Sarah Lavie se percató a la edad de 17 años que la vida no era lo que le habían prometido. Se casó, como es costumbre en la sociedad en la que creció, con un hombre mayor que ella después de cuatro encuentros. Sin embargo, ella no se sentía cómoda con él y no pudo predecir que su vida se convertiría en un infierno. "Unos días después de la boda me golpeó varias veces", recuerda con los ojos llorosos, "y eso continuó después. No lo conté. No sabía que era posible vivir de otra manera. Me cubría con maquillaje para que no se notaran los hematomas. Nunca se me había ocurrido compartir mi sufrimiento con alguien y divorciarme. Así era la vida. Compramos un apartamento en una comunidad religiosa remota y vivíamos en una especie de prisión. Él era muy celoso y posesivo, y si salía de casa vistiendo ropa que no era de su agrado, a pesar de que yo era muy recatada, a veces me golpeaba”.
“Me enamoré en el segundo encuentro. Me di cuenta de que era un hombre bueno; no era posesivo, ni celoso, ni una persona que perdía el control. Me percaté de que eso era lo que yo necesitaba para vivir"
- ¿Cómo lograste salir de ese matrimonio?
- Una vez me golpeó con mucha fuerza y perdí el conocimiento. Él salió de casa, luego un vecino entró y me vio tirada en el suelo. Él llamó a una ambulancia, y cuando desperté en el hospital había policías a mi alrededor porque los médicos habían encontrado en mi cuerpo varios hematomas. Luego me divorcié, a pesar de que en la comunidad ultraortodoxa de aquellos días, una divorciada era considerada una persona de “segunda clase”, y hubiera sido mejor quedarme de brazos cruzados y no divorciarme, pero no tenía otra opción: la violencia que sufría ya era de público conocimiento y los rabinos aprobaron mi divorcio. Hoy, por cierto, es más fácil y más aceptable que una mujer que sufre se vaya de casa, y los rabinos son más comprensivos.
“Entendí que él era lo que yo necesitaba en la vida”
Cuando la productora de eventos Sara Lavie (38) ingresa al bar con un vestido corto y tacones, con pendientes en las orejas y bastantes tatuajes, es difícil imaginar que reside en un barrio ultraortodoxo de Jerusalem y que nació en uno, siendo la hija mayor de 11 hijos de un rabino de una yeshivá y de una ama de casa. "Ser una niña ultraortodoxa en Jerusalem significa ceñirse a las reglas, no salir con amigos y no divertirse", recuerda, "estás en casa o en la escuela, y nada más. Como soy la mayor y era una excelente cocinera, aprendí todos los secretos de la cocina y cuando tenía 10 años ya cuidaba de mis hermanos. Los viernes horneaba jalá, preparaba todas las cosas para el Shabat y ordenaba la casa. Hubo momentos en que mi papá tenía que viajar durante dos semanas para recibir tratamiento médico en el Mar Muerto y mi mamá lo acompañaba. Por lo tanto, yo era responsable de toda la casa. A los 13 años cumplía la tarea de madre. En mi corazón siempre sentí que no pertenecía a ese lugar, pero nunca entendí lo que estaba sintiendo. Tampoco sabía que había un mundo más allá, no teníamos televisión ni teléfonos celulares".
Sara se divorció a los 20 años, y no tiene gratos recuerdos de esa época. "Cuando lo pienso hoy, ni siquiera sabía lo que iba a hacer. Todo lo que estaba claro era que me iba a casar de nuevo y a tener familia, por lo que salí a buscar pareja, aunque no estaba realmente preparada emocionalmente. No entendía lo que me estaba pasando. Aún era muy joven y no tenía la opción de quedarme sola porque eso no es aceptable para el sector ultraortodoxo", cuenta.
Durante su búsqueda de pareja conoció a Eli, su esposo y el padre de sus cuatro hijos (16, 14, 9 y 6). Él también estaba divorciado y no tenía hijos. Su padre era miembro de un tribunal muy conocido y respetado en la comunidad ultraortodoxa de Israel.
