Cualquiera que lamentablemente haya transitado por un amargo divorcio sabe que en una familia que se rompe no hay ganadores. Todo lo que en tiempo real se percibe como una victoria, se convertirá más tarde en una derrota y con intereses.
¿Lograste humillar al otro? ¿Te quedaste con una parte de sus bienes? Todo volverá. Como alguien que, a partir de su divorcio, acompaña a muchas mujeres y hombres en este doloroso proceso, no puedo encontrar siquiera un ejemplo que desmienta esta idea. Si alguien gana, pierden todos.
Esta lección debe ser aprendida por quienes impulsan la reforma judicial en Israel. No hay dudas de que tienen los votos para vencer al otro bando en el marco de la ley. El principio básico de la democracia liberal, la soberanía del parlamento como representante del pueblo, les permite hacer casi cualquier cosa. Tampoco hay duda de que en algunos de los temas tratados cuentan con buenos argumentos para sus propuestas. Pero eso no cambia la ecuación: cada uno de sus triunfos conducirá a una derrota más terrible, para ellos y para todos.
Deberían aprender la lección de Nelson Mandela. En las primeras elecciones multirraciales celebradas en Sudáfrica tras la abolición del régimen de apartheid su partido obtuvo una mayoría absoluta superior al 60%. Sin embargo, eligió formar un gobierno amplio y llevó a un país, sangrante por 40 años de apartheid, a aceptar una constitución que paradójicamente protegía más a la minoría blanca opresora que a la mayoría negra.
No hay dudas de que Mandela podría haber actuado diferente. Contaba con una mayoría, una justificación moral y la legitimidad internacional para responder con fuerza contra quienes lo habían oprimido a él. Pero fue lo suficientemente inteligente para comprender que si quería que Sudáfrica siguiera siendo una familia unida, no debía ganar tanto. Por eso impulsó un proceso constitucional paulatino que tranquilizó a la minoría blanca, temerosa de que los negros en el poder adoptaran contra el una política de “ojo por ojo”. A muchos no les gustó, pero Mandela se mantuvo firme.
Es importante aclarar que no existe la menor similitud entre los opositores a la reforma judicial israelí con el régimen opresor del apartheid. Y que los promotores de la reforma están a tiempo de echarse atrás en algunas leyes, como las electorales que determinan las reglas de juego, las que protegen los derechos de propiedad que intranquilizan a quienes temen daños a la propiedad privada, y las vinculadas a la libertad de expresión que ponen en juego el derecho a la protesta. Para eso no necesitan una contraparte, que actualmente no existe, sino comprender que en una familia no hay ganadores.