Listo, se acabaron las excusas. Ya no se puede culpar al proceso de paz de Oslo o a la desconexión israelí de Gaza. Es hora de enfrentar la realidad: la ola actual de terrorismo, al igual que los principales ataques terroristas de los últimos años, son realizados por individuos sin afiliación a organizaciones, generalmente empuñan armas improvisadas, y son ejecutadas por personas que viven en territorios bajo total control israelí.
Estamos ante un resultado directo del abandono de un proceso político para el conflicto, la desesperación del lado palestino y los movimientos que realizan los colonos isaelíes con el apoyo del gobierno.
La ola terrorista y la violencia que se llevó vidas y dejó heridos se basa en la desesperación y la frustración palestina. Los miles de activistas de derecha que van a rezar al Monte del Templo por razones nacionalistas son solo un explosivo, un ingrediente que alimenta la hostilidad y le otorgan también al conflicto una dimensión religiosa. Pero la raíz del conflicto es mucho más profunda.
En los últimos años los palestinos vieron cómo disminuyó la perspectiva de su independencia política. Los asentamientos israelíes crecieron y al mundo dejó de interesarle el conflicto. Israel no habla de soluciones y la capacidad de los palestinos para influir en la realidad es nula. Los procesos políticos fracasaron y la Corte Suprema se alineó con la política de los asentamientos.
Las FDI, por su parte, van detrás de una estrategia dura e intransigente de disparos. La cantidad de palestinos desarmados que murieron por fuego israelí va en aumento. Allí se incluyen personas que murieron en manifestaciones contra asentamientos que hasta Israel considera ilegales, como el puesto de avanzada de Eviatar. Hacía tiempo que no era tan tangible la impotencia del palestino de a pié ante la maquinaria de ocupación.
Estamos ante un resultado directo del abandono de un proceso político para el conflicto, la desesperación del lado palestino y los movimientos que realizan los colonos isaelíes con el apoyo del gobierno.
A la sociedad israelí no le interesa el tema. Mientras las FDI y el Shin Bet lograron mantener la calma, lo que sucedía en Cisjordania quedaba en Cisjordania. La reciente decisión de la Corte Suprema para habilitar la deportación de familias palestinas en comunidades cercanas a Hebrón no hizo ruido en Israel. Estados Unidos tampoco logra detener los permisos de construcción que otorga Israel en los asentamientos de Cisjordania. Y por si fuera poco, es cada vez más habitual que aparezcan videos que reflejan la violencia de colonos hacia palestinos.
En el corazón de este tema hay un hecho simple e ignorado. Nosotros, los israelíes, tenemos un Estado, un ejército, una fuerza policial, un sistema de aplicación de leyes y un gobierno que elegimos para que cuide nuestros cuerpos e intereses. Tenemos la capacidad de influir en nuestro futuro de manera democrática. Los palestinos no.
La respuesta que suele aparecer en estos casos es que la Autoridad Palestina es la explicación del fracaso de la independencia palestina. Una respuesta de por sí hipócrita, ya que el tema no preocupó a la mayoría de los israelíes entre 1967 y 1993, desde que Israel conquistó los territorios de Cisjordania hasta el acuerdo de Oslo que originó la Autoridad Palestina.
Pero la Autoridad Palestina solamente tiene poderes limitados sobre algunas áreas. Son atribuciones de poder apropiadas para una autoridad local y no para un Estado. Todas las decisiones importantes para la vida y el futuro de los palestinos están en manos de Israel: la libertad de movimiento, los permisos de construcción, las carreteras, la infraestructura y hasta los lugares sagrados para el islam en el Monte del Templo.
La generación de palestinos adultos está desesperada, aunque al menos conocen de primera mano el alto precio que pagarían en otra lucha contra Israel. Pero para la generación más joven, que no vivió la primera y segunda intifada, la idea de una vida entera bajo la ocupación provoca el deseo de rebelarse.
Se pueden presentar argumentos, y con razón, sobre los libros de textos palestinos y las redes sociales que incitan a la violencia contra Israel. Pero aunque en las escuelas palestinas aprendan a cantar el himno israelí no se podrá ocultar la realidad que observan fuera del aula: los arrestos, los puestos de control, los asentamientos israelíes en Cisjordania y la asfixia. Esto es lo que verdaderamente alimenta al odio y a una confrontación violenta contra Israel.
*Yariv Hoffenheimer es miembro de la dirección del movimiento Shalom Ajshav (Paz Ahora).
