El primer lugar que visitó Yair Lapid luego de su confirmación como primer ministro de Israel fue el museo Yad Vashem de Jerusalem. Todos los analistas inmediatamente explicaron que se trató de un intento de diferenciarse de sus predecesores que en circunstancias similares visitaron el Muro de los Lamentos, y de un posicionamiento para la “batalla” que se aproxima entre los “liberales” y los adherentes a la “fe”.
Según este enfoque, el Muro de los Lamentos representa a quienes se conectan con el judaísmo como una religión, mientras que Yad Vashem es un símbolo de identidad nacional. Es lo que en política llaman “judíos” frente a “israelíes”. Se trata de un recurso de campaña muy común desde las elecciones que enfrentaron a Benjamín Netanyahu y Shimon Peres en 1996. Pero es una división que no refleja necesariamente la realidad, sino que es una creación política.
El grupo de personas más grandes de Israel es tanto “judío” como “israelí”. En el libro “IsraeliJudaism”, de Shmuel Rosner y Camil Fuchs, este sector de la población es definido como “un grupo cuyos miembros mantienen rituales y costumbres del judaísmo y del israelismo, y defienden creencias que combinan el judaísmo y el sionismo”. Un 73% de los judíos de Israel piensa que ser judío implica celebrar festividades, ceremonias y tradiciones; al mismo tiempo que un 72% también piensa que ser un buen judío es servir en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).
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Yair Lapid visitó el museo Yad Vashem y generó especulaciones políticas.
(Kobi Gideon)
Por supuesto, no todos los judíos en Israel son israelíes. Hay quienes consideran al judaísmo casi exclusivamente una religión. Ayunan en Yom Kippur y no agitan banderas en el Día de la Independencia. Piensan que un buen judío es aquel que respeta la Torá y los preceptos aunque no necesariamente viva en Israel. Y existen también aquellos que son completamente israelíes: no ayunan en Yom Kippur, no les interesa la Torá, pero son sionistas y patriotas que cada año asisten a la ceremonia del Día de los Caídos.
También existen los universalistas que no muestran especial interés ni en la tradición ni en el nacionalismo. No encienden velas de shabat ni piensan que un buen judío debe servir en las FDI. De hecho, no les importa qué constituye un buen judío. Pero la sumatoria de los tres grupos descriptos anteriormente son una minoría de un 45% de los judíos de Israel.
En política lo llaman “judíos” frente a “israelíes”. Es un recurso de campaña muy común desde las elecciones que enfrentaron a Netanyahu y Peres en 1996. Pero es una división que no refleja necesariamente la realidad, sino que es una creación política.
El resto, el 55%, son judíos-israelíes. O al menos así era hasta hace cuatro rondas electorales atrás, antes de que les dijeran una y otra vez, de mil y una maneras diferentes, que no se pueden ser las dos cosas. Que es judío o israelí, liberales o religiosos. La polarización política no refleja a una sociedad polarizada, sino que más bien la crea y la alimenta.
La semana pasada el doctor Noam Gidron, de la Universidad Hebrea, demostró en una conferencia que la polarización emocionan en Israel es muy profunda, y asegura que el enojo, el odio y el resentimiento de los votantes de diferentes partidos israelíes alcanza niveles superiores a los que existen entre republicanos y demócratas en Estados Unidos.
Pero hay lugar para el optimismo: se trata de una emoción inestable.Es decir, nos enojamos y nos odiamos, pero estos sentimientos suben y bajan en función del espacio que ocupa el partido que cada uno vota en el mapa político. Es decir que si nuestros partidos se sientan en una misma mesa e integran la misma coalición de gobierno, el nivel de odio entre nosotros disminuye.
Esto significa que un líder que busque fijar como objetivo la paz interior tiene una manera de hacerlo: cuanto más diversa sea la coalición, menor será la tensión interna y la violencia. Coaliciones diversas, ya sea desde lo político, lo religioso, de clase y nacional, atentan contra la polarización.
Constantemente se discute si el gobierno de Bennett y Lapid fracasó en su intento de unir a la derecha, la izquierda y a un partido árabe. Una pregunta más interesante es analizar qué aprendimos de este año. La lección es que la polarización política es una elección, y no un destino. Y que se puede reparar.
*Tehila Friedman fue parlamentaria por el partido Kajol Labán entre junio de 2020 y abril de 2021.