Diego Maradona
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La primera muerte y resurrección del Mito Viviente

Opinión. Hubo infinidad de artículos en todo el mundo para despedir al jugador argentino Diego Armando Argentina. Reproducimos uno de ellos, escrito por el periodista Daniel Olivera.

Daniel Olivera, 24con.com |
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La muerte es, casi con seguridad, el momento más justo en la vida de los hombres.
Nos iguala y nos redime en el mismo instante en que nos roza con su largo brazo. Todas las cuentas quedan saldadas y se abren las puertas para que cada historia personal - ahí donde el prohombre y el villano/ el pobre y el rico se dan la mano - deje paso al mito de lo que fue.
Los griegos (nuestros primeros decodificadores del ADN espiritual de la especie) construyeron en su imaginación un Olimpo donde sus dioses míticos habitaban. Con una sencillez pasmosa levantaron una metafísica que los dejó libres de culpa y cargo, y les permitió expiar pecados.
Tuvieron que pasar casi 2 mil años para que una secta minúscula, al principio, reconfigurara nuestra cosmovisión a través de la pasión, muerte y resurrección de Cristo en una pobrísima aldea de Judea.
Y otros mil novecientos sesenta años para que se produjera otro chispazo de la historia y alumbrara una nueva categoría supra humana: la del mito viviente. Una luz que fue irradiando carisma - la pócima mágica necesaria para ser un superhéroe de la posmodernidad- enquistada en un cuerpo de atleta y un cerebro cuyos miles de millones de conectores se encendieron cada vez que una pelota de fútbol caía a sus pies.
La gloria y la cruz de Diego estuvo, está y estará en haber sobrellevado - hasta el 25N- el peso incontrastable de haber nacido Mito Viviente. De haber sido bendecido con un talento y el carisma que le dio una confianza superior a su inteligencia. Ese poder seductor para cautivar con su imagen –no con su palabra– a miles de millones en la Tierra.
Esa seducción que traspasaba las pantallas de la televisión planetaria lo convirtieron en lo que a juicio del periodista John Carlin es un "largen tan life. En alguien más grande que la vida misma". Bastaron noventa minutos en el estadio Azteca para que el aura consagrada lo acompañara por el resto de sus días. La mano de Dios y el mejor gol de la historia que consumó ante su odiada Inglaterra representaron para los argentinos (y para millones de postergados en el mundo, de Nigeria a Afganistán) la revancha simbólica con la que se saldó la derrota de Malvinas.
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El histórico gol a Inglaterra.
El histórico gol a Inglaterra.
El histórico gol de Diego Maradona a Inglaterra en el Mundial de 1986.
(AFP)
Alguna vez la corresponsal de guerra Teresa Bo contó que el impacto más grande su vida periodística lo tuvo en la guerra de Irak, cuando entró a una choza derruida por los bombardeos norteamericanos y pegada en la puerta de madera estaba la foto de Diego en México 86.Pero ayer el corazón humano de Diego dejó de latir (y de sufrir los escarnios al que lo sometió su "dueño") y entró en el "Comando Celestial", ese panteón sagrado que la religiosidad peronista les reserva a los "compañeros" que están a la altura de sentarse a la diestra de Perón y de Evita. Y si, Diego hombre nació y murió en la Argentina. Para millones, en éste país, es casi un oxímoron decir "argentino" sin conjugarlo con "peronista".
Pero no quiero desviar la atención de la historia principal. La trampa de caer en disquisiciones políticas banales siempre está a la vuelta de la esquina.
¿Qué rayo iluminó esa modesta casita de Fiorito en los suburbios pobres de una América Latina tierra de desheredados? Imposible saberlo a estas alturas de la mitología "maradoneana", sesenta años después del Génesis. Sólo nos queda desempolvar viejas historias que alimenten a ese mito que ya entró en la inmortalidad.
Y acá vengo a compartirles una: la de su primera muerte y resurrección.
A mi modesto entender. el primero de los milagros que demuestran por qué el mundo se detuvo una micronésima de segundo para anunciar que Diego, el hombre de carne y hueso, había transmutado para siempre –ahora sí con justa razón– en Él Mito Viviente.
