Algo anda mal con la derecha israelí. Lo que una vez fue llamado el bando nacional, ha visto mejores días.
La disolución del recientemente elegido knesset y las elecciones programadas para otoño parecen sacar a la luz lo peor de los políticos en lo que se ha convertido en un campo fragmentado.
Los votos del partido en gobierno, Likud, son buscados por cinco partidos distintos: HaBait HaYehudi, dirigido por el rabino Rafi Peretz; Tkuma, con Bezalel Smotrich a la cabeza; Otzma Yehudit, de Itamar Ben-Gvir; HaYamin HaJadash, comandado por Naftali Bennet y posiblemente Ayelet Shaked; y Zehut, dirigido por Moshe Feiglin. Nadie puede precisar cuántos votos pueden obtenerse, pero la necesidad de unir estos fragmentos, es evidente.
Otro argumento estuvo tomando fuerza en la derecha en las últimas semanas, e involucra la legitimidad de la crítica pública del primer ministro Binyamin Netanyahu.
Los simpatizantes de Netanyahu no parecen tener problemas con la crítica si proviene de la izquierda. De hecho, creen, y correctamente, que tal crítica sólo puede ayudar al primer ministro a fortalecer su posición como líder de la derecha.
Pero la crítica proveniente de la derecha es mucho más perturbadora, y cualquier crítico es atacado principal pero no exclusivamente en las redes sociales.
Sin importar qué tan leales estos críticos hayan sido previamente a Netanyahu, una única expresión de crítica es inaceptable y sólo el apoyo absoluto es considerado apropiado.
Pero ahora, los políticos de la extrema derecha no sólo están peleando entre sí, sino que las grietas ideológicas entre Likud y sus compañeros de la derecha están incrementando. Además, las chances de un cese de las hostilidades camino a las elecciones están disminuyendo rápidamente.
Mientras tanto, en la izquierda, o al menos en Kajol Laban, que lidera el bloque de centro-izquierda, se está desarrollando una estrategia para llevar votos de Likud a su bando, habiendo entendido que la única forma de ganar es incrementando el tamaño del bloque.
Sus esfuerzos se concentran en aquellos descriptos como “derecha-suave”, como ilustró el apuro que tuvieron algunos de sus miembros en abrazar al embajador estadounidense David Friedman luego de que sus comentarios sobre la anexación fueran publicados en el New York Times.
El objetivo es presentar a Kajol Laban como más nacionalista, facilitando el paso de potenciales desertores que se hayan hartado del reino de Netanyahu.
Así que, mientras la izquierda prepara estrategias y se posiciona para la lucha que se avecina, la derecha está gastando las últimas de sus energías políticas en lo que podría convertirse en el camino a la ruina el 17 de septiembre.
First published: 14:35, 17.07.19