No fue fácil permanecer negativo ante la presentación del plan de paz de Estados Unidos.
Sería mucho más fácil haber estado sentado frente a la televisión, viendo los acontecimientos que se desarrollaban en la Casa Blanca y admirando a David Ben-Gurion y Harry Truman; lo siento, pero en este caso me refiero a Benjamín Netanyahu y Donald Trump, en lo que ellos mismos consideraron un evento no menos histórico que el establecimiento del Estado de Israel.
Hubiese sido maravilloso saber que a partir de la próxima semana Israel sería soberano en el Valle del Jordán, la parte norte del Mar Muerto y los asentamientos de Judea y Samaria.
Hubiera sido tan agradable presenciar la admiración mutua expresada por los dos líderes que, de hecho, se necesitan más de lo que se respetan.
Ser negativo no es fácil, pero es inevitable porque a toda la historia le falta solo un elemento: la factibilidad.
Incluso el "mejor amigo de Israel en la Casa Blanca" no puede garantizar que no habrá una erupción de violencia, ni una tercera Intifada.
Trump no tiene forma de asegurarle a Israel que sus relaciones con Jordania no serán destruidas o que los países árabes adoptarán esta idea ilegítima que él y Netanyahu dieron a luz.
El presidente estadounidense tampoco puede garantizar la participación de los palestinos en algunos aspectos del plan, como el reconocimiento de Israel como un Estado judío con una Jerusalem unificada como su capital, la renuncia al derecho de retorno de los refugiados y el control de seguridad israelí del área al oeste del río Jordán.
En otras palabras, este es un sueño hecho realidad para Israel en lo que respecta a los planes, pero lamentablemente no hay un socio con el que se pueda alcanzar un acuerdo.
Netanyahu cree que los US$ 50 mil millones que Trump ofrece a los palestinos son suficientes para convencerlos de que acepten el plan de paz.
Netanyahu ahora enfrenta cargos de soborno; está sospechado de haber otorgado al entonces propietario de Bezeq, Shaul Elovitch, favores regulatorios que lo enriquecieron a cambio de una cobertura positiva en su sitio de noticias.
"Estoy preparado para aprovechar el momento", sostuvo el primer ministro el martes, y agregó que a pesar de la oposición y otras dificultades, el plan de Trump debía ser adoptado.
El presidente, por su parte, anunció que les dará a los palestinos cuatro años para analizar el plan, prometiendo al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, que Estados Unidos brindará ayuda en cada paso del camino.
Pero Netanyahu no tiene cuatro años para ver el plan implementado.
A pesar del importante esfuerzo realizado en Washington el martes, que tenía como objetivo distraer a los israelíes de los problemas legales del primer ministro, Netanyahu pronto pasará sus días en la corte.
El objetivo de Netanyahu es enfrentarse al juicio por corrupción como primer ministro recientemente electo. Todas sus acciones recientes y todas las que se espera que realice de aquí en adelante están orientadas hacia ese fin. Netanyahu hará lo que sea necesario para ganar las elecciones del 2 de marzo, incluida la aceptación de un Estado palestino en el 70% de Judea y Samaria, según el plan de Trump.
Todo se hace con el mismo propósito: desde Netanyahy el señor Netanyahu abrazando al presidente estadounidense hasta la señora Netanyahu sosteniendo la mano de Naama mientras los dos se embarcan juntos en el vuelo hacia Tel Aviv, todo tiene un mismo fin.
Antes de su muerte en 2018, el abogado personal de Netanyahu, Jacob Weinroth, sugirió que su cliente hiciera un gran gesto y luego discutiera un acuerdo de culpabilidad con la fiscalía.
Quizás ese consejo estuvo en la mente del primer ministro.
Existe la posibilidad de que pueda ser recordado por asegurar la hegemonía de Israel hasta el río Jordán y por ser algo más que un criminal.
