El desastre en las celebraciones de Lag BaOmer en el monte Merón, durante el cual 45 personas murieron y más de 150 resultaron heridos, es una prueba del constante incumplimiento del deber de los políticos y las instituciones del Estado.
En cada una de las entrevistas que se escucharon tras la tragedia, los funcionarios detrás de la planificación del evento afirmaron que a pesar de sus reiteradas advertencias recibieron instrucciones de altas esferas para seguir adelante con los festejos. Como judía ortodoxa me pregunto: ¿En qué otro festival masivo el Estado permite que cientos de miles de personas se reúnan en un lugar que no está preparado para albergar a esa multitud?
El festival de Lag BaOmer no es el único espectáculo masivo de Israel. Hay partidos de fútbol, festejos del Día de la Independencia y desfiles del orgullo LGBT con decenas de miles de asistentes. Son eventos importantes para el país, que fomentan el sentido de pertenencia del pueblo. Y se espera que los encargados de la seguridad pública garanticen su bienestar.
Los festejos de Lag BaOmer cuentan con un presupuesto especial y una administración que planifica el evento con un año de anticipación. Sin embargo, un breve repaso a las imágenes del complejo de monte Merón revelan una gran cantidad de fallas. Vallas oxidadas, pasillos improvisados, un anfiteatro en ruinas y un camino de acceso estrecho y sinuoso, de décadas de antigüedad.
¿En qué otro festival masivo el Estado permite que cientos de miles de personas se reúnan en un lugar que no está preparado?
El Estado prefirió hacer la vista gorda y abandonar el complejo a la suerte de grupos de interés dentro del sector ortodoxo, que ejercen su control supuestamente a cambio de satisfacer sus necesidades. Por eso fue posible la construcción de decenas de chozas improvisadas y estructuras temporales alrededor del complejo, en áreas que fueron expropiadas en beneficio de algunos pocos.
Los ministerios de Interior y Turismo nunca pensaron cómo adaptar el sitio a las necesidades del público. El Estado optó por no involucrarse en los “negocios” del sector a cambio de una paz política. La pandemia del coronavirus, que devastó a la sociedad ortodoxa de Israel, demostró que sus líderes no actúan en favor de ellos. El desastre de Merón solamente acentuó esta evidente realidad.
Para los líderes de los partidos ortodoxos lo más conveniente es mantenernos pobres e ignorantes. Ellos fomentan la creencia de que el camino del liderazgo ultraortodoxo es la única forma de ser verdaderamente haredí. Después de la pandemia y el desastre de Merón, llegó el momento de que el Estado entienda que debe tratarnos como iguales, y no involucrarse en maniobras políticas y negociados a costa nuestra.