“La Comunidad Judía en Chile me envía un tarrito de miel por el año nuevo judío, reafirmando su compromiso con ´una sociedad más inclusiva, solidaria y respetuosa´. Agradezco el gesto pero podrían partir por pedirle a Israel que devuelva el territorio palestino ilegalmente ocupado.” El 2 de octubre de 2019 así se manifestaba a través de Twitter el entonces diputado y ahora presidente electo de Chile, Gabriel Boric, en respuesta a un regalo de Rosh HaShaná que le hizo llegar la comunidad judía chilena.
Boric, de 35 años, nació en el sur de Chile y forma parte de una de las primeras diez familias croatas que se establecieron en la región de Magallanes a finales del siglo XIX. Egresado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, comenzó su carrera política como líder del movimiento estudiantil que en 2006 protestó en las calles exigiendo educación superior gratuita. En 2013 llegó al Congreso Nacional y este año fue elegido candidato a presidente a través del partido Convergencia Social, luego de superar en las elecciones internas al candidato comunista Daniel Jadue, el supuesto favorito del bloque de izquierda.
La votación del pasado 19 de diciembre fue difícil para la mayoría de los chilenos debido a la gran polarización que representaba. Para la comunidad judía local, y para los chilenos residentes en Israel, fue directamente una decisión imposible. Boric es reconocido como un adherente al movimiento BDS (boicot, desinversión y sanciones) contra Israel. Formó parte del grupo de parlamentarios chilenos que en agosto de 2018 viajó a Cisjordania e impulsó un proyecto de ley para boicotear la importación chilena de todo tipo de productos provenientes de asentamientos israelíes en territorios palestinos ocupados.
Otro razón que volvía difícil votar por Boric es su cercanía con el Partido Comunista chileno, y en especial con la figura de Jadue, representante de una izquierda obsoleta que perdió el hilo de la historia, así como algunos signos de coherencia moral y consistencia ética. El PC se convirtió en un partido que titubea y se demora en condenar abusos a los derechos humanos cometidos por líderes de la región como Nicolás Maduro en Venezuela y Miguel Díaz-Canel en Cuba. Existió la posibilidad de que el gobierno de Boric promoviera algún cargo ministerial para Jadue, una persona afiliada al Frente por la Liberación Palestina y denunciado en 2020 por el Centro Simón Wiesenthal como uno de los diez mayores antisemitas del mundo.
La otra opción que disponían los chilenos en la segunda vuelta electoral era votar por José Antonio Kast, candidato del Partido Republicano, defensor del dictador Augusto Pinochet, negacionista de los crímenes y abusos cometidos bajo esa dictadura (1973-1990), opositor a las leyes de aborto y matrimonio igualitario; e hijo de un ex militante del partido nazi y soldado de la Wehrmacht durante la Alemania de Hitler.
De los chilenos residentes en Israel que votaron en el consulado de Tel Aviv, 73 lo hicieron por y 33 por Boric. Algunos de los que votamos por Boric lo hicimos pensando en el bien de la mayoría. Es decir, en cuál era la mejor opción para la mayor parte de la población chilena. Creímos que anteponer las necesidades, prioridades y legítimas denuncias de una minoría por sobre el bien de la mayoría hubiera sido un camino equivocado.
A partir del 11 de marzo Gabriel Boric será el presidente de todos los chilenos. Sus convicciones personales, como su adhesión al BDS, deberá reservarlos para su privacidad. Mientras lidere el país y vista la banda presidencial, tendrá que ser fiel a la narrativa moderada que le permitió ganar a la mayor parte de sus electores. Y así lo manifestó en su discurso posterior al triunfo en las urnas: “Pertenezco a la larga trayectoria histórica de quienes han buscado la justicia, la ampliación de la democracia, la defensa de los derechos humanos, la protección de las libertades. Compatriotas, seré el presidente de todas y todos los chilenos”.
Boric tendrá que ser un presidente que promueva el diálogo, especialmente con aquellos que no piensan como él. Su misión será convertirse en un jefe de Estado que sepa anteponer el bien común por encima de su interés personal, un embajador que trabaje por abrir a Chile las puertas de nuevos mundos y se esfuerce en fortalecer las relaciones diplomáticas existentes, un gobernante que promueva tolerancia, respeto e inclusión de todas las minorías del país; y un líder que aspire a construir puentes entre naciones en conflicto. Esa será la tarea del presidente de todos. El tiempo dirá si estuvimos del lado correcto de la historia.
*Mariana Herrera nació en Chile, vive en Israel hace 16 años y cursa estudios para un Doctorado en Historia del Arte de la Universidad de Haifa.