“Me enamoré en el segundo encuentro. Me di cuenta de que era un hombre bueno; no era posesivo, ni celoso, ni una persona que perdía el control. Me percaté de que eso era lo que yo necesitaba para vivir. Tras el segundo encuentro les dijimos a nuestros padres que continuaríamos viéndonos y en tres meses nos casamos", dice.
"Celebramos una boda pequeña en un salón modesto de Jerusalem; no fue el casamiento que quería. Y desde ese momento comencé a dedicarme a la producción de eventos. Cumplo el sueño de otras mujeres para llevar a cabo la boda que desean porque yo nunca he podido cumplir el mío”
No recibiste la bendición de su familia.
"No. Aunque yo era ultraortodoxa, muy modesta, con mangas y faldas largas, a ellos no les gustaba mi apariencia. Probablemente yo era demasiado moderna para ellos. Celebramos una boda pequeña en un salón modesto de Jerusalem; no fue el casamiento que quería. Y desde ese momento comencé a dedicarme a la producción de eventos. Cumplo el sueño de otras mujeres para llevar a cabo la boda que desean porque yo nunca he podido cumplir el mío”, expresa Sara.
"Mi esposo me hizo entender que yo estaba en primer lugar”
Sara nunca ha dejado de creer en Dios, pero a los 23 años, tras el nacimiento de su segunda hija, sintió que quería vivir de otra manera. "Pasé por demasiadas cosas: me casé, me divorcié, me volví a casar, en un mes quedé embarazada e inmediatamente me volví a embarazar, y luego comencé a sentirme asfixiada y ya no podía vestirme de acuerdo con las reglas. El pelo lo tenía a medio cubrir y las mangas eran un poco más cortas. Era una especie de 'religiosa light', comenta.
"Un día decidí hacer un viaje a Tailandia. Le dije a mi marido que iba a estar allí dos o tres semanas para meditar sobre mi vida. En aquella oportunidad, para el sector ultraortodoxo, viajar a Tailandia era peor que una infidelidad. La familia de mi marido se molestó, pero yo fui de todos modos. Y volví completamente secular", añade.
En Tailandia conoció gente nueva, visitó la casa del movimiento jasídico Jabad Lubavitch y logró conectarse consigo misma. “Seguía sintiendo que estaba viviendo en una especie de mentira porque no tenía el valor para hacer el cambio. En Tailandia me di cuenta de quién era realmente. Me dije a mí misma que quien quiera aceptarme, me aceptará, pero que yo también merecía ser feliz. Viajé con un pañuelo en mi cabeza y una falda y una camisa largas, pero regresé vistiendo una camiseta sin mangas, pantalones cortos y sin cubrirme la cabeza”, recuerda.
- ¿Cómo reaccionó tu esposo?
- No se desmayó. Su familia intentó separarnos y le dijeron que ya no podía verme. Los ‘guardias de la modestia’ (un grupo encargado de controlar que las mujeres vistan con recato) vinieron a mi casa. Lo pasamos mal, y tuvimos que irnos de la ciudad en la que vivíamos. Nuestro apellido nos causó muchos problemas, y decidí cambiarlo. Mi esposo también lo hizo. Nací para vivir y realizarme, para avanzar y ser quien realmente soy. Tengo un propósito y quiero llegar lejos. No quiero a nadie en mi camino, salvo a mi familia y a mis hijos. Y ellos me apoyan.
"El eligió quedarse conmigo voluntariamente, es muy importante para él que yo respete a Dios, y eso también es importante para mí. Más allá de eso, no tiene ningún problema con mi atuendo y mis elecciones. De hecho, tengo cinco tatuajes, algo que está prohibido según la halajá (ley judía) . No le gustan, pero me apoya porque soy su mujer"
- ¿Perdieron contacto la familia de tu marido?
