El horizonte de Tel Aviv.

De la globalización a la desglobalización en tres semanas

Un evento mundial sin precedentes se está desarrollando ante nuestros propios ojos. Somos una parte tan integral y se desarrolla tan rápido que no podemos comprender plenamente sus implicancias duraderas.

Elihay Vidal |
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Después de más de tres décadas de trabajo, paso a paso, para alcanzar la globalización, en sólo tres semanas nos hemos desglobalizado por completo.
Desde la visión de un ciudadano global que vive, viaja, trabaja y consume bienes y servicios sin tener en cuenta las fronteras, de la noche a la mañana éstas se sellaron herméticamente. Bajo el velo de la pandemia mundial de coronavirus (Covid-19), uno tras otro, los países cerraron sus fronteras de cielo, mar y tierra. Las personas que estaban de viaje se apresuraron a regresar a sus países de origen, y los extranjeros fueron expulsados. Ahora, cada país está ocupado cada vez más en sí mismo.
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El horizonte de Tel Aviv
El horizonte de Tel Aviv
El horizonte de Tel Aviv.
(Shutterstock)
El proceso de globalización se remonta a fines de la década de 1980, con la caída de la Unión Soviética y la ruptura de las barreras entre Oriente y Occidente. La Unión Europea se expandió por todo el continente y absorbió más países. Este enfoque coincidió perfectamente con la revolución que siguió y conquistó al mundo: la revolución de la tecnología de la comunicación. La primera década de este siglo vio la infraestructura de internet llegar a todos los rincones del mundo. La década que siguió vio la revolución de la globalización alcanzar su cenit.
Bajo los auspicios de compañías como Facebook, Google, Amazon, Alibaba y Netflix, la ubicación física y el origen étnico del ciudadano global se volvieron insignificantes. Los bienes viajaban libremente entre países, un tercio de la población mundial se comunicaba a través de Facebook y decenas de millones de personas estaban expuestas a nuevos contenidos culturales a través de plataformas como Netflix. En la última década, la aldea global se convirtió en la metrópolis global, y los gigantes tecnológicos comenzaron a supervisar cada vez más el día a día de los ciudadanos del mundo.
La crisis puede ser global, pero su manejo se realiza únicamente a nivel nacional.
El impacto masivo que las empresas de tecnología tienen en la vida de los consumidores ha preocupado a muchos gobiernos de todo el mundo en los últimos años. La base de la lucha entre estas dos fuerzas, los gobiernos y los gigantes tecnológicos es, por supuesto, financiera. Bajo la superficie, muchos gobiernos comenzaron a sentir la erosión de su control sobre los ciudadanos. Apelando a la necesidad de proteger los derechos humanos, prevenir el terror y responsabilizar a los evasores de impuestos, muchos gobiernos han logrado frenar la influencia de los gigantes tecnológicos. Lo hicieron a través de regulaciones locales y la firma de convenciones globales.
Y luego, una mañana de enero de 2020, el coronavirus llegó rápidamente a nuestras vidas, impulsando la globalización formada durante décadas y usándola para extenderse a más y más portadores. Las fronteras y los cielos abiertos llevaron al coronavirus a casi cualquier parte del mundo en cuestión de días, lo que obligó a los países a cerrarse en sí mismos. La crisis puede ser global, pero su manejo se realiza únicamente a nivel nacional.
En sus fantasías más salvajes, los gobiernos ni siquiera podían imaginar una mejor oportunidad para reafirmar su autoridad sobre los civiles. No a través de la malicia o la intención de abusar de este poder supremo los gobiernos de las naciones más democráticas lograron sembrar miedo y horror en los ciudadanos y, como resultado directo, controlar físicamente sus movimientos. Ahora estamos viendo un control excesivo sobre los civiles, con el único propósito de cubrir la falta de suministro de los servicios más básicos ofrecidos por los soberanos a los sujetos: salud y estabilidad.
En sus fantasías más salvajes, los gobiernos ni siquiera podían imaginar una mejor oportunidad para reafirmar su autoridad sobre los civiles
Un estado soberano puede soportar miles de casos de muerte al año, y ése ha sido el caso de todos los países durante décadas. Por otro lado, un estado soberano no puede darse el lujo de ser percibido por los civiles como incapaz de proporcionarles la protección más básica. Aquí no estamos hablando de conspiración global, más bien como una oportunidad increíble para que los estados practiquen recuperar su control sobre los ciudadanos, tanto conceptual como físicamente.
El mundo todavía se encuentra en la etapa más volátil de la tormenta de coronavirus y, sin embargo, incluso el escenario más pesimista no prevé el fin de la humanidad o incluso la caída de las democracias. En unos pocos meses se inventará una vacuna, se aprenderán lecciones, la economía volverá a ser floreciente y se volverán a abrir las fronteras. Sin embargo, el manual para obtener el control absoluto sobre los civiles se está escribiendo mientras hablamos. El Estado ya sabe qué hacer, los ciudadanos están bien entrenados, y lo único que queda por hacer es encontrar otra excusa para restablecer la política de fronteras cerradas, confinamiento civil y control total sobre las mentes de los ciudadanos.
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