Al final de la segunda vuelta electoral de 2019, una experimentada figura política de la derecha se reunió con Benny Gantz y le transmitió: "Netanyahu buscará nuevas elecciones. De ahora en más, haga lo que mejor le parezca". En ese momento sonaba mal, parecía imaginario y hasta una broma, pero terminó siendo un escenario certero.
Una vez que se conocieron esos resultados de septiembre, los máximos funcionarios del Likud no necesitaron de un video de Netanyahu para comprender qué iba a pasar. El primer ministro es el mejor jugador de este sistema, varios niveles por encima del resto.
2 צפייה בגלריה


A Gantz le advirtieron que Netanyahu buscaría forzar nuevas elecciones
(Alex Kolomoisky)
El consejo que recibió Gantz no fue bien aprovechado. No generó respuestas creativas, no le sirvió para demostrar quién era el que ponía las trabas. Según un dirigente experimentado, Gantz participa de un juego pero que no es político, y eso empieza a ser una apuesta peligrosa para él.
"Bennet es el mejor ejemplo del juego político que debe jugarse. Se puede decir que integra un gobierno de transición, que carece de autoridad, que Bibi le quita protagonismo y que le delegaron una herramienta insignificante para entretenerlo. Aun así, él es un ministro de Defensa y cuando entra todos se ponen de pie", explicó la misma fuente.
Según analistas que entienden del juego político, la historia de Bennet refleja lo peligrosa que es la estrategia de Gantz. Porque la política es una cuestión de resultados más que de procesos: Gantz podría tener 65 escaños en su mano (sumando los 32 del Likud) pero ahora, con otra campaña electoral por delante, deberá comenzar desde cero.
"Hay dos cosas básicas en la política: generar poder y utilizarlo", analiza otro hombre conocedor del juego político. "Y esto vale tanto para Gantz como para Liberman: los dos generaron un poder tremendo, pero no anotaron. A lo sumo, lo único que lograron es que el equipo rival tampoco anote", agregó utilizando una metáfora deportiva.
Otra reflexión sobre Liberman: muchos se preguntan qué pretende y por qué vuelve loco al sistema político. Pero el resultado del miércoles, con la Knesset disuelta, demuestra que no fue Liberman sino que somos nosotros quienes insistimos en volvernos locos. El se mantuvo en su postura: gobierno de unidad o nada.