Merav Betito
Merav Betito.
Ynet
La violencia y el crimen organizando se siguen cobrando vidas en la sociedad árabe israelí.

La mafia gobierna y al Estado no le importa

Opinión. Mientras el gobierno israelí mire a la sociedad árabe a través de una rendija, la problemática de la violencia en el sector no tendrá solución. Hay que derribar el muro entre ciudadanos judíos y árabes.

Merav Betito - Adaptado por Tom Wichter |
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Los jefes de las organizaciones criminales árabes israelíes cuentan con ventajas competitivas en sus rubros: tienen a disposición una amplia y variada oferta de jóvenes desempleados, y un territorio lejos del alcance de la ley.
El pasado fin de semana, en vísperas de Rosh Hashaná, los asesinatos de Yosef Takuri y Khaled Salameh en Qalansawe aumentaron a 78 la lista de muertos este año en la sociedad árabe. En resumen, este año las organizaciones criminales árabes ganaron la partida.
No se trata de un asunto exclusivamente policial. Para vencer la epidemia de inseguridad que asoló a niños y adultos árabes israelíes en los últimos años se necesita mucho más que la aplicación de la ley y la ejecución de presupuestos para patrulleros. La confianza del ciudadano árabe con la policía debe ganarse a través de políticas adaptadas a sus vidas y culturas, y no solamente entregando armas a las fuerzas de seguridad.
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Árabe
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La violencia y el crimen organizando se siguen cobrando vidas en la sociedad árabe israelí.
(Ynet)
Mientras el gobierno continúe mirando a la sociedad árabe a través de una rendija, mientras no fomente programas de empleo a largo plazo que ayuden a erradicar el desempleo, mientras no asigne presupuestos para educar en la prevención de la violencia; nada cambiará.
Pero al Estado no le importa. El Ministerio de Educación sigue perdiendo alumnos y alimenta calles sedientas de sangre a un ritmo vertiginoso, como lo demuestran las tasas de deserción escolar que el último año alcanzaron cifras récord difíciles de digerir.
La mayoría de los niños árabes viven en localidades que tuvieron altos índices de propagación del coronavirus, y no soportaron el sistema de clases a distancia debido a la falta de computadoras, recursos tecnológicos y un entorno adecuado para el estudio. La discriminación presupuestaria que ya existía antes de la pandemia se intensificó y afectó a 550 mil alumnos, de los cuales el 16% no recibió educación a distancia y otro 27% presentó enormes dificultades.
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Una mujer árabe israelí protesta ante la comisaría de Ramle por la inacción ante la violencia en su comunidad.
Una mujer árabe israelí protesta ante la comisaría de Ramle por la inacción ante la violencia en su comunidad.
Una mujer árabe israelí protesta ante la comisaría de Ramle por la inacción ante la violencia en su comunidad.
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El Ministerio de Bienestar Social, por su parte, no encontró una manera de evitar que las mujeres mueran asesinadas en manos de sus cónyuges. No les importó. De lo contrario, hubiera diseñado para esas mujeres un plan de escape eficaz y buscaría presupuestos para construir refugios.
El Ministerio de Economía e Industria ignoró que la mitad de los asesinados en el sector árabe tenía menos de 30 años, y no buscó soluciones para alejarlos de las mafias. A nadie le importó la frontera imaginaria que existe dentro de las ciudades árabes y en las localidades mixtas, en medio de una pandemia que aceleró procesos y reveló nuevas variantes de una violencia creciente.
Israel no será el primer país que caiga en manos del crimen organizado. Pero como país que demostró su valentía en audaces batallas en las fronteras, deberá encontrar la manera de recuperar la soberanía sobre su territorio.
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