Roisentul junto a una de sus pacientes en Safed.
Roisentul junto a una de sus pacientes en Safed.
Gentileza
Alejandro Roisentul nació en Argentina pero hace más de 30 años vive en Israel.

"La salud traerá la paz"

Alejandro Roisentul fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz, trabaja en un hospital de la ciudad israelí de Safed y durante cinco años atendió a heridos de la guerra civil siria. En exclusiva para Ynet Español, cuenta cómo los pacientes pasaron de verlo como un “enemigo” a agradecerle.

Juan Martín Fernández y Tom Wichter |
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El despertador le suena a las 6:30 de la mañana. Salta de la cama, toma un rápido desayuno y saca a pasear a sus perros. Se alista y sale directo hacia el hospital. Al llegar, le da un vistazo a la casilla de mails, otro a los principales portales de noticias y comienza a atender pacientes. Puede parecer un simple día en la vida de Alejandro Roisentul, pero en realidad es un aporte más a la construcción de la paz en Medio Oriente.
Nació en Buenos Aires, Argentina, donde creció y se recibió de odontólogo en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Pero en 1988, a sus 24 años, un ferviente deseo de mirar el mundo desde otra perspectiva lo llevó a mudarse a Safed, una ciudad al nordeste de Israel. Allí, se especializó en cirugía oral y maxilofacial y se convirtió en director de Unidad del Centro Médico Ziv (ubicado a 10 kilómetros de la frontera con Líbano y a 40 de la de Siria).
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Alejandro Roisentul nació en Argentina pero hace más de 30 años vive en Israel
Alejandro Roisentul nació en Argentina pero hace más de 30 años vive en Israel
Alejandro Roisentul nació en Argentina pero hace más de 30 años vive en Israel.
(Gentileza)
Durante su larga estadía en Israel, además de convertirse en un “israelí de alma”, Roisentul vivenció fuertes experiencias. Pero ninguna como la que comenzó allá por 2013 y, sin previo aviso, le cambió la vida. Dos años después del inicio de la guerra civil en Siria, su hospital empezó a recibir heridos provenientes de este conflicto y, hasta 2018, atendió a más de 1.500 sirios.
A pesar de ser limítrofes, Israel y Siria nunca han tenido relaciones diplomáticas, se han enfrentado directamente en tres guerras y jamás han firmado la paz. No obstante, en diálogo exclusivo con Ynet Español, Roisentul, quien debido a su labor es candidato al Premio Nobel de la Paz, cuenta que no pensó en nada de eso a la hora de tener que salvarle la vida a un sirio. No los ve como “enemigos”, sino simplemente como humanos, y cree que “la paz en la región llegará a través de la salud”.
–¿Cómo fue que comenzaron a llegar sirios a su hospital?
–Fue en febrero de 2013. Yo estaba en el hospital como cualquier otro día y me llaman de urgencia desde la guardia. Al llegar a la sala, me encuentro con siete heridos de bala, en estado de inconsciencia, ensangrentados y con olor a dinamita. Cuando pregunto de dónde provenían estas personas, me comentan que de Siria, pero que era un secreto del Ejército israelí y no me podían decir mucho más. Yo no entendía nada, me preguntaba cómo habían llegado al hospital si las fronteras están cerradas. Al revisarlos, me di cuenta de que estaban muy malheridos y que necesitaban ser sometidos a cirugía cuanto antes. Le comenté a mi jefe sobre el estado de estas personas e, inmediatamente, me dijo que había que tratarlos como si fuesen familiares, amigos o vecinos. Con el paso de las semanas comenzaron a llegar cada vez más. Los fuimos curando a todos sin importar de dónde venían ni la complejidad de la atención que necesitaban.
–¿Qué trato tenían ustedes con los pacientes?
