Seis meses después de la operación Guardián de los Muros, en el sur israelí se respira una relativa tranquilidad, similar a la anterior a las tensiones en Jerusalem que derivaron en la última escalada de enfrentamientos entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza, originada en una descarada violación del movimiento palestino al acuerdo que existía entre las partes.
Desde entonces Israel promueve una serie de medidas de alivio sin precedentes hacia los residentes palestinos en Gaza, que incluyen un aumento significativo en los permisos de ingreso a Israel para comerciantes y trabajadores, y la eliminación de barreras para importación y exportación. Mientras tanto, Hamas recuperó todos los activos que perdió tras el conflicto de mayo, y hasta cosechó logros inéditos en estos meses.
A cambio, Israel aparentemente disfruta de una pausa duradera en las hostilidades hacia la población del sur. Pero no logró la mayoría de los objetivos estratégicos que se propuso al final de la campaña, ni cumplió su promesa de cambiar drásticamente las reglas de juego entre Israel y Hamás.
De hecho el movimiento sigue controlando el enclave, y todavía con mayor legitimidad gracias a las mejoras de la situación económica. La influencia de la Autoridad Palestina en Gaza es cada vez menor. Y Catar, un actor problemático, sigue siendo junto a Egipto el factor externo más influyente en la realidad gazatí.
El nuevo viejo orden en la Franja de Gaza se establece sin que Hamás tenga que renunciar a cuestiones fundamentales, como el regreso de los prisioneros y desaparecidos israelíes retenidos. El grupo continúa su intensificación militar y sus actividades terroristas en Judea y Samaria. Y en Gaza se promovieron fricciones violentas en los últimos seis meses, que derivaron en el asesinato del combatiente israelí Barel Hadaria Shmueli.
Hamás cede ante un único reclamo: la preservación de la tranquilidad en el sur israelí, una situación que refleja el control hermético que tiene Hamás en la zona. Porque esta regla de juego esconde el potencial de la intensificación de las futuras amenazas de seguridad, y reconoce a Hamás como un enemigo a largo plazo, de una manera similar a la que se concibe a Hezbollah en Líbano.
La amarga verdad es que Israel no cuenta con alternativas estratégicas respecto de Gaza. El colapso del gobierno de Hamás, la desmilitarización del enclave y el despliegue de una fuerza multinacional en la región no son escenarios realistas, por lo que Israel solamente puede optar entre un enfrentamiento continuo, combinado con pausas de calma que Hamás utiliza para fortalecerse.
Este no es un camino cerrado, sino un proceso en el que Israel todavía puede influir. En ese contexto conviene limitar, inclusive hoy, la continua promoción de las medidas de alivio a civiles palestinos como método de presión. Para que las demandas de Israel sean escuchadas y, fundamentalmente, para avanzar en el tema de los rehenes israelíes. Es posible que esta postura pueda provocar nuevas fricciones, pero es un paso esencial para fortalecer la imagen de Israel ante Hamás, tan erosionada en los últimos meses.
Las reglas de juego en Gaza ilustran la falta de estrategia israelí sobre la cuestión palestina en general, ya sea por desinterés o por incapacidad. Israel intenta encubrir su falta de rumbo detrás de la promoción de una “paz económica” que, como se dijo, permite una calma a corto plazo pero es dañina a largo plazo. En Gaza representa una forma de legitimar a Hamás. Y en Judea y Samaria es un camino sin pausa, inconsciente y no planificado hacia la realidad de un solo Estado.