Muchos de nosotros, incluyéndome a mí, nos sentamos alrededor del Séder de Pésaj de este año con sillas vacías y oraciones por nuestros rehenes cautivos en Gaza. Los últimos seis meses han sido extremadamente difíciles, incluso traumáticos, para el pueblo judío. El pasado 7 de octubre, terroristas de Hamás rompieron la valla fronteriza de Gaza y asesinaron a 1.200 israelíes; la mayor matanza de civiles judíos en un día desde el Holocausto.
Como todos los años, en el Séder de Pésaj nos transportarmos en el tiempo 3.300 años al estado de impotencia y opresión que miembros de nuestro pueblo soportaron como esclavos en Egipto.
Cuando leemos la Hagadá, se nos pide que sintamos como si fuéramos nosotros, no nuestros antepasados lejanos, los que sentimos los latigazos de los capataces desgarrándonos la espalda; que son nuestras lágrimas, no las suyas, las que se mezclaron con el mortero; y nuestros clamores de liberación, no los de ellos, que Dios escuchó y misericordiosamente ayudó a hacer posible nuestra huida de Egipto.
A través de este ejercicio psicológico de empatía, experimentamos una muestra de lo que fue para muchas generaciones de judíos cuyo destino era vivir esclavizados por los opresores; no sólo durante los 210 años que fuimos esclavos en Egipto, sino a lo largo de los dos milenios de nuestra dispersión y exilio de nuestra Tierra después de la destrucción del Templo Sagrado en Jerusalem. Además, nos encomendamos a volver a familiarizarnos con los horrores que enfrentó nuestro pueblo a lo largo de amargos siglos de exilio; las Cruzadas, la Inquisición y los ciclos interminables de pogromos, que conducen inexorablemente al Holocausto.
Y, sin embargo, si podemos demostrar la profunda empatía necesaria para sentir visceralmente las múltiples indignidades y humillaciones que nuestro pueblo soportó durante tanto tiempo, nos daremos cuenta de nuevo de lo increíblemente afortunados que somos de estar vivos como judíos en 2024.
En pocas palabras, 2024 no es como cualquier otro período de la historia judía. Los acontecimientos recientes que condujeron a la Pascua nos recuerdan ese marcado contraste.
Nos encomendamos a volver a familiarizarnos con los horrores que enfrentó nuestro pueblo a lo largo de amargos siglos de exilio.
El 13 de abril, Israel salió prácticamente ileso de un ataque directo con misiles sin precedentes por parte de Irán. El notable despliegue del sistema de defensa aérea de múltiples capas de Israel y la histórica coalición de fuerzas israelíes, estadounidenses, británicas, francesas, jordanas y saudíes, interceptaron el 99% de los misiles y drones de ataque iraníes.
Unos días después, el ataque de represalia de Israel reveló un misil de alta tecnología, capaz de evadir el radar y el sistema de defensa de Irán. Israel envió un mensaje calibrado a la República Islámica: ¡Piénsalo dos veces antes de lanzar otro ataque contra el Estado judío!
Luego, sólo unos días después, el Congreso aprobó el mayor paquete de seguridad de Estados Unidos en la historia de Israel, la solicitud de fondos emergentes de 14.300 millones de dólares del presidente Biden para Israel. Es una clara señal de que Estados Unidos respalda a Israel mientras continúa expulsando a los terroristas de Hamás de Gaza. ¡Todos estos desarrollos extraordinarios sólo en los últimos diez días!
En la Pascua, la memoria nos enseña empatía, no sólo a recordar nuestro sufrimiento, sino también a desarrollar una imaginación empática. Si logramos transportarnos miles de años atrás a doscientos diez años de esclavitud, a la saga de amargura y lágrimas de nuestros antepasados, a los milenios posteriores de angustia y tristeza indescriptibles, desafíos y tragedias, trauma y devastación, desesperanza e impotencia, entonces, paradójicamente, esta exhortación de empatía y recuerdo de la esclavitud debería permitirnos reconocer nuestras bendiciones y gratitud contrastantes en esta Pascua.
El 7 de octubre, Hamás cometió el fatídico error de pensar que estaba atacando a judíos indefenso. En 2024, ya no estamos indefensos.
A pesar de la guerra en curso con Hamás, las amenazas de Hezbolá e Irán y el sufrimiento y cautiverio de más de un centenar de rehenes en Gaza, los recientes acontecimientos previos a la Pascua de este año nos recuerdan que, una vez más, Israel está en marcha, una marcha voluntaria para restaurar la fuerza, el honor y la dignidad del pueblo judío.
Regocijémonos en el Estado de Israel y maravillémonos de sus logros. La Pascua de 2024 nos da motivos para el optimismo.
(*) Fundador de la Sinagoga Hampton en Westhampton Beach, Nueva York, y presidente de la Fundación para el Entendimiento Étnico.