–Al llegar se producían situaciones muy tensas. Hablábamos poco y nada. Ellos nos veían como el enemigo. Muchos de los pacientes perdían el conocimiento durante un ataque en su país y cuando se levantaban ya estaban en Israel, con médicos judíos, árabes y cristianos atendiéndolos. Sus reacciones se asemejaban a las de haberse despertado en el infierno… Porque para ellos Israel es eso, el infierno, el país que busca destruirlos. Cuando se percataban de dónde se encontraban, muchos quedaban en estado de shock.
–Pero con el paso del tiempo comenzaron a acercarse cada vez más…
–Sí, porque la gran mayoría tenía heridas graves, por lo que debían quedarse en el hospital tres, cuatro y, a veces, hasta seis meses. No los podíamos mandar a la casa y decirles que vuelvan a la semana siguiente, ya que no podían entrar y salir de Israel. Entonces se quedaban y, por lo general, con el paso de los días se iban soltando. Tenemos un equipo de asistentes sociales que les brindaba apoyo psicológico y los contenía. Eso ayudó a que pierdan el miedo y empiecen a hablar. Al principio ni siquiera nos estrechábamos las manos, pero después de algunos meses llegábamos a un abrazo o a un gesto de amistad. Algo totalmente impensado entre un israelí y un sirio.
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Roisentul fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz.
Roisentul fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz.
Roisentul fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz.
(Gentileza)
–¿Cómo pasaban la frontera? ¿Quién los llevaba hasta el hospital?
–Ellos mismos se acercaban a la frontera pidiendo ayuda. A veces los familiares los traían inconscientes y pedían por favor que los viéramos. Desde allí las ambulancias del ejército los movilizaban hasta el hospital.
–¿Qué les podía suceder a estas personas si en Siria se enteraban de que habían sido atendidos en Israel? ¿Corría peligro su vida?
–Y… es muy probable. Por eso esta ayuda siempre fue secreta. Por un lado les estábamos salvando la vida, atendiéndolos con mucho cariño y profesionalidad. Pero por otro era un riesgo para ellos estar acá, porque en Siria lo pueden tomar como un acto de “cooperación con Israel”. No está bien visto, lo consideran traición. Recuerdo que algunos de los primeros pacientes, cuando recibieron el alta y les tocó volver, nos pidieron por favor que les diéramos otra ropa, ya que los pijamas del hospital tenían la Estrella de David y palabras en hebreo y no podían pasar la frontera así.
–¿Qué sucedía con los pacientes una vez que se los daba de alta? ¿Pasó que alguno no haya querido volver?
–Había muchos chicos entre los heridos, a quienes sus padres los esperaban del otro lado. También muchas mujeres que eran madres y querían reencontrarse con sus hijos. Hubo un caso de una mujer que tenía que someterse a una cirugía ginecológica pero pidió directamente que le saquen el útero porque no podía quedarse tanto tiempo. Tenía 12 hijos del otro lado y quería volver lo más rápido posible. Por lo general regresan, porque además quieren seguir luchando por sus intereses.
–Al brindar esta atención, ¿ustedes se daban cuenta de que estaban llevando a cabo un acto de paz?
–Sí, puede ser, aunque al principio no lo pensábamos así. Lo hacíamos de manera natural. Personalmente me hizo recordar mucho a los tiempos del Holocausto, cuando los judíos escapaban de Europa hacía el resto del mundo buscando ayuda. Sentí que la historia volvía a Israel y que debía actuar de determinada manera. Pensé que no teníamos derecho a dejarlos morir. Muchos nos preguntaban por qué los atendíamos: “Mirá si son terroristas”, nos decían. Pero eso es algo que los trabajadores de la salud no nos planteamos a la hora de tener que salvarle la vida a alguien. No nos importa su religión o de dónde provienen, los tratamos igual. Y esto provocó que muchos sirios que ya han vuelto a su país ahora sepan que del otro lado de la frontera no está el diablo, sino una mano amiga.
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Entre 2013 y 2018, Roisentul y su equipo atendieron a más de 1.500 sirios.
Entre 2013 y 2018, Roisentul y su equipo atendieron a más de 1.500 sirios.
Entre 2013 y 2018, Roisentul y su equipo atendieron a más de 1.500 sirios.
