No se suponía que fuera una velada angustiosa, pero además del tremendo dolor de la espera, el miércoles llegó el desconcertante mensaje de que la liberación de los secuestrados había sido pospuesta.
Los tres líderes: Benjamín Netanyahu, Yoav Gallant y Benny Gantz hablaron sobre un trato cerrado. ¿Cómo es posible que el portavoz de las FDI sabía que todavía nada estaba cerrado, junto con ellos, y no dijeron nada?
Al menos, deberían haber advertido mil y una veces que nada estaba cerrado hasta que realmente suceda. Pero permanecieron en silencio.
No fue malicia. Fue negligencia. Y en días como estos no hay lugar para eso.
Aun así, incluso cuando lleguen los primeros liberados, como informó Qatar este jueves, no habrá lugar para el júbilo. No después de la terrible masacre del 7 de octubre. Y no cuando la mayoría de las familias de los secuestrados todavía están atormentadas por su sufrimiento. Menos aún, mientras Hamás siga vivo y coleando y obligándonos a llegar a un acuerdo parcial que deja tantos interrogantes. Y por último, no cuando Israel concede a Hamás cuatro o cinco días de gracia, que puede utilizar para aumentar el precio de la sangre.
Es cierto que este será el momento más feliz en la vida de varias familias que recibirán la buena noticia de la liberación, que estuvieron durante semanas en los corrales de Hamás. Es de esperar que cada vez más familias vivan este momento. Ojalá todos lo fueran. Pero existe el temor también.
De hecho, la mayoría de las familias israelíes no recibirán la ansiada noticia ni un momento de alivio.
Nos esperan días difíciles de lucha brutal. Gaza aún no fue conquistada. La ciudad de los túneles todavía yace bajo ruinas, con terroristas sedientos de sangre. Los dirigentes de Hamás todavía están navegando en esta batalla y los miembros de la organización siguen lanzando cohetes contra ciudades israelíes. Es posible que Hamás como organización militar sea derrotada. Pero el camino es largo. El objetivo está lejos. Y no, incluso si se completa el trato y los 50 o más secuestrados son liberados, no hay razón para festejar.
El acuerdo con Shalit fue un momento de debilidad. Un error histórico y estratégico. Uno de sus libertos, Mahmoud Kwasma, es el hombre que inició el secuestro y asesinato de los tres niños, Gil-ed Shaar, Eyal Yafarah y Naftali Frankel, en Gush Etzion en junio de 2014. Este es el asesinato que nos llevó a "Tzuk Eitan", enfrentamiento en el que murieron 70 soldados israelíes y otros cinco civiles. Y el acuerdo de Shalit incluía la liberación de Sinwar, quien fue elegido líder de Hamás. Y es el hombre que llevó a la organización a la mayor masacre que sufrió Israel. Entonces no, no hay razón para festejar.
Ninguno de nosotros debería envidiar a los miembros del Gobierno, y mucho menos a los miembros del Gabinete, y menos a los del Gabinete reducido, que son quienes realmente tomaron esta decisión insoportablemente difícil. Porque saben que la historia, no del siglo pasado, sino de la última década, deja claro que el precio de estas transacciones es alto. Quizás excesivo. En estos acuerdos hay zonas grises, como el de Shalit.
Pero incluso si el acuerdo finalmente se concreta, tendrá un sabor amargo. Porque toda la conducta de Israel causa vergüenza a toda persona en su sano juicio. ¿Y que realmente no se podría haber hecho de otra manera? ¿Y que era imposible llegar a un acuerdo con el apoyo internacional? Era posible.
En lugar de lanzar bombardeos, Israel debería haber presentado un ultimátum: la liberación de todos los secuestrados. Rendición de Hamás. Desmilitarización de la Franja. Hamás diría que no, lo sabemos. Pero nos colocaría en un lugar mucho mejor en la opinión pública internacional.
Pero a nivel estratégico, Israel siguió un camino predecible y conocido. Y llega a un acuerdo principalmente "compulsivo".
El concepto ya fracasó una vez el 7 de octubre. Y lo viene haciendo desde ese trágico día.
