El 22 de junio de 1986, a las 11 de la mañana, estaba sentado en la cabina de prensa del estadio Azteca de la Ciudad de México. En una hora iba a comenzar uno de los partidos de fútbol más cargados de historia, deportiva y política: Argentina contra Inglaterra por los cuartos de final de la Copa del Mundo, cuatro años después de la innecesaria guerra de Malvinas.
Me crucé con el árbitro israelí Abraham Klein, quien se emocionó al contar que había dirigido a Diego siete años antes en un partido en Buenos Aires entre Argentina y un equipo del Resto del Mundo. “Era un niño y convirtió un gol contra los mejores del mundo, sabía que llegaría lejos y no me equivoqué”, llegó a decir antes de que cada uno se fuera para su lado: él al palco de los árbitros de la FIFA y yo al sector de periodistas.
“Los ingleses están bien, si siguen así van a ganar”, me dijo Klein en el entretiempo en la sala de prensa. Esta vez no acertó ya que no esperaba el espectáculo que íbamos a vivir a los seis minutos del segundo tiempo, cuando el petiso Maradona saltó más alto que el mítico arquero inglés Peter Shilton y metió el balón en el arco.
La verdad es que no todos tuvimos claro cuál había sido el recurso de Maradona para llegar al gol. El veterano periodista israelí Yoram Arbel, en una de sus intervenciones más importantes de su carrera, logró dilucidar la verdad en plena transmisión. “No culpo tanto al árbitro, sino a los jueces de línea”, analizó Klein al final del partido. “¿Ves por qué no se inventó el VAR? Hoy no habría cobrado un gol así”, me dijo Klein cuando se enteró de la muerte de Maradona.
No habíamos digerido lo que vimos cuando Maradona, como si nada fuera de lo común hubiera pasado cuatro minutos antes, eludió a cinco defensores ingleses y volvió a convertir. ¿Me sentí testigo de uno de los eventos más importantes de la historia del fútbol mundial? La verdad es que no. No hubo tiempo para pensar. El juego iba a un ritmo tan rápido que había periodistas jadeando como si fueran futbolistas. Recién cuando volví a Israel me di cuenta de lo que había pasado.
La afición argentina vivió una locura total. Para ellos, después de la guerra de Malvinas, fue una dulce venganza. También recordaban a Alf Ramsey, entrenador de Inglaterra en 1966, que los llamó “animales” después de un disputado partido por la Copa del Mundo que 20 años antes había consagrado a los ingleses. La rivalidad era mucho más que deportiva y Maradona fue el arma más letal en esta guerra.
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Cobertura del diario israelí Yediohot Ahronot tras el triunfo de Argentina ante Inglaterra en 1986.
(Yediohot Ahronot)
Sentí lástima por los ingleses. Observé que sus jugadores habían demostrado un comportamiento deportivo ejemplar. Klein me dijo: “Este es el partido que decidió el destino del Mundial, si no fuera por ese gol Inglaterra hubiera sido el campeón”.
Unos días después me uní a una ronda de periodistas argentinos que entrevistaron a Jorge Valdano, la segunda figura del equipo detrás de Maradona y en ese entonces estrella del Real Madrid. Le pregunté cómo se sentía que todo el mundo hablara de Maradona y su respuesta fue clara: “Durante el mes del Mundial todos decidimos bajar el perfil y trabajar para Maradona, y vale la pena si sirve para ganar la copa”.
Maradona siguió jugando, Valdano lo ayudó y Argentina avanzó: 2-0 a Bélgica en la semifinal y 3-2 a Alemania Occidental en la final. A pesar del cargo de conciencia por la trampa contra Inglaterra, reconozco que me reconforta haber visto el apogeo de uno de los mejores jugadores de la historia.
