Este año se cumplirán 100 años del inicio de los disturbios árabes en Jerusalem (1920) y Jaffa (1921), marcados por una profunda violencia. Si bien no fueron las primeras fricciones entre judíos y árabes, estos acontecimientos fueron diferentes.
En abril de 1920, durante la celebración de la fiesta musulmana de Nebi Musa, las multitudes árabes musulmanas fueron incitadas a la violencia por sus líderes y atacaron a la población judía de la Ciudad Vieja de Jerusalem. Cinco judíos y cuatro árabes murieron a causa de los enfrentamientos, mientras que otros cientos resultaron heridos.
Poco más de un año después, en Jaffa, el Partido Comunista judío había organizado una marcha para pedir el derrocamiento del dominio británico. El día de la manifestación se toparon con el Partido Ahdut HaAvoda (Unidad Laboral), que también había programado un desfile, y se produjeron enfrentamientos entre ambos bandos. Los árabes de Jaffa, al enterarse de los disturbios, pensaron que estaban siendo atacados y salieron a las calles a linchar a judíos.
La particularidad de estos dos acontecimientos es que fueron promovidos por árabes que vivían separados del resto de los residentes del país. A partir de entonces, el enojo y la ira contra los judíos y las fuerzas británicas ocupantes fueron en aumento. Por eso, muchos consideran estos dos eventos como el nacimiento del movimiento palestino moderno.
Es seguro decir que no hay muchos palestinos que describan el siglo pasado de manera positiva. Y está claro que los últimos años solo han exacerbado el sentimiento nacional de depresión. A raíz de la disipación del anhelo de un estado independiente, las divisiones internas entre los palestinos han crecido. Al mismo tiempo, el interés regional e internacional sobre su conflicto disminuyó considerablemente.
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Palestinos protestando contra la normalización de relaciones entre Emiratos Árabes Unidos e Israel.
(EPA)
Además, últimamente, las narrativas que alguna vez apoyaron su causa se han visto profundamente sacudidas. Por ejemplo, el apoyo de los países árabes, que comienzan a darle la espalda a viejas tradiciones y, de a poco, se acercan a Israel para comerciar y normalizar relaciones.
La situación no es culpa exclusiva de los palestinos. Está claro que Israel también ha desempeñado su papel, ya sea a través de un prolongado desprecio de la situación o al adoptar posiciones que han creado un estancamiento.
La desoladora realidad que atraviesan los palestinos los obliga a repensar el camino a seguir. Está claro que el siglo pasado estuvo marcado por patrones recurrentes que les impidieron lograr sus objetivos, incluida la rigidez política y la incapacidad o la falta de voluntad de sus líderes para tomar decisiones que beneficien a su población.
Cien años después de su nacimiento, el movimiento palestino es uno de los más estables del mundo árabe. Sucede que la pérdida de su patria y el deseo de soberanía los ha convertido en uno de los grupos más consolidados de Medio Oriente.
Sin embargo, a pesar de toda su consolidación, los palestinos no se enorgullecen de los resultados obtenidos, sino de su firmeza y resistencia frente a los muchos desastres que se les presentan. Por eso la historia palestina se puede resumir como una interminable cantidad de gloriosas oportunidades perdidas.
Desde su rechazo al plan de Partición de la ONU en 1947, que habría visto la división de la tierra en dos países, uno para palestinos y otro para judíos, hasta amargas confrontaciones con sus hermanos árabes. También, feroces luchas internas, malas decisiones de los aliados regionales y el rechazo de iniciativas que podrían haber abordado la demanda de soberanía.
Los recientes acuerdos de Israel con los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein presentan a los palestinos un dilema: ¿Deben permanecer como están, unidos por consignas vacías y la necesidad de justicia histórica? ¿O deben evolucionar y comprender que algunas concesiones permitirán alcanzar su sueño de un país independiente?
*Michael Milstein es el director del Foro de Estudios Palestinos en el Centro Moshe Dayan de la Universidad de Tel Aviv.