Aquellos que utilicen Google para buscar información sobre Jaljulia, encontrarán resultados que sólo detallan los peligros que acechan en la ciudad árabe del centro de Israel.
No hay resultados sobre el sitio arqueológico prehistórico ubicado en las afueras de la ciudad o los restos del antiguo ingenio cruzado, que luego fue transformado en la mezquita Jami Abu´l-Awn, un complejo asociado con el líder religioso del siglo XV Shams al-Din Abu´l-Awn Muhammad al-Ghazzi, comandante del Ejército de Saladino.
Jaljulia, a diferencia de sus vecinas ciudades judías, ocupa el último lugar en la escala socioeconómica y en la cima cuando se trata de asesinatos per cápita
Esto no es sorprendente, considerando que el israelí promedio sólo lee y escucha sobre los crímenes y los asesinatos que ocurren en la ciudad.
Desde principios de año, Jaljulia ha perdido a cinco de sus hijos en varios ataques criminales. Entre los muertos se encontraba Mohammed Adas, de 15 años, quien fue asesinado cuando regresaba de una cena familiar.
La última víctima es Mohammed Odeh, un hombre con necesidades especiales con dos hijos, que fue asesinado por una bala perdida el martes cerca del cementerio de la ciudad.
Jaljulia, a diferencia de sus vecinas ciudades judías, ocupa el último lugar en la escala socioeconómica y en la cima cuando se trata de asesinatos per cápita.
El asesinato del martes en Jaljulia fue una demoledora llamada de atención a la sensación de victoria de la policía y a cualquier sensación de optimismo y euforia que los ciudadanos árabes promedio podrían haber comenzado a sentir
La ciudad no es diferente a otras localidades árabes en Israel. La posibilidad de perder la vida por una bala perdida se ha convertido en una realidad para muchos árabes israelíes, que durante años se han visto obligados a vivir en la periferia económica y social sin los recursos ni la infraestructura adecuados.
La Policía de Israel ha descuidado al sector durante décadas, y muchas comisarías afirman abiertamente que no enviarán oficiales a las ciudades árabes, donde han surgido organizaciones criminales que convirtieron al patio trasero de Israel en una zona autónoma en la que el terror gobierna las vidas de cientos de miles de israelíes.
Después de casi dos años de protestas de la población árabe de Israel, el gobierno del país finalmente decidió involucrarse, fijándose el audaz objetivo de poner fin a la creciente ola de crímenes en seis meses, según declaró el viceministro de Seguridad Pública, Yoav Segalovich.
Desde el inicio de la campaña, llegaron a raudales informes interminables de armas incautadas, arrestos de sospechosos, confiscación de activos y cierre de comercios con presuntos vínculos con la delincuencia.
Los árabes israelíes tenemos la responsabilidad de continuar las protestas no solo para presionar al gobierno para que haga más, sino principalmente, para mostrar a los criminales que estamos unidos y fuertes
En un esfuerzo por obtener una foto de la victoria, los oficiales superiores de policía invitaron a los políticos a echar un vistazo a la abundancia de armamento ilegal, que durante años eludió a las fuerzas de seguridad.
En las dos primeras semanas de la operación, se sintió una sensación de calma en las ciudades árabes del país, con diez días sin ni siquiera un informe de homicidio.
Algunos pensaron que esto era una señal de que la policía estaba empezando a controlar la situación y los criminales se habían retirado a la clandestinidad. Algunos pensaron que incluso podría ser el momento de poner fin a las protestas.
Sin embargo, el asesinato del martes en Jaljulia fue una demoledora llamada de atención a la sensación de victoria de la policía y a cualquier sensación de optimismo y euforia que los ciudadanos árabes promedio podrían haber comenzado a sentir.
El incidente enfatiza, más que nada, que la erradicación del crimen requiere el trabajo sistemático de todas las agencias gubernamentales, con el objetivo de rehabilitar las áreas urbanas y aumentar la resiliencia comunitaria de los residentes árabes.
Los árabes israelíes tenemos la responsabilidad de continuar las protestas no solo para presionar al gobierno para que haga más, sino principalmente, para mostrar a los criminales que estamos unidos y fuertes.