¿Qué es más importante durante la pandemia de coronavirus, el derecho a rezar o el derecho a protestar?
Esta pregunta ha revivido un debate demasiado familiar para muchos de nosotros: ¿Qué somos más: israelíes o judíos?
Incluso la ministra de Transporte, Miri Regev, reconoció recientemente este dilema, cuando dijo que "la tensión entre judíos e israelíes se enfatiza en el debate sobre manifestaciones versus oraciones".
Regev también se aseguró de agregar elegantemente que el conflicto es "producto de la hipocresía y la falta de fundamento por parte de la izquierda".
En contraste con las afirmaciones de Regev al respecto, los que nos definimos como liberales no deberíamos tener reparos ni conflictos respecto de nuestra identidad.
El propósito mismo del sionismo, que fue claramente definido en la Declaración de Independencia de Israel, es claro: Israel es tanto el Estado nacional de todos los judíos como el de todos sus ciudadanos, sin distinguir entre religión, raza o nacionalidad.
Un judío israelí liberal es aquel que siente solidaridad tanto con todos los judíos del mundo como con los ciudadanos árabes de Israel.
En los últimos años, la postura antiliberal ha ganado fuerza en Israel, lo que se puede ver claramente en el Likud de hoy. El partido no se parece en nada al Likud de Menachem Begin y otros líderes del movimiento revisionista, que eran todos liberales.
Una de las expresiones más claras de esta postura es la Ley del Estado-Nación, que asestó un golpe catastrófico al sentido de igualdad entre los ciudadanos no judíos de Israel, cuando intentó inclinar la balanza a favor del judaísmo en la ecuación de "Estado judío y democrático".
Mientras tanto, los judíos liberales no ven ningún conflicto entre la democracia y el judaísmo. Por el contrario, fue el judaísmo el que le dio a la humanidad los principios básicos del liberalismo al determinar que cada persona fue creada a imagen de Dios.
Además, fueron la democracia y el liberalismo los que permitieron que el pueblo judío floreciera en las naciones occidentales, principalmente en Estados Unidos.
En lo que respecta al liberalismo, todo el mundo tiene derecho a protestar y rezar, siempre y cuando hacerlo no perjudique el bienestar del público en general y siempre que se cumpla estrictamente con las normas sanitarias.
En las muchas manifestaciones recientes a las que he asistido, he visto a miembros del público reunidos utilizando máscaras, tal como indican las directivas sanitarias. De la misma manera, he visto a muchas comunidades religiosas rezar al aire libre durante las festividades mientras cumplían las pautas impuestas por el Ministerio de Salud.
De todos modos, seguramente habrá escenarios en los que nos veamos obligados a decidir entre la democracia y un Estado judío.
Esta decisión nos será impuesta, por ejemplo, si no logramos llegar a un acuerdo sobre la solución de dos Estados con los palestinos.
Entonces tendremos que elegir entre nuestra capacidad de preservar a Israel como la nación del pueblo judío y salvaguardar la democracia. En tal caso, preferiría renunciar a la identidad judía de Israel, para no convertir al país en un Estado de apartheid.
¿Esta elección me hace más israelí que judío?
La respuesta es no, porque elegir el apartheid no solo es contradictorio con los valores de la democracia, sino con los valores del judaísmo.
La elección de convertirse en un Estado de apartheid serviría para eliminar la conexión de Israel con la gran mayoría del pueblo judío, que en su mayoría son liberales en sus puntos de vista.
Más del 80% de los judíos norteamericanos se negarán a identificarse con un Estado de apartheid.
La democracia y el judaísmo no se contradicen, por eso debemos preservar ambos. Podemos defender los derechos tanto de protestar como de rezar.
Y aunque soy secular en cada fibra de mi ser, mi conexión con el judaísmo radica en mi afinidad nacional y los lazos de sangre con la civilización judía.
Creo que no se debe impedir que las personas religiosas hagan lo que creen que es una mitzvá (precepto judío de la Torá), así como pienso que la coerción religiosa contra personas seculares como yo está mal.
Por eso no debemos permitir que los elementos antiliberales entre nosotros nos presenten un falso dilema.
No debemos permitir que una interpretación distorsionada del judaísmo y el nacionalismo nos desconecte de los valores del sionismo liberal, que nos permite mantener tanto nuestra singularidad como nuestros valores humanos universales.
*Nadav Tamir es un exdiplomático y actual director de Asuntos Internacionales del Centro Peres para la Paz y la Innovación.