La tarde del 4 de enero del flamante año 2000 en Punta del Este era una clásica tarde de temporada. Caía un sol a plomo que invitaba a una siesta reparadora (después de la maratón de fiestas nocturnas con la que el Este arrancó el siglo). En el equipo de revista Noticias que cubríamos la temporada (Alex Milberg, y yo, y los fotógrafos Gustavo Seiguer y Gustavo Bosco) hubo unanimidad y todos nos fuimos a intentar descansar a las habitaciones del canje low cost que la revista nos proveía.
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Diego Maradona
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Diego Maradona, a su manera, un superhéroe.
Con una ilusión: que nos despertara el teléfono y del otro lado reconociéramos la voz de Guille Cóppola, diciéndonos que por fin podríamos jugar el "fulbito" con Diego y su banda que nos habían prometido en la tarde del 31 de diciembre. Ellos ya habían anticipado que no irían –por razones obvias– a la megafiesta del Clan Macri en Manantiales. Pasó el 1 de enero y con lógica le dimos a Guille el beneficio de no tener que cumplir con la palabra empeñada el mismísimo primero de año.
El dos, nuestra insistencia fue gambeteada con habilidad por el hombre que más cerca estuvo del corazón de Diego y que a su modo mejor lo cuidó. Nos explicó con elegancia que la noche del 1 había sido muy larga y agitada. Que Diego necesitaba unas horas más, pero que "mañana 3", por fin llegaría el partido prometido y un tercer tiempo con nota incluida. ¿Dónde sería la cita? En la chacra "La Escondida" –estaba a la altura de la toma de agua de ANCAP en la ruta que va a José Ignacio– que el joven manager de modelos, Pablo Cosentino, había alquilado para que la troupe Maradoniana recibiera el siglo XXI.
La confianza desbordante que exhibía Guille sonó sospechosa. Cuando él no ponía límites ni restricciones a los periodistas "amigos" era porque o bien no podría cumplir su palabra, o porque directamente la chacra se había desbordado como un río caudaloso tras el vendaval. Como teníamos un acuerdo, nos juramentamos cumplirlo. Romper ese contrato y montar una guardia periodística en la ruta sería interpretado como una "traición". Era martes 2 de enero y teníamos un plazo de 36 horas para que el "dead line" del cierre de los jueves nos alcanzara.
A esa altura, el equipo de revista "Gente", nuestra competencia directa en la venta de unas 150 mil revistas semanales ese verano, cargaba con su primera frustración. Habían tenido que hacer su primera tapa del año sin una sola foto de Diego en el Este. Doble revés, porque ellos contaban con el arma secreta de tener en su staff fotográfico al Negro Luengo, muy querido por Diego por su calidad humana y su "lealtad" periodística para no retratar al Diez en sus incontables momentos de exceso. Además de haber sido el fotógrafo que retrató su boda con Claudia en el 87.
El tres de enero aparecieron los primeros nubarrones en el cielo protector de Diego. Guille esta vez se tomó el trabajo de construir un relato verosímil. Nos explicó que la nueva postergación se debía a un exceso un tanto grotesco, pero que tampoco podía resultar increíble: Diego se había comido "dos kilos de ubre" en una hipotética ingesta pantagruélica que supuestamente había tenido la noche del 2.
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Guillermo Cóppola, histórico representante de Maradona, junto a él en el palco de la cancha de Boca Juniors.
Guillermo Cóppola, histórico representante de Maradona, junto a él en el palco de la cancha de Boca Juniors.
Guillermo Cóppola, histórico representante de Maradona, junto a él en el palco de la cancha de Boca Juniors.
(AFP)
"Si no me creen, tengo el ticket de la carnicería de La Barra en el bolsillo", decía mientras fingía demencia sobre nuestra idea de ir a la chacra sin cámaras fotográficas (una estrategia que nos valió ser testigos, dos años atrás en Saint Tropez tras la eliminación argentina en el Mundial de Francia, de la fiesta "más loca" del mundo en el exclusivísimo boliche Le Biblos, con decenas de botellas de Dom Perignon Rosé y una miríada de 20 prostitutas rusas al comando del conocido cafiolo parisino "El Gitano") para certificar el estado de situación.
La crisis se preanunciaba. Sólo que no sabíamos cuando sobrevendría. En "La Escondida" los movimientos eran desconcertantes. Unas cinco "modelos" fueron desalojadas preventivamente esa noche del 3 y sólo quedaba un "coupe de forcé" de íntimos, entre los que se destacaba el dealer de la época, el inefable Carlitos Ferroviera. Sí, el mismo que años después tenía el salvoconducto para ingresar a un par de villas picantes de San Martín para aprovisionar a Diego de cocaína residual y hasta paco. O que, en varios partidos del torneo local del año 95, en el último de los regresos de Diego a Boca, se ocupaba de llenar con su orina la pipeta del control antidoping del Diez.
