En las últimas semanas, las calles de Tel Aviv se decoraron no sólo con luces en honor de las fiestas de invierno, sino también con pancartas colocadas por el ayuntamiento, promocionando las llamadas fiestas de "Janucá-Navidad".
Este fenómeno también traspasó la burbuja laica de Tel Aviv. Ahora, no es raro que en un lugar de trabajo se ponga un árbol de Navidad, o se incorpore un juego del amigo invisible, mientras se enciende la Hanukkiah y se degustan rosquillas de sufganiyot.
Mientras tanto, muchas tiendas locales incluso venden gorros de Papá Noel y adornos para el árbol en estantes junto a menorás y dreidels.
Esto es un problema.
El Ayuntamiento de Tel Aviv respondió a las críticas afirmando que fomenta el pluralismo, es decir, la creencia de que en la sociedad debe haber diversos centros de poder que compitan entre sí.
El pluralismo fomenta la libertad religiosa y permite a los cristianos celebrar la Navidad en Israel, en Jaffa, Haifa, Jerusalem y otros municipios mixtos árabe-cristianos. Ese es nuestro deber como Estado democrático.
Pero de ahí a combinar activamente las celebraciones de Janucá y Navidad como si se tratara de una única festividad, hay un paso demasiado grande.
Esto no es pluralismo, es oscurecer la identidad nacional.
No fusionar las dos fiestas no es lo mismo que prohibir la Navidad. Además, la fiesta cristiana puede haberse convertido en una sensación mundial moderna, pero eso no la hace nuestra. La incapacidad de ver la diferencia entre nuestra identidad y la que importamos de Occidente supone una grave amenaza para nuestra cultura.
Entre nosotros hay ciudadanos que quieren celebrar libremente la Navidad, y están en su derecho de hacerlo. Sin embargo, pedimos que no la conviertan en nuestra fiesta. Janucá no es una "Fiesta de las Luces" cualquiera, es una fiesta que lleva mucho bagaje, con un contexto histórico, cultural y religioso.
Este bagaje hace que sea nuestra fiesta. Es lo que nos hace especiales y nos diferencia de otras naciones y religiones, es lo que somos.
Al igual que a ningún niño se le ocurre comparar a sus padres con otros, los judíos no deberían tener que comparar entre Janucá y Navidad, y ponerse en la tesitura de tener que decidir cuál es mejor.
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Isaac Herzog enciende las velas de Janucá con los residentes del kibutz Yad Mordechai.
(GPO)
Nuestros padres, al igual que nuestras fiestas, forman parte de nuestras identidades, de nuestras historias y de lo que somos como personas. Aunque a veces vayamos a casa de un amigo, y durante esas horas estemos en un hogar con padres diferentes que ofrecen una experiencia distinta, nuestros padres siguen siendo únicos. Podemos quererlos y respetarlos, pero nunca estarán al mismo nivel que nuestros padres, y nunca tendremos que comparar entre ambos.
Parece que algunos de nosotros cruzamos la línea que separa el pluralismo de la pérdida de nuestra identidad. La tolerancia es un principio importante, sin duda, pero no podemos dejar que borre lo que somos.