra vez en pie. Gracias a ellos ahora me siento bien, como nuevo”.
Magleton estuvo conduciendo el mes pasado un autobús con turistas de varios países europeos, a quienes después se diagnosticó que tenían coronavirus. El 4 de marzo, cuando comenzó a sentirse mal mientras estaba con el grupo en Tiberíades, fue al hospital de la ciudad. “Tuve fiebre y fuertes dolores de cabeza durante cuatro días”, cuenta. “De noche me sentí muy mal, y no podía respirar. Cualquier movimiento me resultaba difícil. Pero no imaginé que fuera el coronavirus. Al día siguiente, todo el personal médico que me atendió llevaba batas blancas y mascarillas. La doctora Hiba me explicó que la prueba dio positivo al coronavirus. En ese momento me mareé; tuve mucho miedo”.
El doctor Moshé Matán, director del departamento de coronavirus y especialista en cuidados intensivos, cuenta que los primeros días Magleton estuvo muy grave, por lo que lo anestesiaron y lo conectaron a un respirador artificial. “Pero aun después de esto, su estado seguía siendo muy grave, y hubo que someterlo a un tratamiento de apoyo máximo durante varios días. Cuando el estado de los pulmones comenzó a mejorar, iniciamos el proceso gradual para que se habituara a respirar sin el aparato. Hasta que siete días después lo desconectamos del respirador artificial. Sin duda, la buena atención y el tratamiento que recibió, así como el hecho de ser joven y de que su estado de salud básico era excelente, fueron muy significativos e importantes, y dieron como resultado la impresionante recuperación de la que hemos sido testigos. Él se va de aquí sonriendo, y se siente bien. Teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba hace sólo dos semanas, para nosotros fue un gran logro”.
A Magleton lo trataron, entre otras cosas, con un medicamento que se vio, en experimentos que hubo en China, que podía detener la multiplicación del virus. Se trata de la cloroquina, conocida desde hace más de setenta años. Los viajeros la conocen como uno de los medicamentos que se utilizan para la prevención y el tratamiento de la malaria. Pero también se usa para tratar enfermedades reumáticas como la artritis y el lupus.
Magelton: “El día que el doctor Matán me despertó, yo estaba conectado a un montón de aparatos y cables. No podía hablar. Oí que me preguntaba si yo sabía dónde estaba, pero no pude responderle. En ese momento pensé que me habían anestesiado varias horas. No me imaginé que hubiera pasado toda una semana. El doctor Matán me explicó el tratamiento que había recibido, y cuál era la fase siguiente. Todos los profesionales fueron excelentes: el doctor Matán, el doctor Abu Ziad, Ilana Ashael -la enfermera responsable- y el resto del personal médico. En ningún momento me dejaron solo”.
Magleton tiene esposa y tres hijos: una niña de diez años, un varón de dos y medio y otro de siete meses. “Fue muy difícil. Al mi bebé Alex no lo vi durante más de un mes”, dijo. “Lo primero que quiero hacer ahora es ir a casa y ver a mis hijos”.
FIN.