La pandemia del coronavirus aumenta la angustia de centenares de miles de presos hacinados en prisiones de Medio Oriente y la región del Magreb, en el norte de África, donde cada vez más países adoptan medidas de confinamiento para frenar la propagación del virus.
Desde marzo Irán, uno de los países con más muertes por COVID-19 en todo el mundo, liberó temporalmente a 100.000 presos. Argelia, Marruecos y Túnez han soltado a miles de detenidos, mientras que Baréin a centenares. Sin embargo, aunque algunos gobiernos han respondido al llamado de defensores de derechos humanos de liberar a presos, otros siguen haciendo oídos sordos.
Para Kaddour Chouicha, militante de derechos humanos, "el confinamiento es un castigo suplementario para los detenidos". El propio Chouicha estuvo encarcelado en diciembre por haber participado en las manifestaciones del "Hirak", el movimiento de protesta contra el sistema político surgido en Argelia en febrero de 2019.
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El hacinamiento en las cárceles de Medio Oriente y el norte de África preocupa a familiares y organismos de derechos humanos
(AFP)
En Egipto, desde el principio de la pandemia las autoridades se rehúsan de forma obstinada a evacuar las prisiones en donde se hacinan más de 100.000 detenidos, según informes de diversas ONG. Además, pese al aumento del número de infectados, nuevos disidentes políticos han sido arrestados.
Una verdadera "catástrofe se está incubando en prisión" debido a la insalubridad y la superpoblación carcelaria, indica a la AFP un antiguo detenido por sus opiniones, que requiere el anonimato. Liberado en 2015, este escritor estuvo encarcelado dos años en la prisión de Borg al Arab, cerca de Alejandría (norte), donde compartía una celda con 25 detenidos.
"Soñábamos con que la puerta metálica de nuestra celda se abriera. Solo conducía a un corredor donde se hallaba un guardián, pero la puerta abierta ya significaba mucho para nosotros", relata la fuente, quien denuncia las sórdidas condiciones de su detención. "Es algo que te destruye psicológicamente", asegura.
En Siria, país azotado por una guerra desde hace nueve años, la pandemia despertó un debate sobre la situación de los presos políticos. Y Wafa Mustapha, una militante siria que participó en campañas para forzar al presidente Bashar al Asad a evacuar las prisiones, está especialmente preocupada por la salud de su padre.
"Hace 2.464 días que está en los calabozos de Asad. Son siete años que vivimos con miedo y tristeza, y con el desastre del coronavirus se vuelve más difícil que nunca", declaró públicamente a través de sus redes sociales.
En Teherán la prisión de Evin es considerada el "lugar ideal para que se propague el virus". Así lo afirma Reza Khandan, esposo de la abogada Nasrin Sotudeh, encerrada desde marzo de 2019, quien describió de esa manera los riesgos a los que se exponen los detenidos y sus familias.
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"Se está incubando una tragedia", asegura una fuente que sufrió dos años de prisión en el norte de Egipto
(AFP)
Con más de 4.800 muertos, Irán es el país de Medio Oriente con más afectado por la pandemia. Pesimista, Laleh Khalili, profesora de Ciencias políticas en la universidad de Queen Mary en Londres, duda de la capacidad de ciertos Estados autoritarios para proteger la salud pública.
"La amenaza de la enfermedad puede servir incluso como instrumento para aterrorizar a los presos", cuya "angustia" jamás será prioritaria en los países de la región, más preocupados por la seguridad que por la "salud de sus ciudadanos", afirma.