Sí. No hemos tenido contacto con ellos durante 14 años. Un día llevé a mis hijos a una piscina y mi cuñada estaba allí y hubo problemas. Me escupieron e insultaron. Mi marido vio lo que estaba ocurriendo y me sacó de allí. Sentí su apoyo. Les hizo saber que yo estaba en primer lugar. Allí me di cuenta de que podía ser feliz porque tengo el apoyo de mi esposo y mis hijos. Con mi familia, mi madre y mis hermanos, tengo una relación muy superficial. Papá falleció hace siete años, y desde entonces la relación se ha desvanecido.
- ¿Tienes claro que tus hijos crecerán como religiosos?
- Nada está claro. Pero ahora mismo quieren seguir ese camino, y creo que todos deberían hacer lo que les hace bien. Yo los respaldo. Llegará un día en que ellos mismos decidirán lo que quieran hacer. Ni mi marido ni yo podemos decidir por ellos.
“Él respeta mi camino y yo el de él”
La mayoría de la gente no puede imaginar una situación como la de Sara, pero ella y su esposo muestran que la unidad familiar está por encima de toda religión. "Nuestra combinación es muy hermosa, y no todos pueden vivir así. Él es ultraortodoxo en todos los sentidos; yo soy secular en apariencia pero creo en Dios, y la vestimenta no está relacionada con la religión. Yo guardo el Shabat porque es una bendición. Hubo momentos en que no lo respetaba, pero he vuelto a hacerlo”, señala.
“En mi casa se mantiene un estilo de vida ultraortodoxo porque respeto a mi esposo. No hay televisión y hay fotos de rabinos en la pared. Los niños estudian en instituciones ultraortodoxas, usan la vestimenta de los jaredíes y tienen teléfonos kosher (solo para llamadas), pero yo soy quien soy y no me vestiré como una ultraortodoxa en casa. Cuando mi marido va a una lección de Torá, yo voy a un bar. Yo puedo viajar cuando estoy de vacaciones y él también puede hacerlo. Mi esposo trabaja por la mañana y por la tarde asiste a lecciones de Torá, a veces hasta las dos de la madrugada. En épocas festivas él viaja a Miami porque es jazán (persona que guía los cantos en una sinagoga) y yo me quedo sola aquí”, manifiesta Sara.
- ¿Hubo casos en los que quedaron las diferencias quedaron en evidencia?
- Para el bar mitzvá de mi hijo, mis amigos no religiosos no querían venir a un evento ultraortodoxo, por lo que decidimos hacer dos celebraciones: una mixta, para los seculares y los religiosos que quisieran venir; y otra haredí.
- ¿Tu esposo se avergonzó de ti alguna vez?
- Él me dice, 'Esta es tu vida, tienes que hacer lo que te haga feliz'. El eligió quedarse conmigo voluntariamente, es muy importante para él que yo respete a Dios, y eso también es importante para mí. Más allá de eso, no tiene ningún problema con mi atuendo y mis elecciones. De hecho, tengo cinco tatuajes, algo que está prohibido según la halajá (ley judía) . No le gustan, pero me apoya porque soy su mujer.
- ¿Pueden convivir sin problemas? ¿Caminan en público en los mismos lugares?
- Mi esposo es muy devoto. No asiste a eventos mixtos y no acude a lugares en los que un ultraortodoxo no puede estar. A veces vamos a comer a un restaurante estrictamente kosher. Y si estamos de vacaciones y hay una piscina mixta, él no irá. Pero él está conmigo. Somos la prueba de que es posible.
Hace un mes, Sara produjo la boda LGBT de Sivan Mualem y Moria Mizrahi, dos ex mujeres ultraortodoxas que salieron del armario. El evento tuvo lugar en una hermosa casa con vista al mar en la ciudad de Netanya, y ella fue invitada a participar en la ceremonia para entregar los anillos de boda a las dos novias. "Me alegró haber planificado su casamiento. Si hay amor y una persona quiere cumplir su sueño, yo seré la primera en estar allí", expresa Sara.
- ¿Qué dijo tu esposo?
- Me apoyó a la distancia.
- ¿Qué mensaje quieres dar para este año nuevo?
- Apoyo la idea de que todos somos seres humanos y debemos saber aceptar lo diferente. Hago un llamado a todos para que elijan el amor.