(Gentileza)
–A raíz de la ayuda que recibieron, muchos sirios fueron dejando de lado prejuicios sobre ustedes e Israel, ¿vos también pasaste por ese proceso? ¿Tenías estigmas sobre ellos que lograste superar?
–Sí, absolutamente, yo estoy convencido de que esto nos ha enseñado a ser más humanos a todos. A sacar estigmas que tenemos sobre determinados grupos de personas y a no juzgarlas por su color de piel, el lugar del que vienen, su religión o grupo étnico. Al principio me fue difícil, en algún momento se me cruzó por la cabeza si hacía bien en atenderlos o si debía dejarlos como estaban, mandarlos a otro lado y que alguien más se haga cargo. Pero de a poco los sirios se volvieron parte del paisaje del hospital y nos fuimos acercando cada vez más.
–¿Cómo fue la historia de la nena que no hablaba?
–Un día llega una niña de 6 o 7 años que había perdido una pierna a causa de una explosión y corría peligro de perder la otra si no recibía el tratamiento adecuado. Entonces tuvo que quedarse durante meses en el hospital. Pero en todo ese tiempo no emitió palabra alguna. Trataron de hablar con ella desde el primer día, pero no había caso. Pasaron los meses y jamás abrió la boca. Entonces la diagnosticaron como muda. Cuando se recuperó, vino el padre a buscarla y al momento de despedirnos, la niña lo miró, éste le hizo una seña ¡y comenzó a hablar! Nos empezó a decir que estaba muy contenta de haber estado con nosotros y nos dio las gracias por haberla atendido. Los médicos se quedaron totalmente sorprendidos, realmente pensaban que era muda, en meses no había dicho ni una palabra. Ella explicó que antes de cruzar la frontera su padre le había advertido que no confíe en nadie, ya que iba a venir a un hospital israelí. “No abras la boca”, le dijo. Y la nena pasó tres meses sin hablar. Fue estremecedor.
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Roisentul junto a una de sus pacientes en Safed.
Roisentul junto a una de sus pacientes en Safed.
Roisentul junto a una de sus pacientes en Safed.
(Gentileza)
–Durante la Segunda Guerra del Líbano (2006), ¿ya estabas trabajando en Safed?
–Sí, fueron tiempos difíciles, caían 30/40 misiles por día en la ciudad. El hospital mismo fue bombardeado. Un día estaba operando y comenzaron a sonar las sirenas. Yo estaba con el bisturí en la mano y pensé: “¿Qué hago? ¿Me voy al refugio o sigo operando?”. Y me quedé. Fue una situación límite. Después de la guerra se construyó el hospital de niños a modo de búnker, protegido contra misiles.
–¿No te planteaste irte de Safed luego de esa experiencia? ¿Qué te motivó a seguir?
–Yo siempre digo que un inmigrante no debe olvidarse de todo lo que Israel le ha dado. Cuando llegué, el país me apoyó mucho y me dio múltiples facilidades para adaptarme. Entonces uno se pregunta, ¿qué puedo dar yo a cambio? Cuando sucedió la guerra del Líbano, tranquilamente podría haber dicho: “Me rajo de acá. Me voy a la Argentina hasta que esto pase”. Pero yo lo tomé como una oportunidad de defender al país que me resguardó durante tanto tiempo. A pesar de que no estaba en el campo de batalla, haciendo mi trabajo en el hospital me sentía un soldado más. Fue una manera de demostrar que iba a estar presente no sólo en los buenos momentos, sino también en los malos.
–Te propusieron para el Premio Nobel de la Paz, ¿qué te genera tamaño reconocimiento?
–Como argentino e israelí, me siento orgulloso que se ligue mi nombre con algo tan grande. Me parece que hay otras personas que hacen más méritos y se lo merecen más que yo, pero lo importante es poder contribuir a un mundo mejor. Yo pienso que la paz va a llegar a través de la salud. A través de los médicos, los cirujanos. Porque la gente que vino al mundo a curar, vino a hacer el bien.
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