En la pandemia de coronavirus el sector árabe israelí fue relegado, tal como ocurre en la epidemia de violencia que ya se cobró la vida de 99 personas en el último año.
La campaña de vacunación de la tercera dosis no es muy popular entre los árabes israelíes. De hecho, muchos se negaron a recibir las primeras dos inyecciones. Según encuestas realizadas en agosto por el Ministerio de Salud, los principales motivos de la baja tasa de vacunación árabe es el temor a los efectos a largo plazo, su efectividad y la desconfianza.
Además, la falta de accesibilidad a los centros de vacunación y la ausencia de incentivos para gestionar el Pase Verde, ya que muchas comunidades árabes carecen de cines o gimnasios, impiden que esta porción de la población se defienda contra el virus. El resultado es que el sector se volvió muy vulnerable a contagiarse de COVID-19.
A pesar de que los datos indican que hay un grave problema en el sector árabe, Israel no se molestó en abordarlo. Hasta que el miércoles el primer ministro Naftalí Bennett se refirió al tema y apuntó abiertamente contra las comunidades árabes como fuente principal de las infecciones en Israel, y dijo que “40 de los puntos calientes del virus se encuentran en localidades árabes”.
La realidad es que Israel está haciendo muy poco para convencer a las comunidades beduinas del Negev o a los residentes de Jerusalem Este de que las vacunas son importantes para salvar vidas. La prueba de antígenos no es obligatoria en las escuelas del sector árabe, como sí ocurre en el resto de los colegios israelíes, y los casamientos masivos se siguen desarrollando y potenciando los contagios. En lugar de abordar las deficiencias y erradicar el problema, es más fácil trasladar la responsabilidad a la sociedad. Y si son árabes, un sector desfavorecido y descuidado, mejor todavía.
Los brotes de coronavirus en las localidades árabes israelíes son alarmantes, pero solamente explican la mitad de las infecciones recientes en Israel. Manipular al público para que pensemos que la pandemia quedó atrás es una estrategia política peligrosa, que se puede volver hacia nosotros como un búmeran.