La voz en el teléfono que me sacó del sopor de la siesta esteña no fue la de Guillermo. "Andá al Cantegril y esperá", me dijo antes de cortar con ese tono charrúa inconfundible. O era una broma ingeniosa, o era mi Garganta Profunda de la Interpol división Uruguay. Gustavo Seiguer (el mismo fotógrafo que había manejado 4000 mil kilómetros sin dormir, para llevar los rollos de Boston a Texas y volver a Boston, cuando a Diego "le cortaron las piernas" con el doping positivo del Mundial 94 en Estados Unidos) no dudó. Se calzó el bolso al hombro y en menos de diez minutos estábamos en la desolación absoluta parados frente al único sanatorio - el Cantegril- de Punta del Este. Dos anomalías nos llamaron la atención. Que un par de policías estuvieran en la puerta de ingreso y la Range Rover con patente argentina que estaba mal estacionada en el ingreso de la guardia.
No lo sabíamos, pero en esa camioneta, con Guillermo Cóppola al volante y el médico uruguayo Diego Romero tratando desesperadamente ("en el viaje no dejaba de pensar qué si Diego se me moría en el camino, mi carrera como médico iba a terminar esa tarde", se descargó años más tarde cuando el proceso judicial acabó por prescribir) de hiperventilar a Diego en coma, desnudo y casi sin signos vitales, el Mito Viviente tuvo lo que bien pudo ser su "primera muerte y resurrección".
Diez minutos más tarde, el cronista de calle de Crónica TV llegó al mismo lugar que nosotros. Sólo que Interpol Uruguay le había adelantado que Diego ya estaba ingresado en la clínica y que no sabía si estaba vivo o muerto.
Años después Guillermo nos confesó que él creyó que su amigo del alma se había muerto. Que lo de la "sal uruguaya" que salaba "tan poco que a Diego se le fue la mano", se le ocurrió como un bulo estrambótico que tuviera algo de real: la blancura del polvo de la ingesta en cuestión. Que en las primeras diez horas Diego fue sometido a un agresivo proceso de diálisis que lo hizo perder 16 litros de agua, que el momento crítico del viaje fue cuando advirtió que la camioneta no tenía nafta y tuvo que llenar el tanque de 70 litros en una estación de servicio en La Barra.
¿Cómo hizo Carlos Ferroviera para escapar al cerco policial uruguayo y tomar un vuelo de Aerolíneas Argentinas a las 23 de ese fatídico 4 de enero del 2000? Es un secreto muy bien guardado. Si él caía, toda la troupe afrontaría una causa difícil de zafar en Uruguay.
Los astros se alinearon para que la primera muerte y resurrección del Mito Viviente tuviera lugar en la glamorosa Punta del Este. Nadie muere en las vísperas solía decir Carlos Menem. El Diez tenía 40 años cumplidos.
Quizás sólo haya sido eso. O quizás, como me gusta pensar, Diego resucitó para construir los cimientos de su epopeya homérica. Todavía tenía que hacerse amigo de Fidel (que lo cobijó en Cuba como a un hijo), del Comandante Chávez y del "pajarito" de Maduro de Lula y también de aprender a amar a Cristina Kirchner. Transformar el resentimiento que llevaba tatuado en el alma (como escribió el Indio Solari "esos pibes son como bombas pequeñitas") en diatriba política contra el neoliberalismo, Bush y Trump. Tenía que morder el polvo de la derrota en una cancha de fútbol en Sudáfrica 2010. Reconocer que 9 hijos lo sobrevivirán con la sangre de su sangre corriendo en sus venas. Vencer a la cocaína, pero derrumbarse a los pies de los cócteles de pastillas antidepresivas y champán. Tenía que morir y resucitar otras tres veces. Tenía que inventar "la pelota no se mancha" y "LTA". Tenía que ver en su odiado Vaticano (gran paradoja) a un Papa argentino y peronista.
Tenía que completar su ciclo terrenal. Para ascender al Olimpo como un Zaratrustra camuflado de Espartaco. Capaz de liderar -simbólicamente- a los esclavos (los más pobres) con el gesto demencial de anunciar que los Mitos Vivientes un día duermen el sueño de los justos.
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