Los recientes acontecimientos en Israel indican una forma de exilio interno para el pueblo judío, que marca su tercera experiencia de desplazamiento, esta vez dentro de su propio país.
A lo largo de la historia, el colectivo judío tuvo dos breves periodos de independencia y soberanía: los reinados de los reyes Saúl y Salomón en el primer milenio antes de Cristo, y el estado asmoneo hasta el siglo I de nuestra era. Sin embargo, antes y después de estos periodos, los israelitas vivieron una realidad política y social caracterizada por el exilio.
El exilio experimentado por el pueblo judío presentaba dos características distintas. En el periodo bíblico, estuvo marcado por divisiones tribales y sectoriales, que provocaron tensiones, conflictos y alienación dentro del colectivo. En la época posterior a la destrucción del Segundo Templo, adoptó una forma diferente, con judíos dispersos por muchos lugares, lo que provocó que dejaran de ser un pueblo vinculado a la tierra para convertirse en un pueblo definido por sus afanes religiosos e intelectuales, desvinculado del poder político y de una conexión geográfica.
La evidencia indiscutible -aunque fragmentaria- de los últimos años apunta a los signos inequívocos de un cambio social. La erosión de la gobernanza efectiva, el auge del discurso de rechazo en medio de las reformas judiciales, la devaluación de la condición de Estado destinada a rectificar las luchas históricas, junto con el debilitamiento de las instituciones, las protestas públicas, las tendencias anarquistas y la disminución de la autoridad del Estado y de los acuerdos nacionales, reflejan un grave desmoronamiento.
La fase actual del exilio judío hebreo entrelaza dos fenómenos perjudiciales observados en exilios anteriores. En primer lugar, el predominio de la mentalidad sectorial y el tribalismo se manifiesta en la acentuación de las divisiones internas de la sociedad israelí (ortodoxos, laicos, árabes, colonos, etc.). En segundo lugar, emerge un marcado sentimiento antiestatista, que rechaza todos los aspectos asociados a la condición de Estado, la ley, la gobernanza, las instituciones, los reglamentos y las normas, como demuestra la oposición a la reforma judicial.
Israel, en 2023, presenta una combinación paradójica de dos aspectos inherentes al exilio judío: la fragmentación política y una existencia subestatal. Este singular exilio se produce en el contexto de un territorio definido y un marco nacional. Por un lado, Israel posee los elementos que tradicionalmente definen a una nación (territorio, instituciones estatales, poder militar), pero por otro exhibe características propias del exilio que desafían la esencia convencional de un Estado.
El gobierno carece de control, las instituciones encargadas de hacer cumplir la ley son ineficaces y no existe un marco común cohesionado.
El exilio judío actual es un reflejo de sus predecesores históricos. Ausencia de fronteras. Definiciones borrosas. Esta paradoja inherente se alinea con las complejidades de la era posmoderna, por lo que resulta difícil discernir y reconocer la existencia del tercer exilio. Presenta un obstáculo formidable para el colectivo judío, caracterizado por una realidad fragmentada desprovista de una identidad compartida.
La alienación hacia la autoridad política, el gobierno central y las leyes y normas establecidas agrava aún más este desafío, lo que da como resultado una existencia vacía para el colectivo.
Los judíos del Israel actual, que han logrado hazañas notables en el siglo XX, se encuentran ahora recorriendo un camino fracturado que ya aventuraron sus antepasados a lo largo de la historia.
El algoritmo perdurable de su viaje nómada, encarnado por su antepasado Abraham, resurge en su identidad colectiva. Su presencia está aquí para quedarse, entrelazada con el desorden y el tumulto del exilio en curso.
El Dr. Doron Matza es politólogo y experto en estudios sobre Oriente Próximo, profesor en el Achava College.