Michel de Montaigne, filósofo renacentista del siglo XVI.

Omisión, posicionamiento y juicios de valor, tres elementos del sesgo informativo

Una noticia se puede presentar de diferentes maneras y desde diferentes ángulos, pero cuando se omite información se traspasa un límite ético.

Marcelo Wio |
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Soy un gran admirador de Michel de Montaigne, sobre todo porque, entre otros atributos, dijo lo que dijo mejor que tantísimos. Y, como tan bien expresados están ciertos asuntos, para qué andar entorpeciendo la claridad y el tino por un afán de autoría que conduce a explicar lo mismo, pero más pobremente.
En un pasaje de sus monumentales Ensayos, Montaigne decía, refiriéndose al término medio de los historiadores, que éstos quieren “dárnoslo todo mascado; se permiten juzgar, y por consiguiente inclinar, la Historia a su gusto; pues, en cuanto el juicio tiende hacia un lado, no se puede guardar uno de darle un giro a la narración desviándola en ese sentido. Pretenden escoger las cosas dignas de ser sabidas ocultándonos a veces cierta palabra, cierta acción privada que nos instruiría mejor; omiten como cosas increíbles, las que no comprenden, o incluso quizás otras, por no saberlas decir”.
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Michel de Montaigne, filósofo renacentista del siglo XVI.
Michel de Montaigne, filósofo renacentista del siglo XVI.
Michel de Montaigne, filósofo renacentista del siglo XVI.
(Wikipedia)
Finalmente, pedía –contra lo que ha demostrado ser un infranqueable muro de conveniencias, de necedad, de perenne medianía y de la soberbia que la socorre– que “no alteren ni eliminen con sus reducciones y mediante su selección nada del cuerpo de la materia: es decir, que no la transmitan pura y entera en todas sus dimensiones”.
Lo que el filósofo señalaba en el siglo XVI, continúa tan vigente 400 años después. Y lo hace no sólo respecto de la historia, sino del producto de la labor del periodismo, acaso de manera más acabada y exagerada –sobre todo, como farsa.
Ejemplos de cómo la amplia mayoría del periodismo en español inclina la cobertura sobre el conflicto árabe-israelí hacia un lado –o, más bien, contra un lado (el israelí)–, sobre las omisiones necesarias para ladearla, sobre los juicios de valor colados sin advertencia en la crónica informativa como si fuesen hechos; sobre todo ello los ejemplos abundan.
A modo de brevísima muestra de la toma de postura respecto del conflicto (lo que incluye la adopción no sólo del punto de vista, sino del léxico con que una de las partes –la palestina– lo define), de las omisiones en las que se incurren y de la casi constante presencia de la opinión, de las valoraciones, del periodista, vayan tres ejemplos:
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Una protesta palestina contra la anexión de territorio de Cisjordania.
Una protesta palestina contra la anexión de territorio de Cisjordania.
Una protesta palestina contra la anexión de territorio de Cisjordania.
(AFP)
– No sólo se enmarcan los asuntos a partir de lo que se dice sobre ellos, de lo que se incluye en la crónica, sino también a partir de lo que se silencia, lo que se excluye. Y este marco es el que le sugiere al lector cómo pensar sobre el tema en cuestión, cómo abordarlo.
– La toma de partido en el conflicto se advierte claramente a partir principalmente de un elemento: la adopción del punto de vista (y del léxico) de una de las partes –en este caso, la palestina.
– Por último, el posicionamiento conduce, casi inevitablemente, a incluir valoraciones (opiniones) en las crónicas informativas. Esto puede hacerse directa o indirectamente. De manera directa, el periodista incluye juicios personales como si se tratara de hechos comprobados. Y de manera indirecta, citando voces que, a diferencia de las fuentes de información, ofrecen principalmente opinión e interpretación en forma de acusación, o expresión de una posición, o de emociones, etcétera. Esto último se hace sin corroborar lo que afirman y sin identificarlas correctamente; es decir, sin indicar, en el caso que así lo sea, si es falso lo que afirman; y sin advertirle al lector el interés particular de esa voz en el conflicto.
Como en el siglo XVI hacía Montaigne, hay que seguir exigiéndoles (en este caso, a los periodistas), que “no alteren ni eliminen con sus reducciones y mediante su selección nada del cuerpo de la materia”, de la información. Porque a las palabras no se las lleva el viento, sino que quedan, a fuerza de repetición, como imágenes persistentes en la conciencia colectiva, configurando o influyendo sobre su visión. Y esa imagen, que es la de un estado, el judío, de una profunda malignidad, evoca inevitablemente con aquella otra del judío como acabada materialización de la perversidad.
* Analista y director adjunto de ReVista de Medio Oriente
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