En todas las miles de veces que Einav Tsengawker, la madre de Matan, se dirige a él directamente en manifestaciones y protestas desde Tel Aviv hasta Gaza, se asegura de usar la frase "mi vida". Una expresión tan israelí, casi casual. Pero en la boca de Einav, se vuelve real.
En cada lucha, en cada llamado, en cada grito, ella le da vida a Matan y se da a sí misma la fuerza para seguir viviendo. La relación entre ellos es simbiótica. Madre e hijo.
Aquella que dio vida a su hijo hace 25 años cuando lo llevaba en su vientre, le da vida una y otra vez en su lucha obstinada e insoportable. Ahora, por primera vez, una señal de vida ha llegado de Matan. Y Matan lo sabe. Sabe quién es su madre y lo que está dispuesta a hacer para recuperarlo.
Matan se alimenta de su madre y ella se alimenta de él. Como un tubo de oxígeno que va desde Ofakim, a la Plaza de los Rehenes, a la Knesset, a los oscuros túneles bajo Gaza. Un tubo de fe y fuerza de que lo lograrán: él sobrevivirá y ella logrará traerlo a casa.
Una de las historias más hermosas de la Biblia es la historia de la gran mujer sunamita, una mujer anónima que es bendecida con un hijo después de largos años de infertilidad. Cuando su hijo muere en sus brazos, simplemente no está dispuesta a aceptar la decisión. Emprende un viaje sola y llega hasta el profeta Eliseo. Cuando sus seguidores intentan detenerla, porque es un hombre respetado, ella no parpadea. Ella insiste y lo obliga a devolver la vida a su hijo. La realidad no la confunde y lo consigue.
Einav Tsengawker es una gran mujer. Ni una empresaria ni una política. Ha hecho de la maternidad su esencia, y frente al mar de muerte que la rodea lucha por la vida. Einav Tsengawker pasará a la historia del pueblo judío como un icono de la madre luchadora. No la que llora por sus hijos, sino la que insiste en devolverle la vida a su hijo. Y precisamente porque es un símbolo, sufre regularmente burlas, humillaciones y violencia.
Historias tan icónicas deben tener un final feliz, pero en la terrible realidad en la que nos hemos encontrado, no hay garantía. Los miembros de la familia cruzaron océanos en la lucha por sus seres queridos, otras madres se convirtieron en símbolos en esta terrible lucha. Al menos 27 hombres y mujeres secuestrados fueron asesinados en cautiverio, y ése es sólo el número que conocemos.
La historia de Matan, o la de cualquier otro de los rehenes que aún están vivos, no debe terminar de la misma manera. Las señales de vida que vienen de la Franja de Gaza no deben ser descartadas con la excusa del "terrorismo psicológico". Se trata de un terrorismo real y tangible, que podría terminar en muerte en cualquier momento. No hay garantía de un final feliz, no hay promesa de un milagro. Y, sobre todo, no hay tiempo.
No hay garantía de un final feliz, no hay promesa de un milagro. Y, sobre todo, no hay tiempo.
En estos días, al parecer, podemos susurrar con esperanza que hay una posibilidad real. Que existe una posibilidad real de lograr un acuerdo que devuelva a nuestro pueblo a casa. No es posible contentarse con el aliento de las gradas o la simpatía desde lejos. Este es un momento para apoyar a Einav, para apoyar a todas las familias y para obligar a todos los que lo necesiten a elegir la vida.