Durante años nos han advertido que no tuviéramos una cena abundante y pesada durante la noche, con el fin de no padecer insomnio. Ahora, investigadores israelíes analizaron si una cena tardía afecta la calidad del sueño, el estado de ánimo o las funciones de atención y concentración.
Hasta ahora, en diversos estudios que se llevaron a cabo en el mundo y que analizaron la relación entre los alimentos consumidos y el sueño, se ha llegado a la conclusión de que una alimentación baja en carbohidratos causa un sueño fragmentado, y que una de muchas calorías perjudica la calidad del sueño y su continuidad.
Otras investigaciones demostraron que había una relación positiva entre una alimentación rica en grasas y una mejora en el descanso. Entre los estudios existentes, hay considerables contradicciones en lo que respecta al tipo de alimentos que se ingieren poco antes de dormir, y su efecto sobre el sueño.
Los autores del presente estudio, que se presentó en un Congreso Internacional sobre el Sueño que tuvo lugar en Canadá, fueron el catedrático Iarón Dagán y el doctor Amit Green, del Colegio Universitario Tel Jai, en colaboración con el doctor Omri Koren, de la Facultad de Medicina de la ciudad de Safed, así como Simona Sher, Nohar Siri y Niv Mizraji, que están haciendo su maestría en ese campo. En el estudio, los investigadores analizaron el efecto de una cena tardía -ya sea ligera o pesada- sobre la calidad, la estructura y la eficacia del sueño, así como sobre las funciones diarias en la mañana siguiente a dicha comida como el estado de ánimo, la sensación de cansancio, la atención y la concentración.
En el estudio participaron treinta mujeres y hombres de edades comprendidas entre los 20 y los 29 años, sanos y que no padecían trastornos del sueño ni tomaban medicamentos de manera permanente. Se pidió a los participantes que fueran dos noches al Instituto del Sueño, con una semana de diferencia entre cada prueba. La primera noche, se les dio una cena ligera de ensalada de verduras y queso, con pan de harina integral, y a la semana siguiente se les brindó una comida relativamente pesada: una hamburguesa y papas fritas.
Por la noche, se conectó a los participantes a un aparato que analizó la estructura del sueño, y a la mañana siguiente se los sometió a pruebas relativas al comportamiento, con un cuestionario sobre el cansancio y la somnolencia, el estado emocional y una prueba computarizada de la atención y la concentración. Además, se tomaron muestras fecales a fin de examinar el tipo de bacterias que había en los intestinos.
Los resultados mostraron que el tipo de cena, ya fuera ligera o pesada, no tuvo ningún efecto en los aspectos del sueño que se analizaron. No se vio ninguna diferencia significativa en el tiempo que durmieron, ni en lo que respecta a los sueños. Tampoco hubo diferencias en aspectos del comportamiento: el tipo de cena no afectó el nivel de somnolencia y de cansancio, ni el estado de ánimo de los participantes.
El tipo de cena, ya fuera ligera o pesada, tampoco produjo diferencias en las pruebas de atención y de concentración al día siguiente. Tampoco hubo diferencias en lo que respecta a las bacterias de los intestinos.
“Una creencia extendida en el mundo de la alimentación es que no es aconsejable tener una cena pesada que contenga hidratos de carbono, grasas y muchas calorías poco antes de irse a dormir”, dijo el catedrático Iarón Dagán. Y añadió que “estudios que se llevaron a cabo en los últimos años mostraron diferencias entre el tipo de cena, pero esos estudios no examinaron la calidad del sueño en un laboratorio sino que se limitaron a que los participantes rellenaran formularios, por lo que los resultados adolecían de falta de precisión.
“Pero debemos tener en cuenta que todos los participantes en el presente estudio eran jóvenes sin trastornos del sueño y sin problemas en el aparato digestivo. Un estudio con personas que padecen trastornos del sueño y/o problemas gastrointestinales puede tener otros resultados”.