En las últimas semanas se hicieron públicos algunos acuerdos que llevaban años gestandose a fuego lento y tras bastidores. Los países que firmaron este restablecimiento de relaciones con Israel son aliados de Estados Unidos, cercanos a Washington en muchos aspectos, sobre todo el militar. Tales alianzas, junto con la creciente amenaza iraní en la región y la pérdida de centralidad del problema palestino para algunos de estos Estados, derivaron en una ruptura del “tabú palestino” y en la firma de los "Acuerdos de Abraham", llevados a cabo con honores sobre el césped de la Casa Blanca hace dos semanas.
Al tratarse de documentos de entendimiento sobre principios amplios y básicos, y no de acuerdos concretos entre dos países, permanecen abiertos a la entrada de otros países. Tanto en Israel como en Estados Unidos, que sufren de un fracaso administrativo y una grave crisis sanitaria y económica, los escalafones políticos y algunos medios de comunicación están preocupados por encontrar al "próximo" candidato para sumarse a los acuerdos.
Los posibles candidatos son Omán, Kuwait, Sudán, Marruecos, Túnez o las Islas Comoras en el Océano Índico. Entretanto, se dijo en reiteradas oportunidades que el país más importante de entre los posibles candidatos, Arabia Saudita, pronto sumará su adhesión, considerada el "santo grial" de los acuerdos, el momento culmine esperado por todos. En este contexto, en el que cada uno de los Estados firmantes o por firmar, necesita ver primero la firma del otro, no es descabellado pensar que un movimiento de este tipo está a punto de producirse.
Aun así, puede que estemos demasiado concentrados en lo evidente -reflejo de los intereses y ansiedades de quién gestiona tales acuerdos- y no se estén examinando otras alternativas. La presentación de Arabia Saudita como el punto cúlmine de los entendimientos sirve a la percepción que se tiene de ese país como principal aliado de Estados Unidos en la región. Es Arabia Saudita la que está a su lado sin cuestionamientos en la lucha con Irán, es la adulta responsable y la cabeza del "eje sunita moderado".
Pero un examen de la compleja realidad de Medio Oriente que trascienda la mirada sobre la “amenaza iraní”, puede arrojar nuevas reflexiones sobre quienes son los posibles candidatos a sumarse a los “Acuerdos de Abraham”. Tampoco es descabellado pensar que Trump guarde una sorpresa importante como “as en la manga” para mostrar en el momento adecuado: la “sorpresa de octubre”, un logro político mayor que se haga público momentos antes de la elección presidencial en Estados Unidos.
Esta sorpresa puede ser Irak. Después de que Estados Unidos invadió el país en 2003 y desmanteló el régimen baazista, Estados Unidos prometió brindar asistencia al Estado iraquí para establecer un nuevo gobierno y sistema político, reconstruir el ejército profesional e independiente y reparar los daños de la guerra.
El nuevo primer ministro iraquí da la espalda a los iraníes
El proyecto estadounidense de los mil millones de dólares para el nuevo Irak le permitió al país árabe sobrevivir a la sangrienta guerra civil de la última década, a la invasión de ISIS, a la aguda crisis política que le sobrevino, a la iniciativa de referéndum sobre la independencia kurda, así como a largos años de manifestaciones públicas contra la corrupción del sistema político.
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Plataforma petrolera en Irak que espera de una inversión para ser rehabilitada.
(Reuters)
Pero Irak se encuentra hoy en una situación tal vez única en su historia. Después de casi un año de grandes manifestaciones de su sociedad civil, fruto a su vez de largos años de protestas en torno a las mismas problemáticas, el sistema político muestra la madurez necesaria para enfrentar cambios profundos. Los largos meses de la crisis del coronavirus, una severa pérdida de confianza pública en el liderazgo, una aguda crisis económica junto a una crisis de infraestructura de larga data, debilitaron al país.
Irán a su vez se encuentra frente a una crisis económica y a una situación estratégica sensible frente a Estados Unidos y sus socios en la región. Esto último le ofrece a Irak mayor libertad de movimiento para un renovado acercamiento con Washington.
Hace poco más de un mes, días después del anuncio de normalización entre Israel y Emiratos Árabes Unidos, Mustafa Al-Kadhimi, el nuevo primer ministro de Irak visitó Washington y se reunió durante largo rato con el presidente Trump.
Inmediatamente después, procedió a una reunión tripartita en Amán con el rey Abdullah II de Jordania y el presidente egipcio Abdel Fattah el-Sisi, al final de la cual anunciaron la formación de la "Nueva alianza de la `Creciente fértil´", nombre histórico de la región. Al-Kadhimi señaló en esa oportunidad que su gobierno "tiene el compromiso de establecer lazos con todos los países vecinos y apoyar la estabilidad de la región”.
Irak se encuentra con un contexto regional particular y un primer ministro con la intención y los medios para modificar su escenario interno. Se trata de un conjunto de indicadores que permiten pensar que el terreno está allanado para que Irak, incluso bajo presión estadounidense, se sume a los “Acuerdos de Abraham”.
Un reconocimiento a Israel de este tipo, le serviría a Trump que necesita una “sorpresa de octubre” en su delicada situación electoral. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, también podrá presumir de otro "logro histórico" que distraerá al público de sus fallas en el manejo de la pandemia.
Sin embargo, tal acuerdo podría ser útil también para Al-Kadhimi. Tras décadas de alienación, tanto bajo el gobierno de Saddam Hussein como en la primera década y media del nuevo régimen chiíta, Irak realiza grandes esfuerzos, con poco éxito, para ser readmitido en el mundo árabe. Una medida de esta magnitud podría ayudarlo a recuperar su antiguo estatus como uno de los principales estados árabes y deshacerse de su mote de metrópoli iraní.
Hasta la fecha, Al-Kadhimi mostró una gran determinación en su lucha por devolver a Irak su lugar como estado-nación estable y funcional. Sus numerosos rivales no lograron por el momento detenerlo. La idea de Irak como líder de un nuevo eje en Medio Oriente, adecuado para la normalización de relaciones con Israel por un lado, pero sin comprometer su singularidad nacional por el otro, desafía y conmueve a la región. Así lo evidenciaron hasta el momento los “Acuerdos de Abraham”.