El reparto de roles en un gobierno lleno de ministerios escondió en Israel el movimiento político más importante de estos días: la ruptura con la alianza de derecha Yamina y la muerte del bloque derechista unido detrás de la figura de Benjamín Netanyahu.
Fueron días en que todos los que se consideran a la derecha de Lapid se preguntaron si Yamina, socio natural del Likud, debía quedarse en el gobierno o irse a la oposición. Hubo opiniones en todos los sentidos. Y también algunos auguraron que en el momento de la verdad Yamina ablandaría sus posturas y volvería a alinearse, aunque esto no sucedió y parecen escasas las chances de que ocurra en un giro de último momento.
Esta decisión implica para la alianza de derecha miedos y preocupaciones sobre las posibilidades de mantener al sionismo religioso como un movimiento relevante desde una oposición gris. Hasta ahora Naftali Bennett, Ayelet Shaked y Bezalel Smotrich ocuparon cargos muy importantes en los gobiernos de Netanyahu, y esta vez decidieron apostar a todo o nada.
Pero los referentes de Yamina no son los únicos que arriesgan con esta jugada: Netanyahu rompe el bloque que en su momento impidió que Gantz formara un gobierno. Los aliados con los que contó el primer ministro, especialmente en su complicada situación legal, se pueden convertir en un arma en contra de Netanyahu, quien ahora depende de un socio nuevo que hasta hace pocos días era el enemigo.
Durante las tres rondas de elecciones los derechistas se atrincheraron detrás de Netanyahu. En la segunda campaña electoral, cuando la pérdida del poder era una amenaza palpable, Netanyahu convirtió a ese bloque en una fortaleza impenetrable y determinó que las negociaciones con Kajol Labán se harían en nombre de toda la derecha. ¿Por qué? Porque estaba claro que ningún acuerdo de gobierno surgiría de allí.
Pero en las elecciones de este año, cuando Netanyahu mejoró su performance electoral, el bloque perdió peso y contenido, más allá de algunas ridículas “cartas de lealtad”. Las reuniones diarias se volvieron irrelevantes, los elogios de Netanyahu a la tarea de Bennett como ministro de Defensa quedaron en el olvido. La fortaleza cayó.
Es cierto que en las últimas semanas las demandas de Yamina fueron exageradas, pero esto no quita que Netanyahu se burló de ellos y se los quitó de encima en la primera oportunidad que tuvo. Rápidamente, el Likud negoció desde cero con Kajol Labán y acordó un gobierno equitativo con el partido que hasta hace poco calificaba como de izquierda. Aceptó que el área de Defensa quedara en manos de Gantz, de quien poco tiempo atrás declarara que “le faltaba horno” para el liderazgo y cuya potencial asunción como primer ministro sería bien visto por los iraníes.
Todo eso se construyó en menos de tres semanas, con Yamina fuera del juego. Si a Netanyahu le hubiera importado el bloque, hubiera cerrado acuerdos de coalición primero dentro de la derecha y con el botín restante se hubiera acercado a Gantz, quien de todas formas no tenía mucho margen de maniobra.
¿Por qué Netanyahu no se aprovechó de que Gantz estuviera condicionado? ¿Por qué aceptó grandes concesiones hacia Kajol Labán? La respuesta es simple: porque el bloque de derecha ya había cumplido su tarea. Que pase el que sigue.
Es cierto que el motor del sionismo religioso funciona mejor desde adentro del gobierno, pero si para el domingo no existe un acuerdo con Yamina se dará una situación interesante: por primera vez Netanyahu se enfrentara a una oposición que lo desafíe desde la derecha sobre cuestiones políticas y de seguridad.